27 de abril de 2009

En los medios que se pueda debemos ejercer el periodismo con ética social

De sábado a sábado

En los medios que se pueda debemos ejercer el periodismo con ética social

Remberto Cárdenas Morales*

La mayoría de los medios de difusión bolivianos censuran, autocensuran, dicen medias verdades, manipulan, matan a la verdad o siquiera lo intentan, al tiempo de informar y de opinar sobre la desarticulación del grupo armado que habría venido, desde Europa, a independizar Santa Cruz o cuando menos a conseguir mayor autonomía de aquel jirón de la patria.

Compartimos la definición de Althusser: los medios de difusión son “aparatos ideológicos”, es decir, instrumentos que difunden ideas (a veces las elaboran) y que ejercen la política.

Falacias sobre los medios, como la que sostiene que son instituciones de servicio público y, por tanto, imparciales o neutrales, ahora no resisten ninguna argumentación seria.

Entre nosotros, esos medios, los últimos días se han presentado de cuerpo entero, otra vez, lo que ocurre especialmente en lo que va de las reformas avanzadas en Bolivia.

Un vocero de los empresarios de los medios impresos se encarga de difundir otra mentira: que el “periodismo político” no es periodismo. Aquel colega ignora que este arte de “contar cosas”, vale decir, los periódicos en Bolivia, en el siglo XIX, desde sus primeras ediciones declaraban su simpatía y/o su pertenencia a tal o cual partido político.

En ese camino, El País de España, en su primer número avisó que sería el “intelectual colectivo” de la transición de la dictadura franquista a la democracia; ésta que sigue vigente en España, aunque limitada como es.

En Bolivia los medios ocultan esa tarea ideológica y política suya, pero la emprenden la que, en este último tiempo, es mucho más visible. A la vez, esos medios se definen como imparciales, objetivos, serios, decentes y otras “cualidades” de las que se habla, también, en ambientes académicos… Pero, en la realidad, no existen aquellos rasgos constitutivos de esos medios.

En el último tiempo, La Razón se animó a confesar (una vez) que iba a realizar una campaña (y lo hizo) para que Ronald MacLean sea elegido alcalde de la sede de gobierno. Esa decisión determinó la renuncia de varios editores de ese diario, los que apelaron a la cláusula de conciencia (por discrepar con esa línea informativa) y consiguieron que les paguen sus beneficios sociales. Sin embargo, durante largo período, esos ex redactores no encontraron trabajo en otros medios por lo que fundaron una agencia de noticias, la que fue cerrada.

Estos últimos días, la mayoría de los medios, especialmente las televisoras, imponen la censura, la que se demuestra cuando en cualquiera de ellos se instruye a un redactor que no entreviste a determinados personajes del mundo político o que como a ellos ya se les dio espacio no caben otras entrevistas. Redactores que con frecuencia viven ese tipo de realidades sienten que así son censurados, actitud que se la encubre de múltiples formas.

La autocensura (“callar es lo mismo que mentir”) es otra técnica para desinformar o subinformar. Una manera de guardar silencio cómplice. Por ejemplo, estos últimos días no se difunde, como otras, una nota periodística de un enviado especial a Belgrado (1992) que circula, entre periodistas, referida a que “Un brigadista español en Croacia (Eduardo Flores Rozsa), (es) acusado de ordenar el asesinato de un periodista”, la del suizo Christian Würtenberg. Ese crimen ocurrió en 1992, cuando Eduardo Rozsa Flores comandaba la Brigada Internacional de Voluntarios que luchó “junto al Ejército croata”. Eduardo Rozsa Flores, según aquellas fuentes, antes de enrolarse en aquel grupo armado, fue corresponsal del diario español La Vanguardia en Hungría y Croacia.

Son medias verdades las que se propagan acerca del que se considera fue jefe del grupo armado desarticulado en Santa Cruz (16-IV-09). Sólo destacar que aquél fue escritor, poeta, cineasta, periodista y coronel condecorado del Ejército croata. Que se negó a recibir una pensión de jubilado de aquella institución armada. Como yapa, que él inspiró una película destinada a contar las hazañas de aquél que no era mercenario, de acuerdo a su entrevistador, el húngaro Andras Kepes.

Manipular es torcer la verdad. Eso hicieron, sobre todo medios televisivos los primeros días posteriores al 16 de este mes. Dijeron que el jefe del grupo mercenario admiraba al Che y que en Bolivia se proponía seguir los pasos del Comandante de América y aseguraron que esos datos fueron tomados del blog de Rozsa Flores. Ahora se conoce que éste no quería seguir los pasos del Che en su accionar que pretendía independizar a Santa Cruz, según la entrevista que el periodista húngaro guardó como material “embargado”, técnica practicada en el mundo.

Esos medios de difusión, a más de lo anotado, matan a la verdad o lo intentan por dos vías: difunden declaraciones de fuentes y en forma textual, aparentemente sin averiguar nada más, sobre lo que dijo el gerente del hotel Las Américas: que la noche del atentado en la casa del Cardenal Terrazas los presuntos autores materiales no habían salido de aquel hospedaje. Eso que parece un intento de coartada, que podrían difundir cómplices de un delito, es palabra que amplifican los medios. La otra forma de matar a la verdad es asegurar que la llegada, a Santa Cruz, del 40 por ciento del Ejército boliviano causa “pánico” en “toda” la población cruceña.

Esos mismos medios de difusión utilizan las verdades para volcarlas en contra del gobierno o de algunos de sus integrantes. Dan cuenta de que se militariza Santa Cruz, lo que ocasiona pánico, según los opositores al gobierno, reiteramos. Quizá la deficiencia de los gobernantes es que no explican de manera suficiente los alcances de aquella movilización de tropas hacia esa región y, específicamente, en dirección a las extensas fronteras de Bolivia con Brasil, lugares en los que narcotraficantes, contrabandistas, sicarios y otros sujetos con prontuarios delictivos pululan por esos sitios en los que encuentran formas de vida con crímenes mediante.

El gobierno tiene la obligación ineludible defender la integridad territorial del país y el orden democrático, a pesar de las limitaciones de este último que favorecen a los conspiradores y dificultan la acción de los movimientos sociales. Asimismo, que éstos desarrollen su acción en la escena boliviana quita la calma a los que ejercían el poder, sin restricciones, hasta el 22 de enero de 2006.

Ante aquel cuadro, una vez más es necesario decir que la mayoría de los medios de difusión en Bolivia cumplen la misión para la que fueron creados, están en su salsa. Sería una lamentable ingenuidad que sigamos esperando que la mayoría de aquellos medios informen con veracidad, que faciliten la comunicación de la gente sencilla, que opinen con responsabilidad y que interpreten con ética la noticia y el comentario.

Esto último tienen que hacer los medios del Estado boliviano, administrados ahora por el gobierno en funciones. Son pocos los medios privados que emprenden esa difícil labor.

Concretamente, es necesario conseguir que se abra paso un mejor periodismo en las condiciones en las que vivimos y luchamos. Aquél implica emprender una y las campañas que sean necesarias para contar la verdad desde donde sea posible y buscarla todos los días (y en las redacciones los periodistas deben luchar por el derecho a informar con veracidad). El pueblo tiene mucho que decir sobre el presunto o real pánico (miedo excesivo sin causa justificada), en Santa Cruz, ante el desplazamiento de los uniformados. La gente, a la que los medios del sistema en decadencia menosprecia, debe ser la fuente principal para averiguar el estado de ánimo de los que de veras quieren vivir en paz pero con soluciones en Bolivia y en Santa Cruz, región en la que los verdaderos jefes políticos, financiadores, cómplices y/o vinculados a los separatistas alzados en armas, con certeza, empiezan a vivir con pánico porque temen ser descubiertos.

Debemos opinar, con responsabilidad, sobre el terrorismo apoyados en datos irrefutables que muestren el papel que aquél jugó en la historia boliviana, especialmente, en tiempos de las dictaduras y para el advenimiento de éstas.

Tenemos que investigar (para reconocer y descubrir) y para contar con materiales imprescindibles para interpretar con ética social aquel fenómeno político. Interpretar con ética social, como propone la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap), quiere decir ejercer el oficio periodístico para lo que son prioritarios los intereses colectivos respecto de los individuales o, lo que es similar, establecer el lugar de los verdaderos intereses regionales, populares y nacionales al informar, comunicar, opinar e interpretar, en este tiempo en el que Bolivia cambia a pesar de la resistencia de la derecha.

La Paz, 25 de abril de 2009.
* Periodista

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