10 de septiembre de 2023

Milei y la ausencia de crítica en la izquierda argentina

Max Murillo Mendoza

La ausencia de crítica fue notoria, la noche del triunfo del ultraderechista Milei en la Argentina. En los canales de televisión, después de la euforia ultraderechista, los peronistas lo único que hicieron fue atacar estúpidamente a la ola derechista, sin siquiera reconocer sus terribles errores de Estado en estos momentos de su coyuntura histórica. Esa enfermedad de no ver los errores internos, de no ver la ceguera de sus erradas políticas económicas, pues los militantes de la izquierda argentina, en general, repiten el libreto clásico de atacar para no ser notados o descubiertos en sus errores frente al pueblo.

Es pues clásico que la derecha cumpla su papel. Tienen intereses concretos y papeles que cumplir en el orden mundial. Sólo un tonto en política olvidaría este requisito de los protocolos políticos: todos tienen distintos intereses. Pero seguir con el clásico libreto de lanzar proclamas ardientes contra los demás, cuando el tronco en el ojo es más contundente que en el ajeno, simplemente se es irresponsable con el pueblo, con las masas, con quiénes sólo se les utiliza en los discursos de ocasión.

El único que quedó en carrera, ministro de economía, de izquierda del actual gobierno argentino también se equivocó en sus intervenciones. Atacando tontamente a la ultraderecha, y jurando que volcarían al electorado en estos dos meses. Realmente más estúpido no se puede ser. Era el momento de pedir disculpas al pueblo, era el momento de reconocer errores y al menos comprometerse a enmendarlos, pues el hambre y la miseria que cunde en el vecino país requiere de verdaderos revolucionarios, en el sentido de no cerrar los ojos sino de buscar consensos y estrategias para salir del pozo indigno de la pobreza.

En América Latina no tenemos precisamente en el vocabulario el concepto de crítica, o autocrítica política. Enfermedad mental que perjudica brutalmente al conjunto de las ideas, de las investigaciones sociales y de las acciones políticas. Esas mentalidades nubladas y cargadas siempre de pasiones ciegas, sólo sacrifican al pueblo. Enfermedad que está presente en todos los grupos políticos, sean estos de cualquier tendencia ideológica. 

Por eso los actos intelectuales no tienen crítica también en Bolivia. La entrega de libros no tiene crítica científica, son sólo ritos de alabanzas de los cuates al autor; no hay crítica: no se sabe si ese libro es aporte o es sólo basura, sin rigor científico ni siquiera escolar. Todavía peor en la política. Es la razón básica de la total ausencia de debates políticos, donde ayudaría mucho el intercambio de ideas, luchas de visiones; pero desde una altura considerable de visiones ideológicas. Es mucho pedir por estos lados del mundo.

Me sorprendió que en la Argentina, un país de costumbres intelectuales y de aporte mundial desde las letras, ya no haya esa costumbre intelectual del debate con altura. Sus políticos están devaluados y al parecer han seguido nomás esa debacle latina, de enamorarse de la bulla postmoderna sin rigor científico; cuan más hablador y chillón mejor. Las ideas ya no tienen sentido, sino la trinchera de la brutalidad. 

Ciertamente la coyuntura actual es turbulenta, incierta. El mundo se encuentra con peligros latentes de guerra mundial, de subida de precios en los alimentos, en los carburantes, con una inflación desbocada que ataca directamente a los más pobres de todo el mundo. Y los líderes mundiales no aparecen, sino algunos burócratas del poder sólo para seguir las consignas de la guerra fría y echar leña al fuego. Favoreciendo intereses poderosos del capitalismo, sobre todo de las industrias de armamentos que están felices con las ganancias actuales, gracias a la guerra de Ucrania. Pues les importa un carajo que mueran jóvenes, niños y mujeres de todos los países involucrados, porque la vida siempre está en el último rincón de la ingenuidad, cuando de intereses económicos se trata.

A pesar del mundo y sus consecuencias en nuestros territorios, tenemos que tener la lucidez de ver con rigor los acontecimientos de nuestras patrias. Ahí la crítica, la actitud responsable políticamente, debería ser el primer ejercicio de coherencia revolucionaria frente al pueblo. La crítica como un referente para mejorar las condiciones económicas del pueblo. La crítica como examen de lo que hacemos por el pueblo, en nombre del pueblo. 

Sin crítica, como forma de comportamiento en coherencia, no hay proceso político transparente ni claridad en el ejercicio de gobernanza, en el ejercicio público de la cosa estatal. Los grandes revolucionarios fueron precisamente muy críticos con sus actos, en suma, con sus extensiones hacia todo lo demás. 

Como decía Fidel: la historia nos absolverá; pero si realmente hemos sido críticos con todo lo que hemos hecho. En total coincidencia con la forma de actuar de Gandhi, que fuera otro revolucionario pacifista muy crítico con él mismo y su gente, crítico con su proceso revolucionario frente al colonialismo inglés. 

                                                                                        La Paz, 17 de agosto de 2023