Por: Sergio Muñoz Bata*
Por suerte para Al Gore, el Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz no consultó a la Suprema Corte de Justicia estadounidense para conferirle, asociado al Grupo Intergubernamental de expertos de la Organización de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el galardón del 2007।
No ha faltado quien sugiera que el reconocimiento tiene un carácter político y lo interprete como un desagravio a Gore por la elección del 2000 y frente a la intransigencia de George W। Bush en el tema del calentamiento global. Gore trabajó en la redacción del Protocolo de Kyoto que Bush nunca quiso aceptar.
También se ha desatado la insinuación de sus simpatizantes de que el premio le coloca en una situación privilegiada para lanzar su candidatura a la nominación presidencial। Hasta ahora, el propio Gore ha dicho que no hay tal.
Aunque algunos científicos han criticado algunas de las afirmaciones que se hacen en su documental sobre el calentamiento global, sus merecimientos al Nobel no están en duda. Su historial en la defensa del medio ambiente se mide en décadas y está plenamente documentado.
Otra cosa son sus merecimientos políticos। Pero empecemos por preguntarnos: ¿Está el partido demócrata en una situación tan crítica vis-a-vis la elección del 2008, que necesita desesperadamente a un nuevo candidato? Y si este fuera el caso, ¿sería Gore el arquetipo de político simpático por quien suspiran los votantes?
La respuesta es un rotundo no. El campo está debidamente cubierto, los candidatos actuales cumplen bien su papel dentro del ritual político y, hasta el momento, todas las encuestas indican que los demócratas son los favoritos para ganar la Casa Blanca y ambas cámaras en el Congreso.
¿Qué es lo que Gore tiene que ofrecer que lo distinga del grupo de candidatos que lleva meses, años en algunos casos, buscando la nominación?
Poco o nada। Además de que su tardía aparición en el escenario, evidenciaría un oportunismo político lamentable. En su expediente político hay ya dos derrotas que pesan mucho. No pudo ganar la candidatura en 1988, y en el 2000, aún cuando ganó el voto popular y su pérdida la decidió una Corte Suprema muy cargada a la derecha, el hecho es que en las dos oportunidades que tuvo, simplemente no pudo.
¿Podría Gore, a estas alturas de la campaña por las nominaciones presidenciales, armar un equipo de campaña eficiente y recaudar los 80 millones de dólares que necesitaría para empezar a competir adecuadamente con los aspirantes que llevan la delantera en las encuestas de opinión? ¿Posible? Sí. ¿Probable? Quién sabe, pero perjudicaría al resto de los candidatos tanto en la primaria como en la general y dividiría a su partido al procurar a los mismos donantes.
¿Enfrentaría el Nobel del medio ambiente un insalvable conflicto de interés si llegara a ganar la presidencia? Yo pienso que sí porque la política es el arte de la negociación entre intereses opuestos। En tanto que defensor del medio ambiente, Gore se ha convertido en un activista y bienvenido sea en su nuevo papel. Pero un Presidente tiene que conciliar intereses y eso significa ceder ocasionalmente para poder consolidar.
Si por el contrario, Gore continuara el curso que se ha trazado como ambientalista y los vientos siguen favorables a los demócratas, como bien señaló Hillary Clinton al celebrar su designación, el premio le llega “justo cuando tendremos la oportunidad, con un nuevo presidente en enero de 2009, de liderar al mundo otra vez, en la búsqueda de soluciones।” Es decir, a cada quién, su cada cuál.
Editorialista de los Angeles Times
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