14 de enero de 2008

El Síndrome del 11 de Enero

Por: Max Murillo Mendoza

Las clases medias (o clases a medias) tienen ahora el Síndrome del 11 de Enero. Esperé que pase estos días, para ver qué decían al respecto de dicho acontecimiento. Como casi siempre, y no me equivoqué, no dijeron nada de fondo, sino de forma: estética, cierta belleza de imágenes (documental “Nunca Más”) y promesas de algo más de lo mismo (como otro librito de Rocha Monroy ); pero que será lo mismo, o sea nada, sino show mediático para seguir vigentes.

Lo que sí dijeron: “el país es lindo y lo estamos destruyendo”, casi al unísono, como el autor del documental Nunca Más. Se dan cuenta ahora, precisamente cuando los indios asoman el poder, que el país se destruye, y no decían absolutamente nada con la destrucción sistemática de los últimos 30 años de historia republicana. Y ahora repiten con mil vueltas existencialmente estúpidas de “que se sienten mal”, de que “tenemos que entendernos”, “que tenemos que dialogar”, todo esto para no decir nada. Por tanto, para no plantear nada. Los más osados, sobre todo sociólogos de estas clases, especulan sobre el mito de la llajta mestiza, de la convivencial manera de ser del cochabambino, cuando todo esto es una visión simple desde ellos mismos, denunciándose así mismos su falta de investigación científica y metodológica.

Esta complicidad mental provinciana, responde a profundos y ancestrales sentimientos y comportamientos antiindígenas. La vida cotidiana de estas clases medias siempre fue y es racista, señorial y patronal. Entonces es muy difícil que la crítica sea realmente estricta y coherente, pues entre toros no puede haber cornadas. Entre compadres y familias, sean de derecha o izquierda, no puede haber sentimientos encontrados, mejor mantener la realidad tal como ha sido heredada. Los herejes en estas clases han pasado a la historia y ya no molestan.

Pero por qué no dicen la verdad? Por qué no van al fondo? Quizás quieran entender mejor a Hegel o Wittgenstein para describir su propia realidad, es posible. En este caso no creo que sea necesario realizar elucubraciones mentales para señalar lo cotidiano de nuestra sociedad. Por ejemplo el sistema educativo, sobre todo aquel que está en manos de la iglesia católica y protestante, el privado. Un sistema absolutamente racista e intolerante, que condena sistemáticamente, cotidianamente, a niños y jóvenes provenientes de estratos pobres (si son morenos la carga de condena aumenta), peor a niños y jóvenes que piensan por sí mismos, ahí no hay piedad alguna y la condena proviene del profesorado y es acompañado en coro por el alumnado y los famosos concejos de padres de familia. Aquí hay mucho que hacer; pero ningún filósofo o intelectual de clase media ha dicho nada. Todos los jovencitos por la democracia que apalearon a campesinos provienen de estos colegios, donde se reza bien, se baila bien caporales y tinkus y hasta se visitan barrios pobres en las navidades, como una manera de salvación cristiana, pero sin cambiar la lógica. Las famosas cámaras de comercio, clubes de beneficencia, estructuras políticas y partidarias están en manos de familias bien y compadres bien, que no permiten ni por asomo la participación abierta y democrática de incluso mestizos exitosos. Para cerrar este párrafo, decir también que el lenguaje cotidiano, de la calle, es esencialmente racista, sobre todo en los insultos: cholo, indio, negro, mugriento, cocalero, etc. Es decir, en estos días de recordatorio del 11 de enero, los analistas, politólogos, sociólogos y estudiosos de Cochabamba ni se asomaron a las raíces de lo que produjo el 11 de enero. Y repito, les come su clase. Les aterra reflexionar sobre la verdad con sus vecinos. La convivencia para estas clases es mantener todo como estaba antes de este gobierno, sin complicaciones, por supuesto con libertades democráticas y elecciones.

Es lamentable que ya no existan intelectuales de la talla de Marcelo Quiroga Santa Cruz, y uno lamenta más cuando ve los espectáculos mediáticos o lee en ellos posturas post-modernas que no nos ayudan en nada, sino dándoles la razón a los mercenarios de siempre de la política boliviana. Ojala que las contradicciones internas generen intelectuales a la altura de las exigencias de estos tiempos, en las clases medias, porque lo que hoy muestran realmente dejan mucho que desear, probablemente porque la mayoría sean los reciclados de la política tradicional, disimulando su fracaso y complicidad con todo lo establecido. Pero también es preocupante que los incipientes intelectuales de este proceso de revolución democrática no hayan postulado nada, sino consignas y reproches.

Si no tocamos la llaga, si no nos aproximamos a la raíz de la cuestión, seguiremos acompañando el rito de los canales de televisión comerciales: un llamado al miedo y a la intolerancia disimulada, bañada en perlas preciosas de hipocresía y tristeza banal y servil।
Cochabamba, 13 de enero de 2008.

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