17 de octubre de 2008

No soy embajador del racismo

Jorge Mansilla Torres

-No soy embajador de racistas –le dije-, ¿y cómo cree usted que voy ir a acallar esa protesta callejera en su contra?
Aydee Nava estaba fuera de sí, porque una media hora antes de ese martes 9 de septiembre había sido declarada “persona no grata” por un bullicioso mitin del Comité Mexicano de Solidaridad con Bolivia, a causa de su participación en el flagelo callejero inferido a unos indígenas en Sucre, el 24 de mayo.
-Usted es el embajador de todos los bolivianos y yo soy boliviana y me tiene que defender, pues –me gritó, a punto de llanto.
Ahí seguía la multitud indignada, coreando consignas contra los racistas y el fascismo reflotados en Bolivia. Eran más de sesenta manifestantes con sus banderas y pancartas a unos metros del ingreso al antiguo edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en Tlatelolco, donde iba a inaugurarse la I Reunión Coordinadora para crear la Comisión Iberoamericana de los Bicentenarios.
Transcurrida la ceremonia -a la que la dama sucrense no asistió-, me abordó en el patio del histórico edificio y tras identificarse como “la alcaldesa de la capital” me acusó de haber organizado el mitin contra ella, “es decir –aclaró, presuntuosa-, no contra mí, sino contra Bolivia entera y nada menos que delante de tantos embajadores y periodistas, una verguenza”.
Estaba yo flanqueado por diplomáticos de Nicaragua y Paraguay cuando le expliqué que esos manifestantes eran académicos, empleados, estudiantes, líderes políticos y de movimientos sociales que se manifestaban democráticamente en la calle en apoyo del pueblo boliviano y de Evo Morales.
“Se trata –le precisé- de gente que sabe lo que pasó en Sucre porque ha visto los videos de ese triste episodio; no son débiles mentales para ser manipulados por nadie ni nada que no sean sus convicciones políticas”.
Le informé que ese Comité, que realiza múltiples muestras de apoyo al proceso de cambios de Bolivia, distribuyó en México al menos dos mil copias del estremecedor documento “Humillados y ofendidos” compilado por el dramaturgo César Brie.
Ella me retrucó, siempre alterada: “¡Yo no tuve nada que ver con lo que les han hecho a esa gente!” Bajó el tono de su voz y añadió: “Usted ha de saber que yo vengo de una clase bien humilde…”
Como cronista boliviano conozco los modos de la aparatosa dinastía de Charcas contra lo que considera ajeno a su presunta casta. Sé, por ejemplo, cómo hizo imposible el trabajo de la Asamblea Constituyente en 2006-07.
Mis padres, chuquisaqueños emigrados a los centros mineros, solían referir con mucha gracia los dislates de la nobleza sucretina (parisina, ginebrina, etc.) que con su vanidad y prejuicios toscamente colonialistas trocaron la historia en historieta, la gloria en glorieta y la ética en etiqueta.
Conozco los dichos y procederes de los Mariscales de Mojocoya (Barrón, Cava, Rodríguez y Herrera) y de uno que otro marqués chunca, una princesa bautizada savina malinche y algún alabardero mier de la tragicómica temporada por la “capitalidad plena”.
¿Cómo está eso de exigir la “capitalidad plena” de Bolivia agitando la bandera que les dio el rey de España -con una cruz que, de tan roja, comenzó a chorrear sangre cuando fue desairada y combatida por los sublevados de todos los tiempos hasta confluir en la epopeya republicana del 6 de agosto de 1825?
La alcaldesa de Sucre, con la voz a punto de quebrarse soltó esta confesión: “Además, los culpables que golpearon a esas gentes están siendo procesados, ya se les inició un proceso, están identificados…”
Ante tamaña revelación, le ofrecí llamar a una conferencia de prensa, aquí en México, para que señale a los autores de mentes y actitudes de la infamia acaecida en la plaza 25 de mayo de la capital.
Dudó la dama. Estaba mintiendo. “Anímese, señora, le dije, saque su nombre de ese listado de racistas que aparecen en el video Humillados,,,”
-¡Es que me están persiguiendo injustamente! –me interrumpió y se guareció en otro silencio.
-Su conciencia, Aydee, ha de perseguirla de por vida si no allana su conducta en aquella barbaridad que nos humilla a los bolivianos, seamos cívicos o no –le dije y, ya molesto por el numerito que era disimulada y diplomáticamente visto y oído por los otros embajadores, me puse a caminar hacia la sala donde iba a realizarse la primera plenaria del cónclave por los bicentenarios.
La burgomaestre me siguió los pasos ahora exigiéndome que le brindase protección. “Tranquila –le dije-, usted está bajo el cuidado de este país que la invitó, hay escoltas…”
En eso se acercó Alex Ayllón, vocero de los cívicos sucreños (supongo), quien, sin mirarme, la tomó del brazo y se la llevó en sentido contrario diciéndole: “No vayas, ya no vayas, siguen gritando contra vos…”
Los otros delegados bolivianos que arribaron para esa reunión organizadora de las fiestas independentistas eran Jimmy Iturri, Iris Villegas y Luis Lugones; ellos vieron el bullicioso episodio a cargo de los mexicanos solidarios, aunque no sé qué dijeron o qué piensan de lo que atestiguaron.
Bueno, el viernes 12 de septiembre conocí aquí en el DF a la senadora Tomasa Yarwi, llegada con su colega Severina Pérez para una reunión interparlamentaria latinoamericana. Ni bien nos presentaron, la doña me contó “por si no sepas, que yo fui la primera ministra de pollera que me nombró el Tuto y que tanta envidia les causó a mis enemigas que se mordieron su lengua de la pura rabia”.
-¿Ah, sí? –le respondí sin mayor interés en esa historia. La senadora podemista, bastante locuaz, estaba, sin duda, enterada de mi patético diálogo de unos días antes con la alcaldesa Nava porque al nombrarla la calificó de “bien llorona y vengativa siempre es, te vas a cuidar”.
No exageraba la senadora tutista. Por esos días, la alcalde esa andaba desacreditándome exitosamente ante los medios y Panamericana, Fides, El Correo del Sur, La Razón y las televisoras unitelescas, entre otras, vaciaban toda su inquina “sobre de mí”, como decía el gordo Mendoza.
La Yarwi no cesaba de hablar. De pronto, mentó su pasado y dijo que ella y la Nava fueron “formadas políticamente en Cuba”.
-¿Acasu? –le dije en chunga.
- Si, pues, aunque no me creas –prosiguió-. Las dos éramos del emebele del Araníbar, buenos cuadros nos decían y nos mandaron por eso a Cuba para capacitarnos (sic).
- ¿Y qué pasó, por qué se pelearon? –me interesé.
- A ella pues le dio bastante rabia que el Tuto me nombre la primera ministra de pollera y casi se volvió loca para hacerme expulsar del emebele. Le han dado su gusto, me han expulsado y yo, jajajay diciendo, me hey ido de ese partido que no servía para nada, sólo para pelearse por pegas –comentó doblada de la risa.
Tomasa Yarwi remató su raíd de confidencias con esto que orilla con lo cínico-cívico:
- ¿Y ahora dónde estamos, pues, ella y yo? ¿Quién es más traidora? ¿La que traiciona a su partido o la que traiciona a su gente, a su raza haciéndola pegar tan feo, ja?
Callé. ¿Así que formadas en Cuba y deformadas en el oportunismo?
Salí a la avenida y me asaltó un aforismo que inventé en 1992 y que publiqué en mi libro “Breverías”, editado el 2005 por La Razón, cuando ese diario tenía la ídem.
- Sucre ya no es loquera.
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