9 de enero de 2009

Corrupción

Antonio Abal O.

Durante años, uno de los protagonistas más perversos de nuestra historia ha sido y todavía es la corrupción. Por supuesto este mal no es exclusivo de los bolivianos, transita desde hace siglos en todos los centros de poder.

En nuestro país hemos llegando a naturalizar el sistema de corrupción que se resume en un dicho popular: “roba pero hace”, sobre este lema se han construido fortunas que siempre han tenido como contraparte al poder político, he sido testigo que en varios procesos de elección de representantes nacionales, lo que prima son los intereses personales, antes que los principios político-ideológico. El ser representante nacional (Diputado o Senador) Ministro, Alcalde, Concejal, inclusive gendarme municipal, es visto como una posibilidad de enriquecimiento, a esto nos acostumbraon los “usos y costumbres” de un sistema político, que como vemos hoy, se mantiene. Las empresas que retornaron al Estado como YPFB, vuelven a repetir estas prácticas que justificaron su privatización.

Todo proceso de cambio supone, o por lo menos eso sostiene la teoría, una reforma “moral e intelectual” en la actual coyuntura boliviana aún no percibimos estas reformas pese a los esfuerzos del propio presidente de la República y del Viceministerio de transparencia y Lucha Contra la Corrupción.

Estamos conscientes que esta es una tarea de largo aliento, que en dos o cinco años poco se puede hacer, pero también creemos en los valores renovados de gestión de gobierno que toma para sí los principios de honestidad contenidos en la cosmovisión andina que señalan: “ama sua” “ama Llulla”, por citar los que directamente están ligados a la gestión pública.

En el ámbito mundial, las expectativas creadas por la renovada imagen democrática, de un gobierno indígena en Bolivia, están ligadas a la búsqueda de alternativas a una sociedad en crisis, mucho se habla, por ejemplo del valor de las culturas andino-amazónicas como formas diferentes de civilización, que pueden remontar los problemas de las sociedades postmodernas, si esto es así, esta imagen rápidamente puede debilitarse, debido al mantenimiento de los usos del poder público, como parcelas de provecho personal.

Hace bastante tiempo un estudioso de las relaciones económicas y la forma de Estado señaló que para conocer a las personas y los procesos, no basta con escuchar lo que ellos piensan que son, sino hay que ver lo que hacen, en nuestro caso el cambio de una elite política por otra, no ha significado esa ansiada reforma “moral e intelectual”.

El peligro de la corrupción, incrustado en el poder político, no solamente crea una imagen de descreimiento de la población, sino que lleva al desprestigio de la política, y de todas sus instituciones, creando, entonces las bases de una inestabilidad que puede, en la actual coyuntura boliviana, significar un retroceso en las intenciones de cambios en el Estado mediante la aprobación de una nueva Constitución Política del Estado.

La corrupción, ha quedado demostrado, tiene el efecto de una bola de nieve que va creciendo en la medida que no es detenida, ojala que las autoridades encargadas de estos temas no caigan en el error de “dejar hacer y dejar pasar”.

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