Por Xavier Albó (*)
Hay diferencias substanciales en la manera que han surgido ambas propuestas. La Constitución, nació de una convocatoria con elección nacional de constituyentes y un largo proceso nacional. Fue aprobada en Oruro por la gran mayoría de constituyentes que persistieron en ese proyecto hasta el fin, a pesar del bien orquestado asedio de quienes se oponían a ella para abortarla. Por eso la wawita Constitución nació, jadeando a duras penas, tras las dos maratónicas sesiones de La Glorieta y Oruro. Pero nació. El número doble La Asamblea Constituyente por dentro, de la revista de ciencias sociales T’inkazos (nº 23-24, marzo 2008), ya nos permite comprender este proceso y sus entretelones.
Quienes, siendo minoría, quisieron abortar esa Constitución desde un principio, alegan que su parto con fórceps fue ilegal. Pero callan sobre los cuatro últimos meses en que abandonaron las sesiones y a la fuerza impidieron su parto natural. Quieren borrar todo lo hecho desde el dizque “vicio más antiguo”; pero en el fondo de lo que más se asustan es del actual intento por superar el vicio más, más, más antiguo que estaba en la base de la primera Constitución de 1826, a saber, haber creado a Bolivia excluyendo a los pueblos que conformaban y conforman hasta hoy la mayoría del país.
La precipitación con que concluyó aquel proceso, debido a aquel bloqueo (y también a algunas movidas políticas), impidió sin duda limar y concertar una serie de puntos pendientes. Esta tarea sigue pendiente y es urgente. Pero se trata de pulir, reparar, complementar y fortalecer a la wawa. No de rematarla, enterrarla y empezar a gestar otra wawa como si nada hubiera pasado. Esta Constitución, en medio de su lenguaje barroco, refleja un proceso innovador fuertemente trabajado y querido por amplios sectores de la población, sobre todo los marginados de siempre. No es ético ni legítimo ignorarlo.
Los estatutos autonómicos no nacieron de una convocatoria ni de la elección democrática de quienes debían redactarlos. Fueron aprobados de manera igualmente maratónica pero por un grupo autonombrado. Como estatutos, deben encuadrarse en una Constitución, que es la Ley Madre. De momento, no hay más que la ahora vigente; a la larga, podrían encajar con la nueva, cualquiera que sea. El intento de avalarlos ya por el atajo de un referéndum departamental, aunque tiene indudable fuerza simbólica y efecto político, es ilegal. No sólo lo dice el actual presidente de la Corte Nacional Electoral. Coincidí hace poco con un bien conocido y prestigiado ex-presidente de la misma Corte, nada cercano al MAS, y le pregunté qué habría hecho ahora de estar en ese cargo y me respondió: “Yo habría dicho exactamente lo mismo que el actual presidente, sólo que lo habría dicho ya el primer día, sin esperar tanto”.
En medio de las diferencias hay también muchos elementos comunes no sólo en los “vicios” de ambos procesos sino también en la mayoría de las propuestas, pese a su polarización. El estudio reciente de Carlos Börth, Silvia Chávez y Andrés Torrez, llamado Puentes para un diálogo democrático (FES-ILDIS y fBDM, febrero 2008) nos lo muestra al comparar con unas tablas muy didácticas el texto de la Constitución 2007 y el de los cuatro estatutos autonómicos. Los artículos duros realmente conflictivos son mínimos en los estatutos de Tarija y Pando, intermedios en los del Beni y mayores sólo en el caso de Santa Cruz, que añade 40 nuevas competencias departamentales “exclusivas” a las 13 que – un poco mich’a - ya les concede la nueva Constitución.
Según declaraciones de un elaborador de esos últimos estatutos son maximalistas para tener una mejor base de negociación. Algo de ello ocurre también en el texto constitucional, como muestran las pulidas que ya se le fueron dando de La Glorieta a Oruro a la entrega del texto en la Plaza Murillo. ¡Avancemos pues por ambos lados en esa misma línea dialogante!
No podemos trancarnos en sólo lo estrictamente jurídico, que puede llevar a discusiones y matufias interminables sobre la letra de la ley, atrofiando su espíritu, como si sólo se tratara de ganar una partida de bridge. Si por encima de todo miramos y amamos a Bolivia aprenderemos a encontrar y fortalecer lo común y lo compatible que nos sigue uniendo para recién encuadrar en ello nuestras posturas y sueños distintos, muy legítimos.
(*) El autor es jesuita, antropólogo e investigador de CIPCA
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