8 de octubre de 2007

Feliz culpa la que inmortalizó al Che


Por: Jubenal Quispe

El 14 de junio de 1928, en Rosario-Argentina, una madre daba a luz a un mortal, y el 9 de octubre de 1967, en Vallegrande-Bolivia, este mortal nacía a la inmortalidad para fecundar nuestras esperanzas y nuestros sueños contra toda desilusión।

Estas 40 primaveras del natalicio inmortal del Che, las celebramos con un corazón agradecido y lleno de gozo porque el místico revolucionario no gastó su vida terrenal en vano. Hoy, desde diferentes rincones insospechados de Bolivia y de la Patria Latinoamericana irrumpen los nuevos heraldos de la transformación iluminados por la luminosa estrella del mítico héroe Che Guevara.

Hoy, como ayer, su audacia y su compromiso perpetuo por los empobrecidos nos impulsan a entregar la vida sin reservas por cuantos ya no pueden seguir esperando। Hoy, como hace cuarenta años atrás, el Che nos sigue arengándonos: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”. Los verdugos del Che no midieron las consecuencias de la cobardía de sus actos. Quizás no tomaron en serio sus palabras: “Podrán matar a las personas, pero nunca sus ideas”. ¡Feliz culpa la que inmortalizó al Che!

Un 9 de octubre, hace 40 años atrás, el zumbido ensordecedor de las metralletas que vaciaban sus proyectiles sobre la humanidad del Che era consumido por un silencio huérfano que se posaba sobre el mundo, deteniendo los relojes, la órbita de los planetas y el curso de la sangre en las venas। Entonces, el día todavía no había terminado de nacer y ya estaban inmolando al hombre nuevo. Así acrisolaron al Amador de las Américas para convertirlo en el lucero matinal que ilumina la primavera fecunda de estos tiempos de cambio.

En los últimos decenios, los verdugos del Che nos quisieron robar los sueños, como intentaron robarle la vida al Che, pero nuestros sueños por un mundo nuevo y por un planeta habitable, hoy, resurge fulgurante por encima de las cenizas que aún queda del neoliberalismo। Es el testimonio y el ideario del Che que nos mueve a comprometernos con nuestra sociedad adolorida que en las estrellas sólo ve cruces porque los ojos de sus habitantes están cubiertos de lágrimas contenidas.

El mayor milagro del Che, al igual que el de Túpac Katari, Bartolina Sisa, Zárate Wilka, Luis Espinal, entre otros, consiste en que la América oficial ya no puede existir sin la América profunda de los excluidos y empobrecidos por el sistema। Este proceso no es nada fácil. Los verdugos del Che y de los demás mártires todavía tienen el poder de la muerte material. Ellos están empeñados en seguir matando nuestros cuerpos y envenenando nuestras mentes para continuar usufructuando del sufrimiento de los inocentes. Pero nuestra fortaleza no está en los logros que podamos alcanzar, sino en nuestros esfuerzos permanentes por construir la nueva sociedad. Nuestro gozo está en la mística de la inmolación permanente por el Bien Mayor.

El Che nos enseñó y nos enseña a arriesgar la vida con amor sereno, venciendo nuestro instinto de conservación. Esta serenidad ascética es testimoniada por Ricardo Rojo: “Cuando lo hicieron retirar del lugar del crimen, los dos verdugos no pudieron ocultar su estremecimiento de terror: el Che tenía los ojos bien abiertos y serenos, y una sonrisa que para ellos significaba desdén y para el resto del mundo, simplemente amor” (Ricardo Rojo, 1968) Gracias Dios Padre y Madre de todos los nombres que nos permites celebrar, hoy, una vez más, la victoria de la vida sobre la muerte. Gracias por encarnarte en nuestros mártires como el Che, quienes con su grandeza y miseria nos indican el camino irreversible que debemos de seguir para fundirnos contigo en el amor.

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