22 de enero de 2008

Propaganda de manual

Por Claudio Rossell Arce*

El estado de tensionamiento general en la sociedad, pero en especial en la sociedad urbana de las capitales de la “media luna” no es sólo, o necesariamente, resultado de una movilización consciente y deliberada de “las mayorías”, sino, por el contrario, fruto de una meticulosamente planificada y bien ejecutada estrategia de propaganda que sin duda tiene su más lograda expresión en torno a las acciones del Comité Pro Santa Cruz y las instituciones que se desprenden de él (incluida la Prefectura de Santa Cruz).
En numerosas ocasiones, en distintos medios de comunicación, diferentes personas, han hecho énfasis en señalar que estas regiones del país están viviendo procesos de “preocupante fascistización”, para emplear las palabras que repite a menudo el Defensor del Pueblo. Esta expresión, que sin duda causa molestia e incluso ira en muchos de los habitantes de las ciudades donde se expresa con mayor virulencia el proceso opositor al gobierno, no es una ligereza o una exageración “típicamente masista”; hay suficientes indicios para señalar con certeza de que se están usando técnicas de propaganda cuya efectividad fue confirmada desde la primera mitad del siglo XX.
En 1950 un intelectual francés, miembro de la Resistencia durante la II Guerra Mundial, llamado Jean Marie Domenach publicó un libro que hoy es un clásico canónico: “La propaganda política”, cuya edición en castellano fue publicada por primera vez a mediados de la década de 1960 por la Editorial Universitaria de Buenos Aires. De este señero libro extraemos algunos conceptos que describen la propaganda empleada por el régimen nazi. Cualquier parecido con la realidad actual no es coincidencia, es una pesadilla.
En primera instancia, señala Domenach, el objetivo de toda técnica de propaganda nazi fue, antes que despertar la conciencia crítica o la movilización razonada, “sobreexitar en la masa el odio y el ansia de poder”, para lo cual se puso en movimiento “una verdadera «artillería psicológica» ...en la que, finalmente, con tal que la palabra cause efecto, la idea ya no cuenta.” De ahí que todos los mensajes, los formatos y los eventos en los que este dispositivo ideológico se ponía en práctica trabajaban “el predominio de la imagen frente a la explicación, de lo sensible brutal frente a lo racional”.
Hasta aquí, entonces, piénsese por qué caen tan bien en algunas cadenas de televisión los desmedidos actos de los “ponchos rojos”, o por qué se enfatiza tanto en la supuesta llegada de “militares venezolanos”, la movilización de tropas policiales “para reprimir al pueblo” y, por supuesto, toda imagen que muestre collas violentos.
Domenach insiste mucho en que “La propaganda hitleriana echa sus raíces en las zonas más oscuras del inconsciente colectivo, exaltando la pureza de la sangre, los instintos elementales de crimen y de destrucción”, lo que explica con meridiana claridad cómo fue posible la barbarie ejecutada contra judíos y comunistas desde mucho antes de que se instalaran los campos de concentración o, para mirar lo más próximo, cómo es posible que existan hordas de jóvenes “universitarios” dispuestos a “tomar pacíficamente” oficinas públicas para destruir cuantas cosas caigan en sus manos y prender fuego al resto.
De acuerdo a la descripción del francés, la propaganda nazi “utiliza temas diversos, y aun contradictorios, con la sola preocupación de orientar a las muchedumbres en la perspectiva del momento.” Así, es posible entender cómo se puede pasar de la oposición activa a la convocatoria a una Asamblea Constituyente a la defensa intransigente de los dos tercios de votos en ésta; de la movilización por la autonomía a la defensa del IDH; de la defensa de la unidad nacional al festejo de un “estatuto autonómico” de clara tendencia federal y separatista.
Durante los oscuros años de la entreguerra, los propagandistas del régimen hitleriano aplicaron con evidente maestría la teoría conductista que, más allá del bien conocido proceso de estímulo-respuesta, señala que "ya no es la repetición sino la intensidad del exitante la que actúa para inhibir los reflejos normales de un individuo”, es decir, no sólo se busca estimular a las personas a través de determinados mecanismos, sino también inhibir su capacidad de respuesta al intensificar esos estímulos.
Sobre esa base, explica Domenach, en la propaganda de tipo nazi “Se trata de determinar los reflejos condicionados que constituirán el engranaje de esta propaganda; en este caso, de asociar el objeto deseado por la masa con el partido que se lo propone como finalidad”. En la Alemania de la entreguerra era, ante todo, la supremacía del Tercer Reich, de la cual se desprendían ideales que iban desde la pretendida superioridad racial hasta la deseable prosperidad económica. En nuestros días, el concepto de autonomía es asociado, así sea de modo falaz, a la profundización de la democracia, a la democratización de los recursos y, en fin, a la deseable prosperidad económica.
Pero hay más: “La idea que se tiene que propagar está ligada a un rostro, a un símbolo, a un slogan o a un grito. Basta de programas detallados y demostraciones pesadas”, ¿es acaso casual que conceptos como “democracia”, “unidad nacional” e, incluso, “autonomía” hayan sido vaciados de contenido? Si se observa la seguidilla de avisos solicitados que se han publicado en los diarios de circulación nacional los últimos días, se verá que toda crítica, feroz, al contenido de la Constitución aprobada el domingo 9 de diciembre, carece de “pruebas” que demuestren lo que allí se afirma, importan unas pocas proposiciones.
Hasta ahí, se observa el “lado amable” del aparato de propaganda, pero más allá de éste se tiene que “estos símbolos son, más que recuerdos de promesas o evocaciones de grandeza, llamamientos a la fuerza, evocaciones de angustia (…) [De manera que al verlos] el partidario recuerde siempre el momento de exaltación en que se da en cuerpo y alma, y el adversario, el momento de terror en que vio avanzar hacia él, agrupados detrás de su bandera sangrienta, los uniformes pardos, cachiporra en mano.” ¿O qué otra cosa puede sentir aquél hombre brutalmente golpeado por “huelguistas de hambre” que tras cinco días de ayuno voluntario tuvieron fuerzas para seguirlo, a carrera, por más de cinco cuadras y propinarle una paliza ejemplarizadora?
Así, agrega Domenach, “en este mismo sentido del estímulo continuo se estableció una suerte de alternancia regular: al azúcar se agregaba el látigo. (...) si en lugar de repetir el estímulo se crea una alternancia en la exitación, se obtiene, en vez de la simple inhibición, ese estado psíquico ambiguo e inestable (...) y es precisamente ése el estado del alemán sometido a la propaganda hitleriana, preso, al mismo tiempo, de exaltación y de angustia que muy bien pueden haber llegado al subconsciente.” Basta con leer los numerosos blogs de jóvenes (y no tanto) cruceños que en sus opiniones expresan, ante todo, incertidumbre y angustia para darse cuenta de hasta dónde es posible aplicar recetas que no por viejas dejan de ser efectivas.

* Es comunicador social

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