19 de octubre de 2007

Lo que el humo no deja ver … de los incendios rurales

Escrito por Leila Cortez (*)
CIPCANotas 208
15 de octubre de 2007


Cuando pasa el humo olvidamos que estuvo con nosotros y que hasta hace poco nos tuvo preocupados por los incendios forestales, que yo prefiero llamarlos incendios rurales।

Las autoridades han colocado en lo público esta contingencia desde diversas perspectivas। En lo que sí han coincidido los prefectos de la oposición –en cuyas zonas el problema ha alcanzado niveles alarmantes- y las autoridades de gobierno, ha sido en apuntar como origen de los incendios a los chaqueos.

Cabe preguntarse entonces quiénes son esos chaqueadores, esos culpables de tanto mal al medio ambiente, a los recursos naturales, a los bosques, a la biodiversidad, al ganado y especialmente a la salud de las personas।

La lista está compuesta por indígenas, campesinos, ganaderos y agroindustriales। ¿Cómo actúan todos ellos? La siembra empieza más o menos en octubre, para entonces los terrenos deben estar aptos, por eso, entre agosto y septiembre “chaquean”, justo los mismos meses de seca y fuertes vientos.

Pero hilemos más fino y particularicemos cada caso। Indígenas y campesinos chaquean, es decir, tumban árboles (más o menos en mayo, junio) y queman (agosto y septiembre) sus áreas donde pretenden cultivar, al final de cuentas con esta actividad aseguran la supervivencia de sus familias. Es que el chaqueo es la técnica más barata para habilitar terrenos para la siembra; es difícil determinar en qué extensiones lo hacen, pues unos años habilitan una parte de su parcela, otros años habilitan otra en mayor extensión, en fin. Pero un dato que nos puede dar idea de hasta cuánto chaquean son sus límites de producción, por lo menos en el casos de los pequeños productores. Por lo general cuentan con mano de obra familiar y pocos recursos para la compra y uso de agroquímicos. La experiencia de CIPCA -que trabaja impulsando la economía de las familias campesinas e indígenas en varias regiones del país, a partir de su propuesta basada en los sistemas agroforestales que no incorpora la práctica de las quemas- señala que la agricultura campesina indígena, chaquea alrededor de 3 hectáreas.

¡Pero se habla de cientos de hectáreas quemadas!

Hay otros “chaqueadores” como por ejemplo los ganaderos que, para ser precisos, queman pastizales, estos sí lo hacen en miles de hectáreas para alimentar a los cientos de cabezas de ganado que poseen। También están los que cultivan extensas tierras para la soya, sorgo, girasol y otros productos destinados mayormente al mercado de exportación. Si este sector tiene una actividad productiva mayor ¿Por qué utiliza la quema para habilitar cultivos? ¿Por qué no moderniza su actividad mediante la incorporación de otra tecnología? ¿Acaso no resulta lógico exigir de ellos mayor eficiencia cuando a las claras no están en las mismas condiciones de pobreza que los indígenas y campesinos? El polo de desarrollo soyero, cañero y demás que se engalana cada septiembre en la Feria Exposición y en otros eventos similares, haría mérito de lo que dice ser si abandonara la lógica de invertir lo mínimo para ganar lo máximo.

A los pequeños, habrá que exigirles que se sujeten a hacer “quemas controladas” sobre lo cual se tienen normas, leyes y sistemas de información y sensibilización desde las diferentes entidades estatales।

Para todos en general, la primera exigencia es obtener un permiso de quema controlada en la superintendencia agraria। Curiosamente este año muy pocos dieron este paso, aunque muchos fueron los que quemaron. Otra cosa son el chaqueo y las quemas de monte en áreas fiscales, esos son regulados por la superintendencia forestal y en la mayoría de los casos, están prohibidos.

Si hay todos estos resguardos ¿Por qué cada año hay tanta quema? Una razón es la expansión de la frontera agrícola। Imágenes satelitales dan cuenta que en áreas de vocación forestal se está tumbando y quemando bosque para habilitar terrenos para la agricultura o pastizales. Nuevamente, unos son campesinos e indígenas que tumban monte de acuerdo a sus posibilidades y otros son los agropecuarios que abren grandes extensiones. En ambos casos se comete ilegalidad. Lo paradójico es que los que provocaron mayor quema son los que ahora exhiben más las pérdidas de ganado, piden apoyo para forraje, créditos blandos, incentivos, etc. para no perder su producción ganadera y la de otras actividades agrícolas. A estos y a las autoridades, municipales, prefecturales y nacionales es a quienes debemos pedirles cuentas por el desastre.

Cuando empiecen a respetar la norma, cuando empiecen a pensar en dejar aire puro a sus hijos y buenos bosques –y en esto los pueblos indígenas tienen mucho que enseñarnos, pues si bien chaquean y queman en escasas hectáreas, tienen como principio y práctica de vida la conservación del bosque y la diversidad que hay en él- entonces volveremos a esperar, como antaño, cada primavera sin evacuados, sin casas de comunarios quemadas, sin ancianos o niños enfermos y con un medio ambiente y aire más sanos।

Mientras tanto, a pesar del humo, fijémonos bien cuál el origen del fuego, así sabremos “dosificar bien el remedio para combatir la enfermedad”.

(*) La autora es comunicadora de la Unidad de Acción Política de CIPCA

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