6 de mayo de 2020

Enfermos en el pueblo


Por: Guido Mercado Julio

No recuerdo si la alfombrilla (sarampión) nos dio antes o después de la tos de ahogo (tos ferina) o entre la tos de ahogo y la viruela, pero casi estoy seguro que fue antes de que nos dé la papera; si recuerdo que nos dio al mismo tiempo a mi hermano mayor y a mí.

A mi pobre hermano, el que es mayor que yo con dos años porque los otros más viejos ya eran grandes, le dieron todas las enfermedades habidas y por haber que llegaron al pueblo y una tras otra. Lo peor es que justamente era el más flaco de la familia, parecía un matacaballo (insecto palo) de flaco o un bicu bicu (muñeco de madera formado por una serie de palancas que al presionarlas hacen que se mueva como haciendo ejercicios). Me daban ganas de llorar cuando veía que le daban los ataques de tos de ahogo, el pobre quedaba sin respiración y había que ventearlo; creo que esa fue la enfermedad más grave que recuerdo de las que dieron en el pueblo, daba pena ver a los muchachos como tosían hasta perder el aire, quedaban medio desmayados y con los ojos rojos, como dicen que son los condenaos. Por suerte esa no me dio o por lo menos no recuerda que me haya dado.

Según creo, la enfermedad que le seguía en gravedad era la viruela porque además de la fiebre, te salían ampollas y quedaba la cara como un pan de arroz con queso, después le seguía la papera. Si bien la papera no te hacía sonar como las otras, el problema es que si no te cuidabas, la inflamación se bajaba del coto a los huevos y listo, quedabas pa tío.

Pero les estaba contando de cuando nos dio la alfombrilla, nos empezó con una fiebre y como estaba dando a todos en el pueblo, no había duda que era alfombrilla. La forma de cuidarse era evitar que te dé el viento, o sea el aire, entonces mamá nos metió a la cama; en esa época dormíamos en la misma cama mi hermano y yo.

En Octubre empezaban los aguaceros y había arto mosquito así que teníamos que estar enmosquiteraos (mosquitero: toldo de lienzo usado para protegerse de los mosquitos), con el calor que hacía y nosotros que estábamos en la edad en que lo más importante es jugar, estar encamao era un suplicio así como era el remedio que nos daba mamá para que brote la infección y no se nos quede en la barriga, un brebaje de jugo de urucú tierno que sabía a demonios.

Ya llevábamos unos tres días en cama (una eternidad) y como los males vienen en yunta, nuestro encierro coincidió con el cumpleaños de mamá. Mataron al puerco que habíamos criao desde chico justamente con este fin y lo metieron al horno. Obviamente nosotros no podíamos comer chancho porque eso es veneno cuando uno tiene alfombrilla. El olor del chancho asao se filtraba por el cerco de palma de la casa y me hacía salivar a pesar de la fiebre. A mi hermano, que estaba peor que yo porque se notaba en su cara colorada de la fiebre, los sarpullidos en todo el cuerpo y la fatiga con que resollaba, no creo que le interesara mucho.

Mamá nos traía agüita de arroz, el brebaje de urucú, mazamorra y una sopita por aquí pasó de pollo; pa más yapa sin sal, comíamos sin salir de la cama. Cuando el chancho estuvo asao, a la hora del almuerzo,  vino con su sopita a decirnos que nos iba apartar chancho pa que comamos cuando nos curemos, que no nos quedaríamos sin parte pero por nada del mundo podíamos comer así como estábamos.

Mi deseo de asao de chancho se fue agrandando y a media tarde le dije a mi hermano

Voy a ir a traer asao

No vas, mamá dijo que nos va a apartar, además nos va a hacer daño

¿y si se lo acaban o si se frega?

¿y si te pillan?

Les digo que salí a orinar pues

No se vos- era como decir andá pues.

Salí furtivamente, las piernas me temblaban no sé si por temor o por la fiebre. Llegué a la cocina sin que nadie me viera, apegué un toco (asiento rústico de tronco) debajo del zarzo (plataforma colgada en la cocina para proteger los alimentos de gatos y perros) y saqué dos buenas porciones de asao de chancho que estaba en una cazuela tapada con un trapo. Volví sin novedad a la cama y comimos a prisa y con apetito envidiable.

No tuvimos ninguna complicación con nuestro mal. A los tres días mamá decidió que podíamos levantarnos y nos dio la mala noticia; el asao que nos había apartado se había echado a perder (aclaro que no conocíamos refrigerador) y lamentablemente no podíamos comerlo, había que dárselo a los perros. Nos miramos sin disimulo pero la mirada fue interpretada por mamá como pesar por habernos perdido el delicioso asao.

Mañana les voy a hacer un majao de pato- dijo para consolarnos.

Nota: Este es un secreto que ahora ustedes deben guardar.

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