2 de abril de 2020

Un secuestro…de los buenos!!

Un secuestro…de los buenos!!

Por: Omar Quiroga Antelo

Esta es la anécdota de un secuestro que pudo tener un desenlace fatal. Recuerdo que a pesar de las advertencias que les dieron a mis padres algunos de mis familiares, en sentido de que no debería mandarme a estudiar al Juan XXIII, porque dizqué allí se entrenaban guerrilleros y eran “comunistas”, en 1981 me fui becado a estudiar.

Quien iba a imaginar que después de unos meses, un 21 de abril de 1981, fuerzas paramilitares y militares en una acción conjunta, ingresan al colegio en busca de uno de los compañeros que en aquella época habían fundado el MIR. No lograron su objetivo y nuestro compañero de colegio tuvo que salir de emergencia hacia las europas. El colegio por muchos meses estuvo vigilado para conocer “nuestros movimientos”.

Cada año, el curso de primero medio (segundo de cultura en lenguaje juancho), se ausentaba del colegio por espacio de una semana a realizar un campamento. Era un momento en el que les ayudaba a nuestros educadores, a conocernos mejor en nuestras actitudes y aptitudes.

En 1982, en Bolivia gobernaban los militares. La sicosis de que nos pudiera pasar algo, obligó a que si alguien preguntaba quiénes éramos, la respuesta debía ser “boy scouts” y jamás mencionar “Juan XXIII”.

Es en este contexto que una de esas noches, ya acampando en “ch’iltupampa”, cercano a Parotani, por la carretera Cochabamba-La Paz, se estaciona una “zorrita” de la estación de trenes cercana a nuestro campamento. Gonzalo Veizaga, el más grande de mi curso, los atiende y vuelve con la noticia de que eran trabajadores del ferrocarril que ofrecían su colaboración si es que necesitábamos leña para nuestra improvisada cocina. Lo que llamó la atención y nos puso en alerta, fue que Gonzalo comentó que eran 4 hombres y que dos de ellos se bajaron y que – según él – no habían vuelto a subir. Enseguida nos organizamos para enfrentar cualquier intento de ataque de los perversos que se encontraban a nuestro alrededor. Lo primero que se debería hacer era ver si Pica, nuestro director, estaba en su carpa. Sorpresa!!, no estaba. Movilización total, sacamos a los enfermos de sus carpas, los llevamos cerca de la fogata. Nos organizamos en 4 grupos para buscar a Pica, porque en nuestra cabeza teníamos la idea de que habría sido secuestrado por los malvados que nos merodeaban. Las búsquedas fueron infructuosas, Pica no aparecía por ningún lado. Luego de evaluar la situación y de sugerir nuevas acciones, a alguien se le ocurre pedir que nuevamente se visite la carpa de Pica para ver si estaba. Nueva sorpresa!!, Pica estaba vivito y coleando, descansando apaciblemente, ausente de todo lo que alrededor sucedía. ¿Qué pasó?, como él mismo comentará al día siguiente, simplemente le vino una fuerte jaqueca y la única forma de controlarla era caminar por una de la vías de la rieles del tren, concentrándose para no caer y con esa acción bajar el dolor de cabeza que le aquejaba. Fue un buen susto el que nos dimos.

Al día siguiente, estábamos en la evaluación final del campamento, eran como las 9 de la noche. Como 8 personas hasta ese momento hablamos de nuestras impresiones, de lo positivo y negativo de la experiencia. En ese momento escuchamos que viene el tren, como todas las noches. Todos nos quedamos en silencio hasta que pasara tremenda bulla. De pronto un grito desgarrador se escucha. La piel se nos puso como de gallina y solo atinamos a mirarnos con asombro entre todos. Pica se adelantó e inmediatamente imaginó lo sucedido – “alguien se acaba de caer del tren”- dijo.

De inmediato pidió dos voluntarios para ir a auxiliar al accidentado. Se ofrecen Limbert Ayarde y Luis Martinez, el primero de Charagua y el otro de Siglo XX. Ambos se van hacia la vía férrea y 3 minutos después llegan corriendo y gritando. Luis estaba atónito y sin habla y Limbert aseguraba que vió sangre y que cuando él era pequeño, una escena de sangre le marcó de por vida. Estaba visiblemente afectado. Entonces Pica pide otros dos voluntarios y como no, me ofrecí. Se eligió a Richard Soliz y a mi persona para completar la misión de ayudar al herido. Luis no se resignaba y pidió ir con nosotros. Nos fuimos los tres en dirección a la vía férrea. Quisimos encender la linterna y era tan tenue la luz, que no servía para nada. Entonces le pedimos a Luis que regresara al campamento y pida nuevas pilas. A tiempo de pedirle este favor, escuchamos entre los matorrales movimientos extraños. Suponíamos que eran animales del monte que se movían. Aún así, nos fuimos acercando ante el infortunado que empezó a quejarse con más ahínco. Un gemido de ayyyy, ayyyy, desgarraba nuestras entrañas. Nos sensibilizamos con el dolor y a tiempo de agarrarlo para ayudarlo a pararse, Richard le decía, “caballero no se preocupe, aquí cerca tenemos nuestro campamento y ahí lo vamos a curar”. Con la claridad de la luna, se podía percibir algo y la verdad es que no podía imaginarme lo sucedido, pues el herido se agarraba el pie (usaba tenis, aguayo, chulo…), ¿era un campesino moderno?. ¿Su pie estaba unido a su pierna artificialmente?. Eran las cuestionantes que en segundos se me pasaban por la mente.

Seguimos nuestra labor humanitaria, lo alzamos, y lo empezamos a desplazar con dificultad. De pronto Richard se desprende del tipo, y empieza a correr. Intento hacer lo mismo por una cuestión de instinto de sobrevivencia, pero la reacción fue inmediata. Cuatro sombras por detrás aparecen, la persona a la que agarraba me aprisionó y en segundos estuve rodeado de personas extrañas. Ví que uno de ellos se puso en posición de ataque y me dirigió un tremendo golpe al estómago que pude neutralizar colocando mi brazo entre mi estómago y el puño certero. Días después un morete en mi brazo quedaba como recuerdo de ese ingrato momento.

Pensé que solo en la películas se gritaba socorroooooooooooo!!!, auxiliooooooooooo!!!, sin embargo fueron dos palabras que atiné a gritar. De inmediato sentí que alguien me colocaba una cinta adhesiva en mi boca para neutralizarme. Forcejeo pero sin tener resultados, mi contextura física no me ayudaba. Era un flaquingo que hasta el viento me podía llevar. Cómo estaría mi semblante, que no tienen más alternativa que develarme quiénes eran. “Somos del Juan XXIII”, me decían. Pude sacarme la cinta adhesiva y empecé a pedir nombres. “Aquí está el Ch´aska”, lo miré y no creía. “Pintuvi, Kiko”, nada, tampoco me convencían. “Está el Valdi…”, tampoco era suficiente. Enseguida me muestran a Samir, es en ese momento que me convenzo y lo abracé a tiempo de llorar desconsoladamente. Recuerdo que Samir atinó a decirme “que huevada!!…te tuvo que tocar a vos…”.

Entendía que era una broma, de mal gusto pero broma al fin. Empezaron a aparecer luces sobre la vía, eran mis compañeros que venían en mi rescate. Me convertí en cómplice de la broma y emprendimos la huida para subir luego a la carretera.

Mientras tanto, Richard que había intentado huir, fue agarrado por otro grupo de “secuestradores”. Lo llevaron al bosquecillo colindante con el campamento, lo medio amarraron (la idea era que se escape), le rociaron jugo de remolacha, al igual que a mi y Vicente Mendoza (Vix), no dejaba de sacar fotos. Mas tarde, Richard comentaría que creía que le habían echado gasolina y que el flash de la cámara eran fósforos para incendiarlo. Pedía que le sacaran una carta que tenía en su chamarra para que se la lleven “a su esposa y a sus tres hijos”. Se reían de él, porque por supuesto que les estaba mintiendo. Colocaron un aviso arriba de su cabeza y lo dejaron solo. Richard, mal amarrado, se libera, toma el papel y llega al campamento. Según lo describieron los demás compañeros, su cara estaba desfigurada, el color rojo de la remolacha interpretaban que era sangre, que alguna herida grave tenía. Histería general, gritos e impotencia era lo que vivían. Pica lo lleva a su carpa, le cuenta la historia de la broma, pero lo venda, le echa mercurio y le pida que colabore con la broma. Sale y empieza a hacer teatro, pero muy afectado aún por lo sucedido.

Leen el papel y la sentencia era clarísima. “Si quieren recuperar a su compañero, tienen plazo hasta las 6 de la mañana para entregar 50.000 pesos bolivianos”. Eran como 50.000 dólares que había que conseguir en menos de 8 horas. Entonces se organizan en 5 grupos para ir hasta Cochabamba y Parotani a pedir ayuda y coordinar la búsqueda de recursos y liberarme.

Con el grupo, decidimos bajar hasta acercarnos al campamento y disfrutar de la broma. En ese momento, llega el padre Cavanach, que manejaba su camión con el que transportaba huevos todas las semanas desde San Juan de Yapacaní hasta La Paz. Pica le cuenta el drama que se estaba viviendo e involucra al padre en la broma. Este muy preocupado saca su tremendo reflector y empieza a alumbrar hacia el bosquecillo para encontrar a mis captores. Era sensacional, nos tuvimos que ocultar detrás de los árboles de eucalipto para no ser descubiertos. La búsqueda no tuvo resultados y el padre se marchó con rumbo a Cochabamba. ¿Y no era que se necesitaba ir a Cochabamba para traer dinero para mi rescate?.

Tuvimos la osadía de llegar a acercarnos hasta 20 metros del centro del campamento. La perra no dejaba de latir y de acercarse al lugar donde estábamos. Con piedrecillas que tirábamos al río, la logramos ahuyentar. Pero la tensión, sobre todo de las mujeres que se quedaron, era tal que no dejaban de llorar y por supuesto expresar la frase trillada “…tan bueno que era…”. Me daban por muerto!!. Era una sensación indescriptible que sentía.

La broma concluye cuando los grupos que emprendieron la caminata en busca de ayuda, se encontraron con grupos de los “secuestradores” y por supuesto les develaban el plan. Llantos, risas, fuertes emociones, asombro, eran sensaciones que se mezclaban.



Nos reunimos alrededor de la fogata y me pidieron que contara lo que viví en esos minutos de terror. Mi mandíbula estaba dura, y así debí reaccionar cuando me hacían recuerdo, al menos hasta unos tres meses de pasada la broma.

Recién nos enteramos que era costumbre que la promoción de ese año visitaba la última noche a quienes estaban de campamento. Por supuesto que eso no lo sabíamos a pesar de que nuestra compañera Marcela Montalvo nos había asegurado que Carmelo Roca le comentó que visitarían el campamento. Pero como nos mentía siempre, claro, eran mentiritas piadosas, pero la convirtió en fuente no confiable.

Increíble que parezca, la letra en el papel en el que pedían la recompensa, fue escrita por Saúl Sosa, profesor de matemática y con una escritura característica e inconfundible. No cambió para nada su forma de escribir, pero ni así se les ocurrió a mis compañeros que fuera una broma.

Esta anécdota queda en la historia del colegio, como una de las mejor logradas, tanto por el impacto, por la sincronización de las acciones y por la ingenuidad de la que fuimos presos.

Santa Cruz de la Sierra, 13 de julio de 2008.

2 comentarios:

Niky Claros dijo...

Muy buena la anécdota Omar, quedó marcado.

Gerardo Suárez dijo...

Me acuerdo de esa noche. Yo era el único que sabía de la broma antes de que comience, así que no pasé el susto tremendo! Un privilegio y honor haber compartido con compañeros de todas partes de Bolivia. Guardo lindos recuerdos de todos. Saludos y bendiciones estimado Omar!