Claudia Benavente
En Santa Cruz se ha levantado una suerte de persecución contra "collas" y "cambas traidores" libre de límites. Si no se baja la cabeza ante las ideas de una oposición extremista que se cobija bajo el paraguas cívico, las personas están sometidas a un hostigamiento público que parece de otro siglo. La violencia simbólica y física anulan entonces derechos básicos. Uno de los recientes casos del que los medios, esencialmente televisivos, no han dicho gran cosa, es el de Salvador Ric.
El viernes 3 de octubre, gente de los movimientos ultras pro-cívicos, salieron del Comité Cívico a las calles para hacer "jocha". La escena fue un café de la avenida Monseñor Rivero (barrio chic cruceño) donde encontraron a Salvador Ric, conocido empresario y ex ministro del Gobierno del MAS durante los primeros meses de gestión. Se acercaron y, sin anestesia, le exigieron que abandone el local. Ric simplemente se trasladó a otro café de la misma avenida donde los ultra intolerantes mutaban palabras en violencia física. El ex ministro terminó refugiándose tras los mostradores. Finalmente buscó seguridad en la planta alta del local hasta que llegó la Policía (tan venida a menos por allá), para salvarlo, pues según la prensa, abandonó el lugar resguardado por uniformados y disfrazado de policía.
"Abandoné la política hace más de dos años" dijo Salvador Ric horas más tarde, cuando el punto no es ese, sino el descarado abuso de sectores poblacionales cuyo mundo es tan estrecho que no logra dar paso a ningún grado de diferencia entre ellos y los otros, los que piensan diferente. Sólo este enorme vacío explica que una mujer lance sin tapujos: "juro por Dios, juro por esta tierra, que ese hijo de perra no amanece vivo, mierda". Bajo sus promesas a Dios, su lealtad a la cruz y a Santa Cruz se han perdido en el peor de los infiernos. El del espíritu de venganza, ese que impulsa a escribir "listas de traidores", ese que derivó en atentados a los "indeseables", en agresiones públicas como la que le tocó a Alfonso Román, intelectual cruceño que fue humillado delante de cámaras de televisión.
Los casos precedentes, pese al paso de las semanas, no se enfrían porque son muestras de la irracionalidad que sufrimos cotidianamente. Viene también al caso porque en la anterior semana una de las noticias duras fue la detención de Jorge Melgar y vale la pena un par de consideraciones en paralelo. De entrada, llama la atención que la flagrante violación de los derechos ciudadanos de Román o de Ric (por citar apenas dos apellidos) no haya ocupado el centro de la discusión mediática como lo fue en días pasados la detención de Melgar. Por supuesto que nos sumamos a las voces que piden términos democráticos en las detenciones, en el trato a los familiares y criticamos el uso de capuchas en una detención bajo ley. Sin embargo, estos dobleces no nos hacen quitar la vista del núcleo del asunto: las razones de la detención.
A diferencia de Ric y de Román, Melgar no tomaba un café ni salía de ser entrevistado. Está acusado de sedición, de conspiración, de participar en tomas de instituciones, sin mencionar el detalle de sus antecedentes penales. Sus defensores afirman que se trata de una venganza política por conducir el programa Camila y Macarena, contrario a la línea gubernamental. El problema real es que uno puede ser todo lo opositor que quiera siempre y cuando no se salga de la raya democrática. Entonces, vociferar que tal y tal sean fusilados, vociferar que hay razas malditas u otras perlas más es no haber entendido el ABC de la democracia y es injustificable en cualquier contexto. Es simplemente execrable. Periodista o no, comentador o no, camba o colla.
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