Por: Max Murillo Mendoza
Ha corrido bastante agua bajo el puente. Hoy ya existe un presidente indígena y el mundo acaba de reconocer sus derechos legítimos, de los indígenas, en las Naciones Unidas. Pero la mentalidad de quiénes han sido dueños de la historia no ha cambiado. Las modas como la modernidad, el post-modernismo, la vanguardia de la ciencia y la investigación son interesantes maquillajes de esta mentalidad. El progreso sólo ha servido para legitimar su dominio y su manera de ser: discriminadora, racista, colonial y pigmentocrática. El progreso ha sido un instrumento para hacer gala de su poder, de su fama histórica y sus delirius tremens frente a todo los demás (de dicha mentalidad). Los textos de historia confirman esta línea: narran sus hechos: de gloria, de guerras gloriosas y justificadas matanzas de “bárbaros e incivilizados”, de personajes ilustres que adornan con sus pecheras llenas de condecoraciones, o tinterillos dibujados y fotografiados para los recuerdos escolares de cada lunes, en todos los actos conmemorativos de “nuestra historia”. En fin.
Parafraseando a Marx, cuando se refería a la filosofía occidental, que en su sangre sigue recorriendo mentalidad teológica, refiriéndose a lo más retrógrado de la filosofía, pues podríamos decir que en la sangre de los que dominaron siempre, por estas latitudes, “nuestras historias” sigue recorriendo esa congénita manera de odiar lo suyo, y adorar lo extraño y la fascinación darwiniana para generar estructuras sociales a imagen y semejanza de “la madre patria”. Y tienen desde siempre un bloqueo mental para comprender otras maneras de ser y ver la vida, otras maneras de sentir y convivir con el entorno social y natural. Sus portavoces siguen vigentes en los medios de comunicación y vomitan a más no poder contra todo lo distinto. Sus clases sociales, como la media, apenas han llegado al ridículo de pensar en los nacionalismos (MNR- MBL-MIR) sin nación. Con sus instintivas maneras de sobrevivencia en medio de la tragedia y el despojo de migajas en complejas sociedades gelatinosas y sin identidad.
Pues eso es. Y al margen de todo este grotesco espectáculo oficial, se han ido generando en las sombras y las catacumbas de “la historia”, otros movimientos, otros juegos y otros tableros de ajedrez. La dinámica de la creatividad, a pesar del dolor y la tragedia, ha ido ganando terreno y postura hasta en el lenguaje y las imágenes. Decía también Marx, que lo que más ama un esclavo son sus cadenas. Es decir, no ha sido y no es fácil comprenderse y comprender el empuje de los cambios, la resistencia a estos es enorme (oligarquías, clases medias, izquierdas oligárquicas, y tukuy imas de intelectualoides académicos). De alguna manera, en nuestra sangre ya recorre lo moderno, lo post-moderno y lo darwiniano. Cómo hacernos esa transfusión?
Algunos pueblos hablan del regreso de los ancestros. Otros de Pacha. Hay un sentimiento de que algo está ocurriendo, no por lo oficial de algunos países: Venezuela, Ecuador, Nicaragua, incluso Bolivia, sino por lo que se mueve en los distintos niveles de lo social, cultural, político y económico. Está sucediendo, más allá de lo oficial, más allá del progreso, más allá de los discursos y las posturas de fotografía. Más allá de las estructuras y las modas, más allá de las academias y los centros de poder (informativos, políticos, económicos y científicos). Incluso en las ciudades se inundan las calles de k´oas y “misas andino-amazónicas”, ante la inseguridad de lo moderno, de lo liberal. Las nuevas generaciones empiezan a interrogar a sus padres y abuelos sobre sus fracasos. Nada están recibiendo, sino las promesas de siempre: la llegada de santos y tierra prometida. Saben estas generaciones que hay que construir o reconstruir de cero, ya que la historia ha sido un constante fracaso, un constante engaño, un espejismo y una humillación ante dioses sedientos de sangre y sacrificios crueles. Nada está dicho, empieza a decirse. Quizás no sea necesario entender, sino sentir, olfatear los cambios y los llamados a participar en estas nuevas oleadas. La verdad no existe, sino las verdades. Ya sabíamos; pero confirmamos. Nuestra paciencia ha tenido sentido, no importa el tiempo, ya que también es un engaño. Nuestras dudas cobran su valor en estas construcciones de nuevos escenarios, pero que responden a viejos sueños y mitos enterrados por las mentalidades del miedo y el progreso.
Cochabamba, 12 de octubre de 2007
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