Por: María del Carmen Romero auad
Los conflictos surgen, allí donde debemos imponernos, están al servicio del crecimiento, de la mejor solución, de la superación de nuestras limitaciones…
Bert hellinger
En enero del 2007 enfrentamos un gran conflicto que sufre Bolivia desde hace siglos y que hoy y desde ese enero ya no podemos ocultar ni disfrazar.
Este gran conflicto surge de dos conciencias distintas, de dos modos de mirar la vida. Surge de deudas ancestrales, de despojos y reivindicaciones y de una gran necesidad y fuerza que nos lleva a equilibrar lo que está en desequilibrio.
¿Pero, cuál es la verdadera motivación que se oculta detrás de este conflicto? Detrás de todo gran conflicto se encuentra la necesidad de sobrevivir y esto va acompañado de un deseo de aniquilar y “retirar” lo que se opone a esta primera gran necesidad de sobrevivir. Ambas partes desean aniquilar a la otra para “ganar” o sobrevivir al otro. Ambos se creen mejores y están apoyados en una tranquilidad de conciencia que les hace pensar que su posición es la mejor y la correcta en desmedro del otro que es mirado como el malo, el provocador, el extraño que piensa o actúa distinto a mí, por lo tanto no es de mi “grupo” y merece ser retirado o vencido.
Como humanidad, ¿en qué nos beneficia resolver las cosas aniquilando al otro? ¿Qué logramos realmente después de vencer al otro, ya sea con una guerra, exterminando, esclavizando o subyugando al otro? ¿Cuánto tiempo nos dura esta euforia? ¿Y qué estamos dispuestos a hacer para preservarla? Porque todo lo que sube, baja y nada es estático o permanente.
Nuestro cuerpo, la sociedad, el mundo, el universo están en permanente movimiento. Nada queda quieto, y lo que consideramos un logro tiene solamente un tiempo de duración para luego cambiar a otra cosa, pues las fuerzas opositoras permanentemente buscarán emerger. Y así, a lo largo de la historia, los humanos no logramos visualizar soluciones más grandes y permanentes que lo que dura nuestro pequeño instante de vida. Nuestra mirada individualista y desconectada del todo nos hace pensar en conquistas pequeñas e inmediatas, que perpetúan el malestar y las diferencias, porque así como todo se mueve, todo acto tiene consecuencias y éstas actúan más allá de nosotros y de nuestro periodo de vida.
Lo vemos mejor y sin tanta carga frente al desastre ecológico ocasionado por anteriores generaciones que sobreexplotaron nuestra fuente de vida, la madre tierra. Pero también en este caso podemos verlo como ajeno: “otros” son los causantes, jamás yo, pues los responsables son los que talan los árboles y no yo, que quiero mi casa revestida de madera o calentarme con buena leña. Los culpables son los que manipulan genéticamente alimentos y no yo que los consumo, etc.
Cada acto nuestro tiene un efecto que no podemos ocultar, y si no lo sufrimos nosotros, sufrirán las futuras generaciones. De este modo, el gran conflicto que vive Bolivia, aparentemente generado sólo porque los indígenas están en el poder y se quieren imponer, en realidad es consecuencia de toda la historia pasada; de esto debemos tomar conciencia.
El individualismo, la desconexión con el todo, nos hace pensar que somos responsables solamente de nuestra vida, en el tiempo que nos toca vivir, y no nos deja ver que somos producto tanto de nuestros ancestros como de una larga historia grupal, desde donde adquirimos deudas y responsabilidades y sufrimos consecuencias por el mal manejo anterior.
¿Cómo hacer para tomar conciencia de que los pasos dados hoy tendrán una repercusión mañana, en nuestros hijos, en la sociedad, en la madre tierra? ¿Cómo hacemos para comprender que somos un solo cuerpo , con una sola alma, una sola especie, que cuando hiero al otro me hiero a mí? ¿Que cuando tomo venganza, otro vengará a mi víctima? ¿Cómo hacer para mirar al otro como igual? ¿Cómo puedo evitar el deseo de aniquilar?.
La Paz, la gran paz, empieza en el alma, en el corazón de cada uno cuando puede incluir lo que antes estaba excluido, cuando puede mirar al otro con las mismas necesidades, miedos y anhelos; cuando juntos podemos dolernos por las muertes, las pérdidas, la historia común heredada.
Este es el gran reto y el verdadero conflicto: ¿Puedo sentirme parte de un todo e incluir al otro como igual a mí?
María del Carmen Romero Auad
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