Max Murillo Mendoza
Carlos de Mesa, hijo de migrantes españoles, personaje de clase media alta, es el representante más nítido de lo que es la clase media boliviana. Una clase media que ha fracasado absolutamente en todo frente al país. Una clase sin identidad, especialista en copiar modelos ajenos a esta realidad, sin personalidad, sin autoestima. Y Carlos Mesa no supo qué hacer ni qué decir cuando el país le confió el poder político después del fracaso de la oligarquía tradicional. Ni siquiera planteó una propuesta al país, sino slogans de “unidad”, o cosillas de orden político clásico. Su desconocimiento total de la realidad le condujo a enfrentarse con el país profundo. Prometió, como sus antecesores, cielo y tierra; pero nada hizo, sino aprovecharse del poder para apalancarse como imagen, y eso es la clase media boliviana: apariencia, ego, disfrute de la palabra sin contenido; pero no ofrecen nada, por su mediocridad. En ideas nada han exportado, sus intelectuales, como Carlos Mesa, llegan hasta donde les permite su mediocridad, para el disfrute de sus ritos y fiestas de alabanzas por sus triunfos banales. Sus gurus sociales abundan en sus periódicos y notas sociales de fin de semana, en sus derroches de farra y mediocridad, siempre a espaldas del país. Eso sí, imitando a sus “ancestros” y dizque descendencia europea.
Hoy son los abanderados de la “libertad”, de la “democracia” y las “leyes sagradas”. Lemas que les vale un carajo a la hora de actuar cotidianamente. A la hora de construir un espacio y un estado con identidad propia no les interesa, sino sus mezquinas maneras de disfrutar este país, porque les sale muy barato acostumbrados como están a no pagar impuestos y engañar a este estado que jamás les representó, sólo para su expoliación y saqueo. Hoy están asustados por el avance del “totalitarismo” y la “barbarie”. Ni siquiera se preguntan que son precisamente los bárbaros los que conquistaron la democracia, y las libertades que ellos disfrutan en sus fiestas de fin de semana. Están asustados por el “ataque a la prensa”, pero no les interesa que esa prensa sea la más anti-nacional y que representa la punta de lanza de la ultraderecha y los intereses coloniales más profundos.
Carlos Mesa se dio el lujo de ser presidente de un país al que no quiere, nunca quiso. Bolivia era para él simplemente un espacio de “estudio” e “investigación” hacia su clase. Su delicada palabrería siempre se situó más allá de la realidad. Su fina “intelectualidad” es un esfuerzo supremo para no mezclarse con Bolivia, con la chusma. Con el olor a democracia. Fortaleciendo sutilmente ese muro racista invisible de su clase, que se reproduce cotidianamente en sus escuelas privadas y universidades bolivianas. Este fracasado político, social e intelectual, se pone hoy en primera línea a la orden de sus patrones, las oligarquías terratenientes – financieras y mineras, para condenar los esfuerzos del gobierno. Aprovecha todos los foros posibles, porque es ex presidente, para enseñar su odio disimulado al país.
Felizmente es un caso conocido. Oportunista y descarado como muchos que saltaron de la “intelectualidad” a la política, pues ya no es una voz crítica ni mucho menos. Es parte del folklor de los medios de comunicación; aunque su deslealtad a Bolivia no debe ser perdonada.
Cochabamba, 11 de Diciembre de 2008
12 de diciembre de 2008
El fracaso de Carlos Mesa
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