Escrito por Gisela López R.(*)
Me cansé de los analistas famosos de la prensa. Algunos están diciendo que el Gobierno le ganó a los prefectos de la media luna y no vacilan en afirmar que hay un plan oficialista para sacar a los prefectos por la vía democrática y por la vía militar. Y, como si fuera poco, en tono de lamento, reclaman por la detención de Leopoldo Fernández casi santificándolo y, para rematarla, le dan la victoria coyuntural a Evo Morales y su gobierno.
¿Quién ganó? ¿Quién perdió?
A mi juicio, aquí sólo hubo perdedores. Perdió el pueblo porque, nuevamente, derramó su sangre, y nos quedará grabado en la memoria como el aniquilamiento más cruel de ciudadanos y ciudadanas. Hasta fue filmado, seguramente para presentar el informe del “operativo” a quienes financiaron la masacre.
Perdieron los hombres y mujeres del campo que ahora están de luto, dolidos, llorando; algunos resignados, otros con ganas de vengarse y los demás con ganas de continuar la lucha. No sé si piden justicia, porque nunca la tuvieron. La justicia nunca llegó para las familias de esas 67 vidas que fueron segadas en octubre de 2003. Ni para las más de 30 que también perecieron en febrero de 2003. Y de tantas otras muertes acaecidas en las luchas campesinas indígenas.
También perdió el Estado, por ende nosotros mismos, con la destrucción y saqueo de instituciones públicas. Hay que ver cómo quedó ENTEL en sus dos oficinas céntricas en Santa Cruz de la Sierra. En mi ruta diaria, todos los días paso por nuestra emblemática plaza 24 de Septiembre y, en su esquina norte, en frente de nuestro gobierno municipal, está todavía la prueba del vandalismo de “nuestra juventud cruceñista y autonomista”: es sólo una de las oficinas completamente destruida.
Perdimos todos los ciudadanos que, a través de los medios de comunicación, fuimos conducidos a una psicosis colectiva: pasamos noches enteras sumidos en la preocupación; corrimos al mercado y al supermercado a “abastecernos” porque se rumoreaba una terrible crisis; en nuestros hogares nos costó hacerle entender a nuestros hijos pequeños el porqué murió tanta gente en Cobija y explicarles el porqué del despliegue militar. Explicarles el porqué los medios de comunicación destacaron tanto la muerte de un religioso, supuestamente por un balazo militar, y minimizaron el asesinato de una cantidad todavía imprecisa de hombres y mujeres campesinos aniquilados.
Y, miren la ironía, han perdido también aquellos que planificaron fríamente esta hecatombe, para que se parezca al “octubre negro” o al “febrero negro”. Perdió la clase política emergente de las regiones por haber repetido las mismas prácticas de sus antecesores.
Perdió la democracia, claro que sí, porque una vez más fue pisoteada y ultrajada en sus preceptos más fundamentales.
Aquí nadie puede cantar victoria. Sobre la sangre que todavía está regada en la selva pandina por donde corrieron desesperados los ciudadanos que fueron atacados como si fuesen animales, no se puede vitorear.
Aquellos que, como si estuviesen por encima del bien y del mal, se llenan la boca “evaluando” a ganadores y perdedores, hay que decirles que están errados. Que es preciso ponerle más carne a los análisis y menos cálculo político.
Cómo es posible que mientras en Filadelfia, Porvenir y otras zonas pandinas siguen buscando muertos y heridos, y mientras los sobrevivientes todavía están escondidos en el monte, temerosos de otra arremetida, existan analistas que con ojos “imparciales” procuren identificar quiénes fueron los ganadores y quiénes los perdedores.
Estos mismos generadores de opinión pública exigen que se construya un nuevo proyecto de país y hacen referencia a “dos polos” (oficialismo y oposición), queriendo dar a entender que ellos están en medio. Pero sólo basta con leerlos entre líneas para darse cuenta que están calzando perfectamente en uno de los polos.
(*)Periodista (giselalopezrivas@yahoo.es)
23 de septiembre de 2008
Nadie puede cantar victoria sobre la sangre derramada
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