Escrito por Ismael Guzmán y Mariluz Guaji (*)
La noción de desarrollo o más bien de bienestar en el mundo indígena, está en cierta forma vinculada a la idea del sentirse bien como resultado de un estar cómodo en una territorialidad propia. Pero esto sólo es posible en la medida que el individuo o la familia ejerce un estado de vida sin que se limite su acción, su decisión, su contacto y su desplazamiento, es decir, implica un estado de libertad, por tanto, más que la comodidad material del espacio domiciliario, es un estar cómodo de la subjetividad en su territorialidad. En los hechos es la libertad (del yo) para hacer chaco en el sitio que considere más adecuado, libertad para acceder a los recursos naturales como medio de vida, libertad de circulación en un territorio amplio y propio (del nosotros), libertad para vincularse de manera permanente con las demás personas de la comunidad y del territorio, libertad para disponer en cierta manera del tiempo propio sin obligaciones que lo aferren a fechas ni horarios.
De modo que la idea del estar cómodo entendido como un resultado de la libertad, trasciende el espacio del hogar y la residencia, pero también trasciende el “yo” personal o familiar, porque está vinculada al territorio y a la comunidad sociocultural con la que interactúa, está expresada en términos de territorialidad. Es un bienestar generado por la buena convivencia con el entorno ecológico y social y no así estrictamente económico, y las condiciones las proporciona el territorio con sus recursos y sus habitantes con sus prácticas socioculturales.
Los componentes materiales construidos o logrados, tales como la vivienda y los enseres domésticos indispensables en el ámbito familiar, o la escuela, la posta sanitaria, la bomba de agua en el ámbito comunal, no es que estén ausente de esta concepción de estar cómodo, pero adquieren una jerarquía secundaria.
A diferencia de la sociedad globalizada, la tenencia de vivienda, la superficie de ésta y los ambientes que dispone, no es motivo de diferenciación social ni indicador de inequidad en la redistribución de la riqueza, la vivienda se la construye a la medida de la necesidad y absolutamente todas las familias están en condiciones de acceso, porque no está sujeto al dinero, está sujeto al acceso a los materiales que los proporciona el mismo territorio y a la fuerza de trabajo, la cual está disponible en el seno de la misma familia y si no es suficiente se lo consigue de la misma comunidad en condiciones de reciprocidad.
Lo que sí otorga reconocimiento y por tanto prestigio social es la laboriosidad de la persona, el trabajo es un valor de alta estima y en función a ese valor la familia posee determinada extensión de cultivos, realiza la renovación y ampliación de su vivienda cada que es necesario, define la frecuencia de jornadas de caza y pesca, establece el grado de involucramiento en el sistema del don (festividades, trabajos comunales), etc. Estas actividades señaladas requieren de un alto grado de esfuerzo humano, pero como generalmente incursionan en este tipo de tareas desde muy jóvenes, están acondicionados a ese nivel de exigencia, lo cual a su vez les facilita el responder a la dureza del trabajo en las estancias donde regularmente al menos una temporada de su vida trabajan como peones.
Sin embargo, estos indicadores que refieren a la laboriosidad también son relativos, puesto que por ejemplo un comunario en ejercicio de dirigencia ya sea comunal o territorial, por las funciones que desempeña está limitado en este tipo de tareas dirigidas al sustento familiar y por tanto suele experimentar carencias.
De otro lado, el término pobreza no tiene un referente en el imaginario indígena y esto se entiende de un lado por el grado de afinidad entre sus estrategias de vida y las condiciones medioambientales de su territorio, lo que asegura su sustento familiar y comunal, pero de otro lado también tiene que ver con la ausencia o la extrema debilidad de la lógica de la acumulación que a su vez facilita la efectividad de sus sistemas de redistribución material, además que el tipo de necesidades básicas en alguna medida difiere de las establecidas entre la sociedad globalizada, hecho que también influye en la ausencia del sentido de pobreza en la comunidad o en la familia.
Sin embargo, una noción del sentimiento de pobreza, de relativamente reciente incorporación en la idiosincrasia indígena, está relacionada con la carencia o precariedad de servicios como vías camineras, ítems para la educación de los hijos, posta sanitaria, etc., situación que genera en la percepción del individuo y su colectividad, la sensación de abandono, exclusión, marginalidad y ello suelen relacionarlo con estado de pobreza; aunque en la realidad este sentimiento de pobreza tiene una connotación ideológica de dominación-subordinación en sus relaciones con la sociedad no indígena y por tanto es un discurso externo pero actualmente apropiado.
Este mismo principio del sentirse bien como resultado del estar cómodo, es válido para el ámbito de la comunidad, del nosotros colectivo, con la diferencia que la noción, por su alcance grupal organizado, está directamente asociada a la idea de autonomía.
Pero la felicidad no sólo está determinada por las condiciones y las realizaciones estrictamente familiares, sino que también está intrínsicamente vinculado a lo comunal, puesto que una persona es considerada feliz cuando, además de estar cómodo y por tanto tener libertad, actúa en armonía con el resto de la comunidad, es decir, no hace daño a nadie, no perjudica a nadie, no difama a nadie, sino más bien, armoniza, socializa, comparte, practica el don (dar y recibir), en otras palabras contribuye a la reproducción del sistema de comunidad. Por tanto la felicidad es un sentimiento personal pero muy vinculado a un valor social.
(*) Ismael Guzmán es sociólogo de CIPCA Beni
(*) Mariluz Guaji es comunicadora bilingue de CIPCA Beni
La noción de desarrollo o más bien de bienestar en el mundo indígena, está en cierta forma vinculada a la idea del sentirse bien como resultado de un estar cómodo en una territorialidad propia. Pero esto sólo es posible en la medida que el individuo o la familia ejerce un estado de vida sin que se limite su acción, su decisión, su contacto y su desplazamiento, es decir, implica un estado de libertad, por tanto, más que la comodidad material del espacio domiciliario, es un estar cómodo de la subjetividad en su territorialidad. En los hechos es la libertad (del yo) para hacer chaco en el sitio que considere más adecuado, libertad para acceder a los recursos naturales como medio de vida, libertad de circulación en un territorio amplio y propio (del nosotros), libertad para vincularse de manera permanente con las demás personas de la comunidad y del territorio, libertad para disponer en cierta manera del tiempo propio sin obligaciones que lo aferren a fechas ni horarios.
De modo que la idea del estar cómodo entendido como un resultado de la libertad, trasciende el espacio del hogar y la residencia, pero también trasciende el “yo” personal o familiar, porque está vinculada al territorio y a la comunidad sociocultural con la que interactúa, está expresada en términos de territorialidad. Es un bienestar generado por la buena convivencia con el entorno ecológico y social y no así estrictamente económico, y las condiciones las proporciona el territorio con sus recursos y sus habitantes con sus prácticas socioculturales.
Los componentes materiales construidos o logrados, tales como la vivienda y los enseres domésticos indispensables en el ámbito familiar, o la escuela, la posta sanitaria, la bomba de agua en el ámbito comunal, no es que estén ausente de esta concepción de estar cómodo, pero adquieren una jerarquía secundaria.
A diferencia de la sociedad globalizada, la tenencia de vivienda, la superficie de ésta y los ambientes que dispone, no es motivo de diferenciación social ni indicador de inequidad en la redistribución de la riqueza, la vivienda se la construye a la medida de la necesidad y absolutamente todas las familias están en condiciones de acceso, porque no está sujeto al dinero, está sujeto al acceso a los materiales que los proporciona el mismo territorio y a la fuerza de trabajo, la cual está disponible en el seno de la misma familia y si no es suficiente se lo consigue de la misma comunidad en condiciones de reciprocidad.
Lo que sí otorga reconocimiento y por tanto prestigio social es la laboriosidad de la persona, el trabajo es un valor de alta estima y en función a ese valor la familia posee determinada extensión de cultivos, realiza la renovación y ampliación de su vivienda cada que es necesario, define la frecuencia de jornadas de caza y pesca, establece el grado de involucramiento en el sistema del don (festividades, trabajos comunales), etc. Estas actividades señaladas requieren de un alto grado de esfuerzo humano, pero como generalmente incursionan en este tipo de tareas desde muy jóvenes, están acondicionados a ese nivel de exigencia, lo cual a su vez les facilita el responder a la dureza del trabajo en las estancias donde regularmente al menos una temporada de su vida trabajan como peones.
Sin embargo, estos indicadores que refieren a la laboriosidad también son relativos, puesto que por ejemplo un comunario en ejercicio de dirigencia ya sea comunal o territorial, por las funciones que desempeña está limitado en este tipo de tareas dirigidas al sustento familiar y por tanto suele experimentar carencias.
De otro lado, el término pobreza no tiene un referente en el imaginario indígena y esto se entiende de un lado por el grado de afinidad entre sus estrategias de vida y las condiciones medioambientales de su territorio, lo que asegura su sustento familiar y comunal, pero de otro lado también tiene que ver con la ausencia o la extrema debilidad de la lógica de la acumulación que a su vez facilita la efectividad de sus sistemas de redistribución material, además que el tipo de necesidades básicas en alguna medida difiere de las establecidas entre la sociedad globalizada, hecho que también influye en la ausencia del sentido de pobreza en la comunidad o en la familia.
Sin embargo, una noción del sentimiento de pobreza, de relativamente reciente incorporación en la idiosincrasia indígena, está relacionada con la carencia o precariedad de servicios como vías camineras, ítems para la educación de los hijos, posta sanitaria, etc., situación que genera en la percepción del individuo y su colectividad, la sensación de abandono, exclusión, marginalidad y ello suelen relacionarlo con estado de pobreza; aunque en la realidad este sentimiento de pobreza tiene una connotación ideológica de dominación-subordinación en sus relaciones con la sociedad no indígena y por tanto es un discurso externo pero actualmente apropiado.
Este mismo principio del sentirse bien como resultado del estar cómodo, es válido para el ámbito de la comunidad, del nosotros colectivo, con la diferencia que la noción, por su alcance grupal organizado, está directamente asociada a la idea de autonomía.
Pero la felicidad no sólo está determinada por las condiciones y las realizaciones estrictamente familiares, sino que también está intrínsicamente vinculado a lo comunal, puesto que una persona es considerada feliz cuando, además de estar cómodo y por tanto tener libertad, actúa en armonía con el resto de la comunidad, es decir, no hace daño a nadie, no perjudica a nadie, no difama a nadie, sino más bien, armoniza, socializa, comparte, practica el don (dar y recibir), en otras palabras contribuye a la reproducción del sistema de comunidad. Por tanto la felicidad es un sentimiento personal pero muy vinculado a un valor social.
(*) Ismael Guzmán es sociólogo de CIPCA Beni
(*) Mariluz Guaji es comunicadora bilingue de CIPCA Beni
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