Mario Iván Paredes Mallea
En la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, capital del departamento de Santa Cruz en la república de Bolivia, existe una zona cuyo nombre es Plan 3.000. Es una de las más jóvenes ciudadelas de Latinoamérica, pues sus primeros habitantes fueron los damnificados de un turbión del río Piraí sucedido hace un poco más de dos décadas.
El 80% de sus pobladores vive en condiciones de pobreza, e inclusive de infrapobreza. Más de la mitad de sus habitantes son migrantes, o descendientes de migrantes, provenientes del occidente del país. El resto son oriundos del oriente del país.
Por ser de esas condiciones, pobres y/o migrantes, se encuentran en una situación de múltiples desventajas económicas, sociales y políticas frente a los reyezuelos que gobiernan Santa Cruz. Son blanco de burla, menosprecio, racismo, discriminación. Son aquellos que producen riqueza para otros y pobreza para sí mismos.
Existen barrios enteros en esta zona cuyos pobladores son lavanderas, albañiles, choferes, empleadas del hogar, pequeños comerciantes, multioficios; profesores(as) y de otras profesiones. Muchos de ellos, si no trabajan un día, al otro no tienen para comer; y esto no es un simple decir, es una de las realidades más cotidianas de por acá.
Y fue, también, una realidad muy cotidiana el haber sufrido durante mucho tiempo las ofensas verbales más duras y humillantes, las agresiones físicas más violentas, el saqueo de puestos de venta de pequeños comerciantes, el robo descarado, las golpizas permanentes y cobardes, el amedrentamiento, la persecución, en fin, todo lo peor que se puede esperar de la casta racista gobernante de Santa Cruz.
Estos gobernantes, que ahora muestran abiertamente su verdadero rostro fascista, creyeron que las cosas iban a continuar tan impunes como siempre. Pero como todo tiene sus límites, la acumulación de rabia contenida del pueblo tresmileño tenía que romperse alguna vez, y sucedió hace pocos días atrás, cuando cientos y miles de anónimos combatientes del Plan 3.000, no sólo que dijeron ¡basta!, sino que lo demostraron en el combate frente a las juventudes fascistas del Comité Cívico de Santa Cruz, de la Falange Socialista Boliviana, del Movimiento Autonomista Nación Camba, de muchos “barras bravas” de algunos equipos de fútbol de Santa Cruz, de la Unión Juvenil Cruceñista; frente a pandilleros pagados por la Prefectura de este departamento, por el Comité Cívico, y con recursos provenientes de COTAS, CRE y SAGUAPAC (las cooperativas –empresas- de teléfonos, electricidad y agua, respectivamente).
Los combatientes anónimos del Plan 3.000, son eso, combatientes de un singular campo de batalla, un campo de batalla urbano donde no está ausente el hambre, la sed, la ansiedad. Donde está presente el acoso del enemigo, a veces la incomprensión del amigo. Donde se soporta el bombardeo persistente del otro enemigo: de los medios de comunicación, que muchas veces hiere más que los disparos del enemigo que se tiene al frente.
Un campo de batalla donde, en varios combates y escaramuzas, incluso la policía se puso del lado del bando enemigo; donde nuestros heridos no tuvieron más cura y consuelo que la que se encuentra en cada uno de los hogares, o en la misma calle.
Son combatientes de un nuevo tipo. No tienen preparación militar ni paramilitar como los esbirros de la oligarquía de Santa Cruz; no tienen armas de fuego como éstos susodichos; nadie les da un centavo para combatir, como a los susodichos. Pero están proveídos de un gran espíritu de solidaridad, de hermandad y de colaboración mutua. Son tan singulares, que a estas tropas de combatientes pertenecen mujeres, niños(as), ancianos(as). Para pertenecer a las filas de los combatientes del Plan 3.000 no se necesita inscripción ni registro; basta estar en el puesto de combate cuando la situación así lo llama. Para pertenecer a estas filas hay que tener en lo más profundo del corazón, no un desprecio por el otro (como los esbirros de la oligarquía ya sabemos de dónde), sino un gran amor por el otro.
Para ser parte de las filas de los tresmileños, hay que haber sentido en carne propia el escarnio del racismo, los desgarros de la explotación, la comprensión de las miserias humanas; o, simplemente, tener un corazón puro, o sentimientos solidarios, o ganas de cambiar este mundo en uno mejor.
Las presiones de adentro y de afuera, no valen mucho; lo que sí vale es luchar por una causa, la causa del Plan 3.000, que es la causa por un mundo mejor. Y por esto se ha combatido con la furia del que tiene razón, con el desinterés del que siente, con la decisión del que sabe que va a triunfar.
Y los triunfos conseguidos, como para todo combatiente, alientan las ganas de continuar combatiendo.
¡Salud a los combatientes anónimos del Plan 3.000!
Santa Cruz, 16 de septiembre de 2008
En la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, capital del departamento de Santa Cruz en la república de Bolivia, existe una zona cuyo nombre es Plan 3.000. Es una de las más jóvenes ciudadelas de Latinoamérica, pues sus primeros habitantes fueron los damnificados de un turbión del río Piraí sucedido hace un poco más de dos décadas.
El 80% de sus pobladores vive en condiciones de pobreza, e inclusive de infrapobreza. Más de la mitad de sus habitantes son migrantes, o descendientes de migrantes, provenientes del occidente del país. El resto son oriundos del oriente del país.
Por ser de esas condiciones, pobres y/o migrantes, se encuentran en una situación de múltiples desventajas económicas, sociales y políticas frente a los reyezuelos que gobiernan Santa Cruz. Son blanco de burla, menosprecio, racismo, discriminación. Son aquellos que producen riqueza para otros y pobreza para sí mismos.
Existen barrios enteros en esta zona cuyos pobladores son lavanderas, albañiles, choferes, empleadas del hogar, pequeños comerciantes, multioficios; profesores(as) y de otras profesiones. Muchos de ellos, si no trabajan un día, al otro no tienen para comer; y esto no es un simple decir, es una de las realidades más cotidianas de por acá.
Y fue, también, una realidad muy cotidiana el haber sufrido durante mucho tiempo las ofensas verbales más duras y humillantes, las agresiones físicas más violentas, el saqueo de puestos de venta de pequeños comerciantes, el robo descarado, las golpizas permanentes y cobardes, el amedrentamiento, la persecución, en fin, todo lo peor que se puede esperar de la casta racista gobernante de Santa Cruz.
Estos gobernantes, que ahora muestran abiertamente su verdadero rostro fascista, creyeron que las cosas iban a continuar tan impunes como siempre. Pero como todo tiene sus límites, la acumulación de rabia contenida del pueblo tresmileño tenía que romperse alguna vez, y sucedió hace pocos días atrás, cuando cientos y miles de anónimos combatientes del Plan 3.000, no sólo que dijeron ¡basta!, sino que lo demostraron en el combate frente a las juventudes fascistas del Comité Cívico de Santa Cruz, de la Falange Socialista Boliviana, del Movimiento Autonomista Nación Camba, de muchos “barras bravas” de algunos equipos de fútbol de Santa Cruz, de la Unión Juvenil Cruceñista; frente a pandilleros pagados por la Prefectura de este departamento, por el Comité Cívico, y con recursos provenientes de COTAS, CRE y SAGUAPAC (las cooperativas –empresas- de teléfonos, electricidad y agua, respectivamente).
Los combatientes anónimos del Plan 3.000, son eso, combatientes de un singular campo de batalla, un campo de batalla urbano donde no está ausente el hambre, la sed, la ansiedad. Donde está presente el acoso del enemigo, a veces la incomprensión del amigo. Donde se soporta el bombardeo persistente del otro enemigo: de los medios de comunicación, que muchas veces hiere más que los disparos del enemigo que se tiene al frente.
Un campo de batalla donde, en varios combates y escaramuzas, incluso la policía se puso del lado del bando enemigo; donde nuestros heridos no tuvieron más cura y consuelo que la que se encuentra en cada uno de los hogares, o en la misma calle.
Son combatientes de un nuevo tipo. No tienen preparación militar ni paramilitar como los esbirros de la oligarquía de Santa Cruz; no tienen armas de fuego como éstos susodichos; nadie les da un centavo para combatir, como a los susodichos. Pero están proveídos de un gran espíritu de solidaridad, de hermandad y de colaboración mutua. Son tan singulares, que a estas tropas de combatientes pertenecen mujeres, niños(as), ancianos(as). Para pertenecer a las filas de los combatientes del Plan 3.000 no se necesita inscripción ni registro; basta estar en el puesto de combate cuando la situación así lo llama. Para pertenecer a estas filas hay que tener en lo más profundo del corazón, no un desprecio por el otro (como los esbirros de la oligarquía ya sabemos de dónde), sino un gran amor por el otro.
Para ser parte de las filas de los tresmileños, hay que haber sentido en carne propia el escarnio del racismo, los desgarros de la explotación, la comprensión de las miserias humanas; o, simplemente, tener un corazón puro, o sentimientos solidarios, o ganas de cambiar este mundo en uno mejor.
Las presiones de adentro y de afuera, no valen mucho; lo que sí vale es luchar por una causa, la causa del Plan 3.000, que es la causa por un mundo mejor. Y por esto se ha combatido con la furia del que tiene razón, con el desinterés del que siente, con la decisión del que sabe que va a triunfar.
Y los triunfos conseguidos, como para todo combatiente, alientan las ganas de continuar combatiendo.
¡Salud a los combatientes anónimos del Plan 3.000!
Santa Cruz, 16 de septiembre de 2008
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