Alberto A. Zalles*
El final de las sesiones de la Constituyente en Sucre estuvo marcado por la violencia y el enfrentamiento, ello provocó su culminación en otros escenarios y la adopción de una Constitución que, a pesar de todo, fue reformada posteriormente. Foto: Correo del Sur
La deriva que sufrió la Asamblea Constituyente antes de su clausura el 14 de diciembre 2007 — enfrentamientos en Sucre y traslado de sus últimas sesiones a la ciudad de Oruro — muestra claramente el estado ingobernable de Bolivia1. Así, su balance es pobre: en lugar de producir una nueva Constitución Política consensuada, ha dado nacimiento a proclamas autonomistas y estatutos paraconstitucionales cuyo modelo más radical es el del Comité cívico del departamento de Santa Cruz. De esta manera, el proyecto de Constitución Política del Estado (CPE) ha adquirido una aceptación parcial sólo en el occidente andino del país.
La deriva de la Asamblea Constituyente es un revés político para el Movimiento al Socialismo (MAS), para la izquierda boliviana. A más de dos años de gobierno, el MAS ha despilfarrado las fuerzas que le habían dado una legitimación electoral y ha sido incapaz de desarrollar una hegemonía estatal para organizar y cohesionar a la sociedad boliviana. Con alto costo para el país, se han acentuado los conflictos sociales y regionales, la economía ha sido impactada negativamente y se han hecho evidentes las múltiples facetas de dependencia a la cual está sometida una nación periférica.
¿Cómo explicar ese fracaso sin entrar al lugar común de atribuirlo al supuesto caudillismo populista y autoritario, que caracterizaría el estilo de gobierno del MAS? ¿Cómo sobrepasar la valoración moral del discurso ideológico socialista e indigenista que reivindica el MAS en la realización de sus acciones? ¿Cómo explicar la polarización de posiciones que suscita el proyecto de CPE que será sometido a un referéndum nacional?
Para resolver estas cuestiones es imprescindible explorar las estructuras profundas de la cultura política boliviana, en la historia reciente de los partidos políticos y en los clivages étnicos, regionales y sociales que condicionan las mentalidades de los actores. Se hace además pertinente evaluar al núcleo dirigente del MAS y a sus objetivos, en las destrezas y competencias que demuestran para administrar el Estado y en su percepción y apreciación de la realidad del país y del contexto internacional.
No deseamos debatir sobre cómo el MAS exterioriza y justifica sus dificulta-des. Pues, si bien el MAS hace pasar el mensaje de que la «oligarquía» y las «fuerzas de derecha» conspiraron contra la Asamblea; un balance frío muestra que los fracasos políticos que vivió el MAS son resultado del excesivo centralismo en la toma de decisiones, del voluntarismo de sus acciones y de la ineficacia táctica de su equipo de operadores políticos, quienes confían más en la presión que en la persuasión intelectual. El problema esencial del MAS es que carece de la consistencia y estructura de un partido político: No tiene ni canales orgánicos ni equipo solvente para difundir eficazmente su estrategia; ignora la rentabilidad a largo plazo de las alianzas y del cultivo de las simpatías políticas y, por privilegiar sus relaciones con Venezuela, ha perdido identidad propia a nivel internacional2. Además, la sobreideologización de los «movimientos sociales» ha alimentado la espontaneidad de la acción social, haciendo de ese concepto una entelequia que obstruye la creación del nuevo modelo de institucionalidad estatal que desea el MAS. Para comprender los problemas del fenómeno, proponemos las siguientes hipótesis:
1) El MAS carece de sentido de agregación para ampliar y conservar alianzas políticas y extra-políticas. El MAS no ha sabido cultivar y mantener la simpatía ganada entre instituciones y actores sociales en su pasado de oposición. Un ejemplo de esta actitud es la discordia tempranamente creada con la Iglesia católica, al anunciar la supresión de los cursos de religión en el programa de enseñanza pública y negar al catolicismo calidad de religión oficial dentro la nueva CEP. Lo paradójico en esto es la omisión que hacen los operadores políticos del MAS del rol jugado por muchos sacerdotes y religiosas en el desarrollo de la izquierda3. Otro ejemplo es la denuncia del Ministro de la presidencia, Ramón Quintana, contra un sector de la opinión pública y ciertos ciudadanos que alimentaron la transición democrática en Bolivia, al acusarlos de «agentes del imperialismo norteamericano»; el objetivo fue claro: neutralizar la izquierda crítica no simpatizante con el MAS4. Así, se aísla políticamente e intenta mantener su electorado (o reconquistar el que pierde) desplegando una política comunicacional que intenta subordinar la información; intención ilusoria, pues de todas formas, en la época actual, la información circula con gran fluidez a través de las nuevas tecnologías comunicativas.
2) El MAS permanece dentro del habitus del movimientismo que caracteriza a los partidos políticos bolivianos. Su centralismo, más que a una concepción política, responde a la ausencia de estructura partidaria e institucional preestablecida. La imposibilidad de que la sociedad boliviana genere un sistema político democrático y de representatividad política eficaz se encuentra en el carácter gelatinoso de las organizaciones políticas. El movimientismo es esencial a la cultura política boliviana. ¿Por qué se recurre al movimientismo? Porque esa manera de vehiculizar la política es flexible y facilita la existencia del «partido» político, economiza la institucionalidad, las reglas y permite versatilidad en la acción y en el discurso. El movimiento crea gregarismo clientelar antes que in-dividuos militantes. Bolivia, un país fragmentado étnica y regionalmente, con un desarrollo desigual que multiplica los segmentos de clase, no puede organizarse y cohesionarse en la acción política nacional sino a través de movimientos colectivos reivindicativos, sindicales y gremiales. Los partidos, en el sentido clásico del término, no pueden existir sino como pequeños grupos social o étnicamente compartimentados. El MAS en dos años no pudo convertirse en un partido con disciplina de acción y militancia institucionalmente encuadrada, ni mostrar un perfil confederativo aglutinador de la diversidad étnica y regional boliviana; no pudo, para usar un término ortodoxo, hacerse un frente policlasista. Al MAS, una organización engendrada en los sindicatos campesinos de colonizado-res, cuya adscripción socialista es postiza, fue construido cuando el núcleo de dirigentes cocaleros del Chapare, a fines de 1990, pasó a intervenir en la política nacional. A partir de entonces reivindica una identidad socialista, sintiéndose heredero emocional de las revoluciones cubana y sandinista, procesos que no ha logrado asimilar en un sentido epistemológico. A diferencia del Movimiento 26 de Julio (Cuba) y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (Nicaragua)5, el MAS se forja en el espíritu del anarco-sindicalismo que se alimenta en la práctica sindical boliviana y de su Central Obrera. El MAS llegó al poder sin tener un núcleo orgánico cohesionado como germen de partido y así sufrió la colonización de remanentes de partidos tradicionales, que vieron en la coyuntura la oportunidad para recomponerse y reflotar en la escena política; y de una nueva izquierda post-soviética, que luego de la caída del muro de Berlín, se actualizó con una ideología neo-indigenista emergente con motivo de los 500 años de la Conquista. Por un lado, los viejos militantes del Partido Comunista de Bolivia y del Movimiento Sin Miedo, que representan a la generación disidente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), le aportaron algo de coherencia orgánica y cultura partidaria; y, por otro, el EGTK, Ejercito Guerrillero Tupak Katari y grupos formados por miembros de Organizaciones no Gubernamentales (ONG) le añadieron el indigenismo lírico. Ahora bien, en el MAS hay que dar lugar especial a los aymaras, quienes, desde el punto de vista étnico, representan un solo pueblo, aunque políticamente segmentado. El MAS, en su ascenso, eclipsó al Movimiento Indio Pachakuti (MIP) de Felipe Quispe, subordinando a la militancia de esa organización que, hay que recordarlo, provenía del EGTK. Hoy el MIP guarda una relación ambigua con el MAS. Asimismo el Consejo Nacional de Markas y Ayllus del Qollasuyo, CONAMAQ, que confedera a las autoridades tradicionales aymaras, se identifica con Evo Morales y, en tanto «movimiento social», pelea su propia cuota de poder en el gobierno. Finalmente, los intelectuales aymaras, como Felix Patzi, ex-ministro de educación, marcan su participación de manera particular, reinterpretando la historia e intentando formalizar, dentro del discurso de la nueva izquierda, los conceptos centrales de una cosmovisión propiamente india.
Otra prueba de la precariedad orgánica del MAS es su cambio respecto de las Fuerzas Armadas. Para garantizar sus reformas y el control de las acciones benefactoras del Estado (como el bono «Juancito Pinto» para los niños y el bono «dignidad» para los ancianos), el gobierno ha dado a los militares atribución para administrar desde los regimientos los desembolsos correspondientes, en especial en las zonas rurales. El MAS, que había tenido un discurso preelectoral contra los militares e incluso había prometido suprimir el servicio militar obligatorio, ahora entiende que las Fuerzas Armadas son un actor esencial en la construcción del poder Estatal.
3) El pueblo aymara constituye el núcleo de las reivindicaciones étnicas de poder y está concentrado en el occidente del país en los departamentosde La Paz, Oruro y Potosí. Las reivindicacionesétnicas, por razones históricas concretas,no han logrado fraguarse en todo el país e integrarse en un solo proyecto.Al interior del MAS, sobre todo a nivel de militancia intermedia y debases, la participación de los aymaras es vivay sostenida; sin embargo, respectoal resto del universo étnico boliviano, elMAS, sólo puede cumplir el rol de portavozde los indígenas. En tal sentido, para juzgar laactual coyuntura boliviana no basta el puroanálisis político y sociológico, sino que hay que añadir una visióndesde la antropología política. Se debe partir, pues, de una premisa: la única comunidad étnica con vocación de poder constituida es el pueblo aymara. El pueblo aymara es un «mini Estado»6 definido en virtud a su territorialidad, la dinámica de su desarrollo lingüístico, la producción de una o varias ideologías políticas y la constitución de una élite intelectual. En los Andes, los grupos panaymaras (Chipayas, Urus, Laymes, Kakachacas) se expresan a través de los aymaras. Las comunidades quechuas se autoidentifican como tales por la lengua que comparten, aunque constituyen una diversidad de pueblos étnicos (el quechua fue una lingua franca y su difusión funcional a la expansión del imperio incaico). En el oriente, la distribución étnica puede ser descrita en relación a la historia de cada sub región. En el norte amazónico, (departamento de Pando y cabeceras de los departamentos de La Paz y Beni), algunas poblaciones (Eseejjas, Tacanas, Araonas) vivieron hasta hace pocas décadas sin contacto con la sociedad nacional. En los llanos de Mojos y la Chiquitania, norte de Santa Cruz, los pueblos étnicos fueron asimilados a la sociedad colonial a través de las misiones, circunstancia que condicionó su participación subordinada dentro de la sociedad rural. Al sudeste del país, los guaraníes, a partir de la Guerra del Chaco, 1932-1936, tomaron conciencia de su distinción respecto de la sociedad nacional pero no demostraron una vocación colectiva de disputa y participación en el poder estatal. Utilizando la figura de análisis de Pierre Clastres7, podemos sostener que si el pueblo aymara reclamó su parte en el Estado boliviano, los pueblos del oriente manifestaron indiferencia al respecto; o mejor dicho, fueron sociedades que organizaron su vida política contra el Estado. Los aymaras fue-ron activos en la construcción del Estado boliviano; en cambio, las reivindicaciones de los pueblos orientales estuvieron signadas por un mesianismo anti estatal, por la búsqueda del Candiré o de la Loma Santa8, acciones colectivas como movimientos religiosos antes que como proyectos estrictamente políticos, lo cual no niega su repercusión cívica.
4) La autonomía que reclama el departamento de Santa Cruz encubre uno de los problema de fondo y clave en la reforma estructural, por el MAS prometida: la redistribución de la tierra agrícola en el oriente boliviano. La estructuraagraria en el oriente no fue alterada en1952: la reforma agraria no llegó a las tierras bajas tropicales. Es decir, en aquella región existen grandes propietarios y, a la vez, campesinos sin tierra. Allí los grandes propietarios no son los viejos latifundistas de occidente que se encontraban enfeudados en sus haciendas; los grandes propietarios del oriente han sabido diversificar sus capitales. No son solamente una burguesía agraria, son más que eso: se han vinculado al desarrollo de sus regiones, lo que fortalece su liderazgo local.
Además, la reivindicación autonómica se ha convertido en un eje temático de la estructuración estatal y social. La victoria de las corrientes pro-autonomistas en los referéndum locales en Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija tiene como consecuencia directa el divorcio regional entre los Andes y las Tierras Bajas, la extrema polarización de la política; y lo que es peor, la deslegitimación del Estado nacional y de sus instituciones. Si utilizamos una metáfora comparativa respecto a la propia historia boliviana: el Alto Perú ha vuelto a la época de las «republiquetas», cuando los caudillos guerrilleros de la guerra independentista se esforzaban por imponer su propio proyecto antiespañol, en sus provincias, sin imaginar la construcción de un Estado unificador.
5) Los enfrentamientos de Cochabamba en enero de 2007 y de Sucre en noviembre del mismo año marcan las fronteras étnicas del conflicto y señalan las contradiccionesinterétnicas, sumergidas en lahistoria, y que pueden ser instrumentalizadaspor los oponentes políticos centrales9. Esasdos ciudades hacen eco de los ritmosprofundos de la historia y, de facto, se constituyenen la frontera oriental de los aymaras.Cochabamba y Sucre, hasta 1952, fueron pequeñasciudades señoriales y bastiones de loshacendados que dominaron la vieja sociedadlatifundista. A partir de los años80, como en el resto de las otras capitales departamentales, se poblaron de indios y mestizos. Según datos del censo de 2002, en la ciudad de Cochabamba de sus 344.391 habitantes un 48,5 % se autoidentifica como quechua. En Sucre, de 136.877 habitantes, un 57,2 % se autoidentifica también como quechua.
Esos enfrentamientos se reproducieron en mayo de este año en Sucre, cuando con motivo de su aniversario cívico, el Gobierno y el Comité Cívico Interinstitucional de Chuquisaca, excluyéndose mutuamente, pretendieron llevar programas particulares, convocando cada cual a sus sectores sociales adherentes. Tanto el gobierno nacional como el local crea-ron un clima de confrontación en el cual los perdedores fueron los campesinos de base, quienes sufrieron el vejamen y la humillación de la población urbana de Sucre. Las imágenes escandalizaron a todo el mundo y mostraron de manera descarnada la violencia política boliviana, plagada de un racismo, que hizo patente el menosprecio de los «blancos» por los «indios»; aunque aquellos, como en el caso de Sucre, posean el mismo fenotipo del hombre de los Andes. En Sucre se verificaron también las luchas internas que se efectúa al interior de la élite política emergente10.
6) El MAS ha legitimado su propuesta de CPE e inducido a la sociedad a debatirla, por su aprobación o rechazo, en un referéndum que se programa para 2009. Para comprender el significado de las controversias y de la CPE a votar, hay que considerar al menos el carácter histórico y el sentido primordial del documento y la formalidad de su gestación y de su contenido. En el primer caso, la propuesta de CPE recoge la reivindicación fundamental de la Bolivia india, a saber: el componente esencial de Bolivia lo constituyen sus pueblos indios. El artículo 2 de la propuesta de CPE define bien esa condición a partir de la cual se pretende diseñar una nueva Ley de la República. Ese mismo artículo 2, visto como objetivo, tiene su gestación inmediata en las luchas sociales de las dos últimas décadas. El politólogo Jorge Lazarte, manifiesta que lo que puede rescatarse del proyecto de CPE es el énfasis que se da a la justicia social. En el segundo caso, en el plano formal, recogiendo las observaciones que hace el mismo Lazarte, la propuesta de la CPE «con-funde la sociedad con el Estado», carece de transparencia conceptual y, de la manera como está redactada, es inaplicable7. La nueva CPE es pues una «biblia» que carece de una «tabla de los diez mandamientos»; es decir, de un código simple que permita crear instituciones y regir la convivencia social (bajo un régimen socialista, comunitario o liberal). En lo puramente formal, sus 411 artículos la hace ampulosa; tampoco es proactiva en su reivindicación cultural y lingüística, pues declarando oficiales a todas las lenguas indígenas, la presenta y defiende en el idioma español; pues, técnicamente, pudo ser traducida ya al aymara, al quechua o al guaraní.
Sobre su aspecto formal, sus deficiencias no pueden ser atribuidas sino al personal consultante que estuvo detrás de su redacción. La Representación Presidencial para la Asamblea Constituyente (REPAC), formada para tal efecto, no mostró capacidad para sintetizar las propuestas colectivas y ciudadanas recibidas; no tuvo la sagacidad intelectual que el caso merecía. En tal sentido, la versión final del proyecto de CPE no es obra solamente de los Asambleístas.
Reflexiones finales
Más allá de todo formalismo, dos elementos componen la cuestión de fondo y la razón de las transformaciones estructurales que espera consumar la sociedad boliviana. Primero, dotar de autonomía y potestad territorial a los pueblos indios — especialmente al aymara, reconociendo su estatus de nación al interior de una Bolivia capaz de confederar autonomía, pueblos, regiones y voluntades — y realizar una reforma agraria, limitando la superficie de la propiedad de la tierra en el oriente boliviano y esperando que ella no se convierta en una repetición del fraccionamiento minifundista de 1952; lo cual provocaría la destrucción de una economía agraria que es el sostén de la prosperidad de Santa Cruz. Si la actual administración del MAS no alcanza estos objetivos, y de hecho la reivindicación autonomista de Santa Cruz es frustrada, el MAS se convertirá en un partido intrascendente y la sociedad boliviana mantendrá sus asimetrías sociales y regionales, su ingobernabilidad y sus conflictos. Por otro lado, en ese escenario, la reivindicación de Chuquisaca para que Sucre vuelva a ser una Capital plena, es decir, sede de todos los poderes, resulta un falso problema; pues, la posible descentralización en autonomías distribuiría las competencias del actual modelo estatal, abandonando el del republicanismo decimonónico.
Los temas arriba observados son claves para apreciar los conflictos actuales y los contradictorios sentimientos y acciones que suscitó la Asamblea Constituyente, y que provocará todavía la aprobación o no del proyecto de CPE que resultó de ella.
De otra parte, la izquierda boliviana todavía no tiene forma ideológica y orgánica definitiva. La consistencia del MAS, demostrada en el último referendum revocatorio, lo constituye el nacionalismo aymara; su debilidad lo fraguan los administradores ad-hoc de la fuerza histórica de los aymaras: es decir el entorno gubernamental que, desnudo de recursos tácticos y estratégicos innova-dores y carente de imaginación sociológica, no puede exorcizar a la sociedad boliviana de su violencia política ni hacer del Estado un agente confederador y cohesionador de la diversidad societal. En breve: el MAS, si quiere dejar el movimientismo, y constituirse verdadero líder del cambio, debe trabajar seriamente en la construcción de su institucionalidad democrática y de su estructura partidaria.
Finalmente, a manera de corolario, hay que añadir que la tendencia de evolución de los sistemas políticos en América Latina y especialmente de los países vecinos de Bolivia, está orientada a la consolidación de sistemas pluralistas y multipartidarios. Incluso Hugo Chávez ha comprendido que tiene que vivir con una oposición. Asimismo, al interior de Cuba ese debate parece paulatinamente amplificarse, especialmente luego de la retirada de Fidel Castro del primer plano político. En Bolivia, la nueva CPE no puede eludir esta perspectiva y el MAS deberá adaptarse a las tendencias históricas del desarrollo político en el Cono Sur, sin olvidar que Bolivia es un peón en un tablero de juego donde hay diferentes fichas.
1 La ciudad de Sucre, a través de su Comité Cívico Interinstitucional, cristalizó el rechazo de distintos sectores de oposición contra la Asamblea Constituyente y el proyecto de CPE surgido del evento. Ese rechazo, bajo la demanda de «Capita-lía plena» para Sucre, provocó una férrea resistencia que obligó a los Constituyentes a reunirse en las afueras de la ciudad, en el Liceo Militar «Edmundo Andrade»; el hecho exacerbó los ánimos y desencadenó una revuelta con saldo de tres muertos en el campo de los opositores. En ese contexto, la única solución fue trasladar las últimas sesiones de la Asamblea a la ciudad de Oruro, bastión del MAS, donde finalmente se aprobó el texto de la CPE.
2 El MAS su primer año de gobierno fue identifica-do como un movimiento de los indígenas bolivianos; el segundo es presentado como un movimiento alineado a Hugo Chávez y al socialismo cubano.
3 En la literatura social, un reflejo de la participación del clero en la construcción de la izquierda se puede deducir, por ejemplo, de textos como: Sindicalismo campesino, de Gregorio Iriarte, o Una mina de coraje; Radio Pío XII de José López Vigil.
4 Véase, por ejemplo, las reflexiones de Juan Cristóbal Soruco (Los Tiempos 1.09.2007).
5 Ver: Révolution dans la Révolution?, de Régis Debray y Vanguardia y Revolución, de Jaime Wheelock.
6 Ver : «La comunidad Aymara: un mini estado en conflicto», En : Raíces de América: El mundo Aymara, de Xavier Albó y William CARTER.
7 Ver: La société contre l’Etat, de Pierre Clastres.
8 Sobre la voluntad de los aymaras por participar en la construcción del Estado-nación véase Ramiro Condarco. Zarate el «temible» Willca; y Carlos Mamani. Taraqu 1866-1935. Para una visión de los movimientos mesiánicos en la amazonía boliviana los trabajos de Zulema Lehm.
9 Cochabamba, en enero de 2007, se constituyó en el terreno en el que, por primera vez luego del ascenso del MAS, los actores políticos y sus grupos de masas midieron fuerzas con una violencia que cobró fatales victimas en ambos bandos. Las fuerzas campesinas del MAS pretendían, bajo presión directa, destituir al prefecto cochabambino Manfred Reyes Villa; los adherentes al prefecto, la mayoría jóvenes cochabambinos, se organizaron para neutralizar a los campesinos, no sin demostrar un sentimiento de discriminación hacia ellos. El prefecto no fue destituido, sin embargo, el escenario permitió avizorar las consecuencias que pueden producir los desacuerdos políticos en Bolivia. Respecto de los enfrentamientos que se dieron en Sucre, ya los explicamos más arriba.
10 Si en Santa Cruz la contradicción parece clara entre una élite «blanca» y el proyecto indio (aymara) recuperado por el MAS; en Sucre la cuestión es totalmente diferente. Primero, Chuquisaca y Sucre son fuertes de la izquierda; allí el Movimiento Bolivia Libre (MBL) fue hegemónico gracias a que sus bases, en gran parte, estuvieron conducidas por líderes campesinos e indios. Segundo, el enfrentamiento no evitó la agresión a dirigentes indios de la oposición, como a Tomasa Yarwi, ex-ministra durante el gobierno de Jorge Quiroga; para este caso, ver la carta pública de Esther Balboa (La Razón 11.06.2008). Tercero, la principal fuerza de oposición presenta como candidata a la prefectura del departamento, para las elecciones que se desarrollaran el 29 de junio 2008, a Savina Cuellar, una mujer quechua disidente del MAS; y, paradoja del caso, el MAS postula a Walter Valda, ex-militante del MBL. Entonces, la violencia que se vio en Sucre es una mezcla de las contradicciones secundarias que nacen en las luchas por el poder en el seno de la izquierda.
7 La visión de Jorge Lazarte se encuentra en la entrevista publicada por radio Fides: Todavía hay tiempo para pactar la nueva Constitución. Disponible en.
* El autor es Máster en Ciencias Sociales, FLACSO-Ecuador: zallescueto@hotmail.com
El presente artículo es una versión condensada y corregida del publicado en: Iconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 32, Quito, septiem-bre 2008, pp 145-153. Editada por la Flacso-Sede Académica de Ecuador.
El final de las sesiones de la Constituyente en Sucre estuvo marcado por la violencia y el enfrentamiento, ello provocó su culminación en otros escenarios y la adopción de una Constitución que, a pesar de todo, fue reformada posteriormente. Foto: Correo del Sur
La deriva que sufrió la Asamblea Constituyente antes de su clausura el 14 de diciembre 2007 — enfrentamientos en Sucre y traslado de sus últimas sesiones a la ciudad de Oruro — muestra claramente el estado ingobernable de Bolivia1. Así, su balance es pobre: en lugar de producir una nueva Constitución Política consensuada, ha dado nacimiento a proclamas autonomistas y estatutos paraconstitucionales cuyo modelo más radical es el del Comité cívico del departamento de Santa Cruz. De esta manera, el proyecto de Constitución Política del Estado (CPE) ha adquirido una aceptación parcial sólo en el occidente andino del país.
La deriva de la Asamblea Constituyente es un revés político para el Movimiento al Socialismo (MAS), para la izquierda boliviana. A más de dos años de gobierno, el MAS ha despilfarrado las fuerzas que le habían dado una legitimación electoral y ha sido incapaz de desarrollar una hegemonía estatal para organizar y cohesionar a la sociedad boliviana. Con alto costo para el país, se han acentuado los conflictos sociales y regionales, la economía ha sido impactada negativamente y se han hecho evidentes las múltiples facetas de dependencia a la cual está sometida una nación periférica.
¿Cómo explicar ese fracaso sin entrar al lugar común de atribuirlo al supuesto caudillismo populista y autoritario, que caracterizaría el estilo de gobierno del MAS? ¿Cómo sobrepasar la valoración moral del discurso ideológico socialista e indigenista que reivindica el MAS en la realización de sus acciones? ¿Cómo explicar la polarización de posiciones que suscita el proyecto de CPE que será sometido a un referéndum nacional?
Para resolver estas cuestiones es imprescindible explorar las estructuras profundas de la cultura política boliviana, en la historia reciente de los partidos políticos y en los clivages étnicos, regionales y sociales que condicionan las mentalidades de los actores. Se hace además pertinente evaluar al núcleo dirigente del MAS y a sus objetivos, en las destrezas y competencias que demuestran para administrar el Estado y en su percepción y apreciación de la realidad del país y del contexto internacional.
No deseamos debatir sobre cómo el MAS exterioriza y justifica sus dificulta-des. Pues, si bien el MAS hace pasar el mensaje de que la «oligarquía» y las «fuerzas de derecha» conspiraron contra la Asamblea; un balance frío muestra que los fracasos políticos que vivió el MAS son resultado del excesivo centralismo en la toma de decisiones, del voluntarismo de sus acciones y de la ineficacia táctica de su equipo de operadores políticos, quienes confían más en la presión que en la persuasión intelectual. El problema esencial del MAS es que carece de la consistencia y estructura de un partido político: No tiene ni canales orgánicos ni equipo solvente para difundir eficazmente su estrategia; ignora la rentabilidad a largo plazo de las alianzas y del cultivo de las simpatías políticas y, por privilegiar sus relaciones con Venezuela, ha perdido identidad propia a nivel internacional2. Además, la sobreideologización de los «movimientos sociales» ha alimentado la espontaneidad de la acción social, haciendo de ese concepto una entelequia que obstruye la creación del nuevo modelo de institucionalidad estatal que desea el MAS. Para comprender los problemas del fenómeno, proponemos las siguientes hipótesis:
1) El MAS carece de sentido de agregación para ampliar y conservar alianzas políticas y extra-políticas. El MAS no ha sabido cultivar y mantener la simpatía ganada entre instituciones y actores sociales en su pasado de oposición. Un ejemplo de esta actitud es la discordia tempranamente creada con la Iglesia católica, al anunciar la supresión de los cursos de religión en el programa de enseñanza pública y negar al catolicismo calidad de religión oficial dentro la nueva CEP. Lo paradójico en esto es la omisión que hacen los operadores políticos del MAS del rol jugado por muchos sacerdotes y religiosas en el desarrollo de la izquierda3. Otro ejemplo es la denuncia del Ministro de la presidencia, Ramón Quintana, contra un sector de la opinión pública y ciertos ciudadanos que alimentaron la transición democrática en Bolivia, al acusarlos de «agentes del imperialismo norteamericano»; el objetivo fue claro: neutralizar la izquierda crítica no simpatizante con el MAS4. Así, se aísla políticamente e intenta mantener su electorado (o reconquistar el que pierde) desplegando una política comunicacional que intenta subordinar la información; intención ilusoria, pues de todas formas, en la época actual, la información circula con gran fluidez a través de las nuevas tecnologías comunicativas.
2) El MAS permanece dentro del habitus del movimientismo que caracteriza a los partidos políticos bolivianos. Su centralismo, más que a una concepción política, responde a la ausencia de estructura partidaria e institucional preestablecida. La imposibilidad de que la sociedad boliviana genere un sistema político democrático y de representatividad política eficaz se encuentra en el carácter gelatinoso de las organizaciones políticas. El movimientismo es esencial a la cultura política boliviana. ¿Por qué se recurre al movimientismo? Porque esa manera de vehiculizar la política es flexible y facilita la existencia del «partido» político, economiza la institucionalidad, las reglas y permite versatilidad en la acción y en el discurso. El movimiento crea gregarismo clientelar antes que in-dividuos militantes. Bolivia, un país fragmentado étnica y regionalmente, con un desarrollo desigual que multiplica los segmentos de clase, no puede organizarse y cohesionarse en la acción política nacional sino a través de movimientos colectivos reivindicativos, sindicales y gremiales. Los partidos, en el sentido clásico del término, no pueden existir sino como pequeños grupos social o étnicamente compartimentados. El MAS en dos años no pudo convertirse en un partido con disciplina de acción y militancia institucionalmente encuadrada, ni mostrar un perfil confederativo aglutinador de la diversidad étnica y regional boliviana; no pudo, para usar un término ortodoxo, hacerse un frente policlasista. Al MAS, una organización engendrada en los sindicatos campesinos de colonizado-res, cuya adscripción socialista es postiza, fue construido cuando el núcleo de dirigentes cocaleros del Chapare, a fines de 1990, pasó a intervenir en la política nacional. A partir de entonces reivindica una identidad socialista, sintiéndose heredero emocional de las revoluciones cubana y sandinista, procesos que no ha logrado asimilar en un sentido epistemológico. A diferencia del Movimiento 26 de Julio (Cuba) y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (Nicaragua)5, el MAS se forja en el espíritu del anarco-sindicalismo que se alimenta en la práctica sindical boliviana y de su Central Obrera. El MAS llegó al poder sin tener un núcleo orgánico cohesionado como germen de partido y así sufrió la colonización de remanentes de partidos tradicionales, que vieron en la coyuntura la oportunidad para recomponerse y reflotar en la escena política; y de una nueva izquierda post-soviética, que luego de la caída del muro de Berlín, se actualizó con una ideología neo-indigenista emergente con motivo de los 500 años de la Conquista. Por un lado, los viejos militantes del Partido Comunista de Bolivia y del Movimiento Sin Miedo, que representan a la generación disidente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), le aportaron algo de coherencia orgánica y cultura partidaria; y, por otro, el EGTK, Ejercito Guerrillero Tupak Katari y grupos formados por miembros de Organizaciones no Gubernamentales (ONG) le añadieron el indigenismo lírico. Ahora bien, en el MAS hay que dar lugar especial a los aymaras, quienes, desde el punto de vista étnico, representan un solo pueblo, aunque políticamente segmentado. El MAS, en su ascenso, eclipsó al Movimiento Indio Pachakuti (MIP) de Felipe Quispe, subordinando a la militancia de esa organización que, hay que recordarlo, provenía del EGTK. Hoy el MIP guarda una relación ambigua con el MAS. Asimismo el Consejo Nacional de Markas y Ayllus del Qollasuyo, CONAMAQ, que confedera a las autoridades tradicionales aymaras, se identifica con Evo Morales y, en tanto «movimiento social», pelea su propia cuota de poder en el gobierno. Finalmente, los intelectuales aymaras, como Felix Patzi, ex-ministro de educación, marcan su participación de manera particular, reinterpretando la historia e intentando formalizar, dentro del discurso de la nueva izquierda, los conceptos centrales de una cosmovisión propiamente india.
Otra prueba de la precariedad orgánica del MAS es su cambio respecto de las Fuerzas Armadas. Para garantizar sus reformas y el control de las acciones benefactoras del Estado (como el bono «Juancito Pinto» para los niños y el bono «dignidad» para los ancianos), el gobierno ha dado a los militares atribución para administrar desde los regimientos los desembolsos correspondientes, en especial en las zonas rurales. El MAS, que había tenido un discurso preelectoral contra los militares e incluso había prometido suprimir el servicio militar obligatorio, ahora entiende que las Fuerzas Armadas son un actor esencial en la construcción del poder Estatal.
3) El pueblo aymara constituye el núcleo de las reivindicaciones étnicas de poder y está concentrado en el occidente del país en los departamentosde La Paz, Oruro y Potosí. Las reivindicacionesétnicas, por razones históricas concretas,no han logrado fraguarse en todo el país e integrarse en un solo proyecto.Al interior del MAS, sobre todo a nivel de militancia intermedia y debases, la participación de los aymaras es vivay sostenida; sin embargo, respectoal resto del universo étnico boliviano, elMAS, sólo puede cumplir el rol de portavozde los indígenas. En tal sentido, para juzgar laactual coyuntura boliviana no basta el puroanálisis político y sociológico, sino que hay que añadir una visióndesde la antropología política. Se debe partir, pues, de una premisa: la única comunidad étnica con vocación de poder constituida es el pueblo aymara. El pueblo aymara es un «mini Estado»6 definido en virtud a su territorialidad, la dinámica de su desarrollo lingüístico, la producción de una o varias ideologías políticas y la constitución de una élite intelectual. En los Andes, los grupos panaymaras (Chipayas, Urus, Laymes, Kakachacas) se expresan a través de los aymaras. Las comunidades quechuas se autoidentifican como tales por la lengua que comparten, aunque constituyen una diversidad de pueblos étnicos (el quechua fue una lingua franca y su difusión funcional a la expansión del imperio incaico). En el oriente, la distribución étnica puede ser descrita en relación a la historia de cada sub región. En el norte amazónico, (departamento de Pando y cabeceras de los departamentos de La Paz y Beni), algunas poblaciones (Eseejjas, Tacanas, Araonas) vivieron hasta hace pocas décadas sin contacto con la sociedad nacional. En los llanos de Mojos y la Chiquitania, norte de Santa Cruz, los pueblos étnicos fueron asimilados a la sociedad colonial a través de las misiones, circunstancia que condicionó su participación subordinada dentro de la sociedad rural. Al sudeste del país, los guaraníes, a partir de la Guerra del Chaco, 1932-1936, tomaron conciencia de su distinción respecto de la sociedad nacional pero no demostraron una vocación colectiva de disputa y participación en el poder estatal. Utilizando la figura de análisis de Pierre Clastres7, podemos sostener que si el pueblo aymara reclamó su parte en el Estado boliviano, los pueblos del oriente manifestaron indiferencia al respecto; o mejor dicho, fueron sociedades que organizaron su vida política contra el Estado. Los aymaras fue-ron activos en la construcción del Estado boliviano; en cambio, las reivindicaciones de los pueblos orientales estuvieron signadas por un mesianismo anti estatal, por la búsqueda del Candiré o de la Loma Santa8, acciones colectivas como movimientos religiosos antes que como proyectos estrictamente políticos, lo cual no niega su repercusión cívica.
4) La autonomía que reclama el departamento de Santa Cruz encubre uno de los problema de fondo y clave en la reforma estructural, por el MAS prometida: la redistribución de la tierra agrícola en el oriente boliviano. La estructuraagraria en el oriente no fue alterada en1952: la reforma agraria no llegó a las tierras bajas tropicales. Es decir, en aquella región existen grandes propietarios y, a la vez, campesinos sin tierra. Allí los grandes propietarios no son los viejos latifundistas de occidente que se encontraban enfeudados en sus haciendas; los grandes propietarios del oriente han sabido diversificar sus capitales. No son solamente una burguesía agraria, son más que eso: se han vinculado al desarrollo de sus regiones, lo que fortalece su liderazgo local.
Además, la reivindicación autonómica se ha convertido en un eje temático de la estructuración estatal y social. La victoria de las corrientes pro-autonomistas en los referéndum locales en Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija tiene como consecuencia directa el divorcio regional entre los Andes y las Tierras Bajas, la extrema polarización de la política; y lo que es peor, la deslegitimación del Estado nacional y de sus instituciones. Si utilizamos una metáfora comparativa respecto a la propia historia boliviana: el Alto Perú ha vuelto a la época de las «republiquetas», cuando los caudillos guerrilleros de la guerra independentista se esforzaban por imponer su propio proyecto antiespañol, en sus provincias, sin imaginar la construcción de un Estado unificador.
5) Los enfrentamientos de Cochabamba en enero de 2007 y de Sucre en noviembre del mismo año marcan las fronteras étnicas del conflicto y señalan las contradiccionesinterétnicas, sumergidas en lahistoria, y que pueden ser instrumentalizadaspor los oponentes políticos centrales9. Esasdos ciudades hacen eco de los ritmosprofundos de la historia y, de facto, se constituyenen la frontera oriental de los aymaras.Cochabamba y Sucre, hasta 1952, fueron pequeñasciudades señoriales y bastiones de loshacendados que dominaron la vieja sociedadlatifundista. A partir de los años80, como en el resto de las otras capitales departamentales, se poblaron de indios y mestizos. Según datos del censo de 2002, en la ciudad de Cochabamba de sus 344.391 habitantes un 48,5 % se autoidentifica como quechua. En Sucre, de 136.877 habitantes, un 57,2 % se autoidentifica también como quechua.
Esos enfrentamientos se reproducieron en mayo de este año en Sucre, cuando con motivo de su aniversario cívico, el Gobierno y el Comité Cívico Interinstitucional de Chuquisaca, excluyéndose mutuamente, pretendieron llevar programas particulares, convocando cada cual a sus sectores sociales adherentes. Tanto el gobierno nacional como el local crea-ron un clima de confrontación en el cual los perdedores fueron los campesinos de base, quienes sufrieron el vejamen y la humillación de la población urbana de Sucre. Las imágenes escandalizaron a todo el mundo y mostraron de manera descarnada la violencia política boliviana, plagada de un racismo, que hizo patente el menosprecio de los «blancos» por los «indios»; aunque aquellos, como en el caso de Sucre, posean el mismo fenotipo del hombre de los Andes. En Sucre se verificaron también las luchas internas que se efectúa al interior de la élite política emergente10.
6) El MAS ha legitimado su propuesta de CPE e inducido a la sociedad a debatirla, por su aprobación o rechazo, en un referéndum que se programa para 2009. Para comprender el significado de las controversias y de la CPE a votar, hay que considerar al menos el carácter histórico y el sentido primordial del documento y la formalidad de su gestación y de su contenido. En el primer caso, la propuesta de CPE recoge la reivindicación fundamental de la Bolivia india, a saber: el componente esencial de Bolivia lo constituyen sus pueblos indios. El artículo 2 de la propuesta de CPE define bien esa condición a partir de la cual se pretende diseñar una nueva Ley de la República. Ese mismo artículo 2, visto como objetivo, tiene su gestación inmediata en las luchas sociales de las dos últimas décadas. El politólogo Jorge Lazarte, manifiesta que lo que puede rescatarse del proyecto de CPE es el énfasis que se da a la justicia social. En el segundo caso, en el plano formal, recogiendo las observaciones que hace el mismo Lazarte, la propuesta de la CPE «con-funde la sociedad con el Estado», carece de transparencia conceptual y, de la manera como está redactada, es inaplicable7. La nueva CPE es pues una «biblia» que carece de una «tabla de los diez mandamientos»; es decir, de un código simple que permita crear instituciones y regir la convivencia social (bajo un régimen socialista, comunitario o liberal). En lo puramente formal, sus 411 artículos la hace ampulosa; tampoco es proactiva en su reivindicación cultural y lingüística, pues declarando oficiales a todas las lenguas indígenas, la presenta y defiende en el idioma español; pues, técnicamente, pudo ser traducida ya al aymara, al quechua o al guaraní.
Sobre su aspecto formal, sus deficiencias no pueden ser atribuidas sino al personal consultante que estuvo detrás de su redacción. La Representación Presidencial para la Asamblea Constituyente (REPAC), formada para tal efecto, no mostró capacidad para sintetizar las propuestas colectivas y ciudadanas recibidas; no tuvo la sagacidad intelectual que el caso merecía. En tal sentido, la versión final del proyecto de CPE no es obra solamente de los Asambleístas.
Reflexiones finales
Más allá de todo formalismo, dos elementos componen la cuestión de fondo y la razón de las transformaciones estructurales que espera consumar la sociedad boliviana. Primero, dotar de autonomía y potestad territorial a los pueblos indios — especialmente al aymara, reconociendo su estatus de nación al interior de una Bolivia capaz de confederar autonomía, pueblos, regiones y voluntades — y realizar una reforma agraria, limitando la superficie de la propiedad de la tierra en el oriente boliviano y esperando que ella no se convierta en una repetición del fraccionamiento minifundista de 1952; lo cual provocaría la destrucción de una economía agraria que es el sostén de la prosperidad de Santa Cruz. Si la actual administración del MAS no alcanza estos objetivos, y de hecho la reivindicación autonomista de Santa Cruz es frustrada, el MAS se convertirá en un partido intrascendente y la sociedad boliviana mantendrá sus asimetrías sociales y regionales, su ingobernabilidad y sus conflictos. Por otro lado, en ese escenario, la reivindicación de Chuquisaca para que Sucre vuelva a ser una Capital plena, es decir, sede de todos los poderes, resulta un falso problema; pues, la posible descentralización en autonomías distribuiría las competencias del actual modelo estatal, abandonando el del republicanismo decimonónico.
Los temas arriba observados son claves para apreciar los conflictos actuales y los contradictorios sentimientos y acciones que suscitó la Asamblea Constituyente, y que provocará todavía la aprobación o no del proyecto de CPE que resultó de ella.
De otra parte, la izquierda boliviana todavía no tiene forma ideológica y orgánica definitiva. La consistencia del MAS, demostrada en el último referendum revocatorio, lo constituye el nacionalismo aymara; su debilidad lo fraguan los administradores ad-hoc de la fuerza histórica de los aymaras: es decir el entorno gubernamental que, desnudo de recursos tácticos y estratégicos innova-dores y carente de imaginación sociológica, no puede exorcizar a la sociedad boliviana de su violencia política ni hacer del Estado un agente confederador y cohesionador de la diversidad societal. En breve: el MAS, si quiere dejar el movimientismo, y constituirse verdadero líder del cambio, debe trabajar seriamente en la construcción de su institucionalidad democrática y de su estructura partidaria.
Finalmente, a manera de corolario, hay que añadir que la tendencia de evolución de los sistemas políticos en América Latina y especialmente de los países vecinos de Bolivia, está orientada a la consolidación de sistemas pluralistas y multipartidarios. Incluso Hugo Chávez ha comprendido que tiene que vivir con una oposición. Asimismo, al interior de Cuba ese debate parece paulatinamente amplificarse, especialmente luego de la retirada de Fidel Castro del primer plano político. En Bolivia, la nueva CPE no puede eludir esta perspectiva y el MAS deberá adaptarse a las tendencias históricas del desarrollo político en el Cono Sur, sin olvidar que Bolivia es un peón en un tablero de juego donde hay diferentes fichas.
1 La ciudad de Sucre, a través de su Comité Cívico Interinstitucional, cristalizó el rechazo de distintos sectores de oposición contra la Asamblea Constituyente y el proyecto de CPE surgido del evento. Ese rechazo, bajo la demanda de «Capita-lía plena» para Sucre, provocó una férrea resistencia que obligó a los Constituyentes a reunirse en las afueras de la ciudad, en el Liceo Militar «Edmundo Andrade»; el hecho exacerbó los ánimos y desencadenó una revuelta con saldo de tres muertos en el campo de los opositores. En ese contexto, la única solución fue trasladar las últimas sesiones de la Asamblea a la ciudad de Oruro, bastión del MAS, donde finalmente se aprobó el texto de la CPE.
2 El MAS su primer año de gobierno fue identifica-do como un movimiento de los indígenas bolivianos; el segundo es presentado como un movimiento alineado a Hugo Chávez y al socialismo cubano.
3 En la literatura social, un reflejo de la participación del clero en la construcción de la izquierda se puede deducir, por ejemplo, de textos como: Sindicalismo campesino, de Gregorio Iriarte, o Una mina de coraje; Radio Pío XII de José López Vigil.
4 Véase, por ejemplo, las reflexiones de Juan Cristóbal Soruco (Los Tiempos 1.09.2007).
5 Ver: Révolution dans la Révolution?, de Régis Debray y Vanguardia y Revolución, de Jaime Wheelock.
6 Ver : «La comunidad Aymara: un mini estado en conflicto», En : Raíces de América: El mundo Aymara, de Xavier Albó y William CARTER.
7 Ver: La société contre l’Etat, de Pierre Clastres.
8 Sobre la voluntad de los aymaras por participar en la construcción del Estado-nación véase Ramiro Condarco. Zarate el «temible» Willca; y Carlos Mamani. Taraqu 1866-1935. Para una visión de los movimientos mesiánicos en la amazonía boliviana los trabajos de Zulema Lehm.
9 Cochabamba, en enero de 2007, se constituyó en el terreno en el que, por primera vez luego del ascenso del MAS, los actores políticos y sus grupos de masas midieron fuerzas con una violencia que cobró fatales victimas en ambos bandos. Las fuerzas campesinas del MAS pretendían, bajo presión directa, destituir al prefecto cochabambino Manfred Reyes Villa; los adherentes al prefecto, la mayoría jóvenes cochabambinos, se organizaron para neutralizar a los campesinos, no sin demostrar un sentimiento de discriminación hacia ellos. El prefecto no fue destituido, sin embargo, el escenario permitió avizorar las consecuencias que pueden producir los desacuerdos políticos en Bolivia. Respecto de los enfrentamientos que se dieron en Sucre, ya los explicamos más arriba.
10 Si en Santa Cruz la contradicción parece clara entre una élite «blanca» y el proyecto indio (aymara) recuperado por el MAS; en Sucre la cuestión es totalmente diferente. Primero, Chuquisaca y Sucre son fuertes de la izquierda; allí el Movimiento Bolivia Libre (MBL) fue hegemónico gracias a que sus bases, en gran parte, estuvieron conducidas por líderes campesinos e indios. Segundo, el enfrentamiento no evitó la agresión a dirigentes indios de la oposición, como a Tomasa Yarwi, ex-ministra durante el gobierno de Jorge Quiroga; para este caso, ver la carta pública de Esther Balboa (La Razón 11.06.2008). Tercero, la principal fuerza de oposición presenta como candidata a la prefectura del departamento, para las elecciones que se desarrollaran el 29 de junio 2008, a Savina Cuellar, una mujer quechua disidente del MAS; y, paradoja del caso, el MAS postula a Walter Valda, ex-militante del MBL. Entonces, la violencia que se vio en Sucre es una mezcla de las contradicciones secundarias que nacen en las luchas por el poder en el seno de la izquierda.
7 La visión de Jorge Lazarte se encuentra en la entrevista publicada por radio Fides: Todavía hay tiempo para pactar la nueva Constitución. Disponible en
* El autor es Máster en Ciencias Sociales, FLACSO-Ecuador: zallescueto@hotmail.com
El presente artículo es una versión condensada y corregida del publicado en: Iconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 32, Quito, septiem-bre 2008, pp 145-153. Editada por la Flacso-Sede Académica de Ecuador.
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