25 de agosto de 2008

La Paz y la Nueva Bolivia

Una de las frases que nuestro Presidente se ha encargado de posicionar en la mente de los ciudadanos es que su gobierno de cambio inició una “revolución democrática y cultural” Cuando esta frase fue dicha por primera vez, muchos entendidos salieron al frente, señalando que no se podía hablar de revolución democrática, porque el término revolución significa transformación de un orden establecido por la vía violenta. Obviamente, el Presidente nunca explicitó qué debíamos entender por democrático, porque los que le criticaban entendían que esto significaba la participación del pueblo para producir los cambios, pero por la vía de las urnas, no de las armas.
Más tarde de la frase y las críticas que surgieron, el mismo Presidente se encargó de decir que había que fortalecer el proceso de cambio (revolución) por la vía de las urnas y no de las armas, cuando convocó al Referéndum revocatorio de mandato. Entonces recién se hizo claro que las “revolución democrática” había significado lo que los críticos hacían notar como un contrasentido. Es que en la mente de nuestro Presidente los opuestos se complementan, no se excluyen, porque piensa como indígena originario campesino y no como ciudadano de una clase social urbana Su mentalidad no es analítica, es más dialéctica. Si bien ambas mentalidades, la analítica y dialéctica, son occidentales, la mentalidad dialéctica expresa mejor la forma de pensar del indígena originaria campesina boliviano.
Recientemente, el Presidente se ha encargado de convocar a la paz. Lo cual para todas y todos los bolivianos: indígena originario campesinas, afrobolivianos y de cualquier clase social urbana[1], debería significar que la revolución democrática debe producir su fruto ahora, que el cambio debe llegar ahora. Este imperativo responde a que definitivamente lo que se ha visto hasta ahora ha sido que la revolución, luego de ser declarada, ha comenzado a develar una realidad social de pobreza, cuyo rostro es indígena originario campesina y afroboliviano, pobreza que es provocada por una clase social urbana.
Esta realidad, inclusive, se ha develado como geográficamente ubicada entre un occidente donde se vive de lo que se puede extraer de la tierra y un oriente donde se vive de lo que se siembra y cosecha de la tierra. La realidad indígena originaria campesina y afroboliviana propia de Bolivia es pobre, además de ser no sustentable. La realidad de una clase social urbana boliviana es rica, además de ser sustentable. En todo caso, la realidad pobre es causada por la realidad rica.
Es que el cambio que la “revolución democrática y cultural” está buscado es un nuevo estado donde no existan pobres, para lo cual es necesario que tampoco existan ricos. Es que la pobreza no es una realidad natural, es cultural, es producto de lo que los seres humanos hacemos o no hacemos con la tierra y nuestro trabajo. Tiene un principio, una causa. La riqueza viene a ser ese principio, esa causa. Por lo tanto, revolucionariamente, la riqueza debe desaparecer y con ello la pobreza desaparecerá.
Si se lee bien, no estamos hablando de eliminar al rico o al pobre, que serían las personas. Estamos hablando de eliminar aquello que estas personas han generado con su manera de administrar el trabajo y el producto de ese trabajo. Esto quiere decir que la pobreza no es el resultado de la flojera o ignorancia, ni siquiera es propio del origen, de la nacionalidad de las personas. Así como tampoco la riqueza no es el resultado de la diligencia o conocimiento, ni siquiera es propio del origen, de la nacionalidad de las otras personas.
Es verdad, hoy en día podemos afirmar que se nace pobre o se nace rico, porque existe una forma de vida que se ha generado a partir de que unos se han enseñoreado de los otros. Este orden se ha legislado y legitimado, aprovechando ventajas u oportunidades, de donde nace el estado republicano, liberal, nacional, democrático, social comunitario… como queramos llamarlo, pero estado injusto al fin.
Esto quiere decir que tampoco existen las condiciones para salir de la pobreza, aunque existan las condiciones para generar la riqueza. Estas condiciones implican una cultura de dominación y subyugación, que incluye el desconocimiento y la discriminación, robo, muerte y destrucción. Cultura que por lo tanto es violenta, es decir, atentatoria o conculcadora de los derechos naturales y, por ello, esenciales, de las personas.
Entonces, el llamado a la paz no debe ser entendido en occidental, porque esto significará “preparase para la guerra” El llamado a la paz debe ser entendido en no occidental, porque esto significará “trabajar por la paz” Esto obliga a reconocer que la paz no es la tranquilidad, resultado de que se tiene el control, se tiene la sartén por el mango, se tiene el poder absoluto. La paz es el estado de bienestar producido porque se ha logrado complementar las diferencias, perdonar las deudas, devolver los derechos, compartir el pan…
Aquí, permítaseme señalar que la paz no será el resultado de una revolución, de un proceso de cambio, de optar por las urnas y deponer las armas. La paz será el resultado de un cambio de mente, de un arrepentimiento, de un volver al principio, de un retornar a la familia, a la tierra. Esto pasa por reconocer que somos hijos de una misma madre aunque de diferente padre, que somos hermanos. Que somos quienes trabajamos la tierra y compartimos el fruto de ese trabajo de forma fraterna, solidaria, comunitaria…
Es que la paz nos debe convocar a pobres y ricos, a altiplánicos y orientales, a andino amazónicos y occidentales, a reconciliarnos con nosotros mismos, entre nosotros y con los otros. Es que debemos dejar de vernos como Caín y Abel, para vernos como hijos e hijas de la misma tierra (Adán), hijas e hijos de la misma costilla. Tenemos que empezar a vernos, a reconocernos, a aceptarnos como representantes de un Soberano que nos ha encargado la tarea de administrar la tierra, la misma que nos ha sido creada para nuestro bienestar.
La paz, en definitiva, es posible en la medida que cada uno esté dispuesto a poner la vida por el otro, aunque este otro sea quien la toma. Sin que esta entrega cause amargura o resentimiento, ni esta toma provoque soberbia o discriminación. Porque en definitiva, todos nosotros somos el resultado de una entrega y una toma mutuas, dialécticamente vivificantes. Quienes nos hicieron, han sido los primeros en poner su vida, su cuerpo, su fuerza, gracias a lo cual ahora nosotros, todos, somos y vamos siendo. Por ello, iremos siendo una nueva Bolivia, en la medida que vayamos trabajando por la paz.

José Luis Claure Fuentes
25 de Agosto del 2008
[1] Estas son las caracterizaciones que aparecen en el Proyecto de nueva constitución política del estado al referirse a los bolivianos y bolivianas.

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