12 de mayo de 2009

Valentina y la Naturaleza: Cap V Bosque esteril y Cap VI Desierto

Esta es la tercera entrega de la novela "Valentina y la Naturaleza" escrita por Juan Carlos Salas Acarapi, ganadora de un premio.


Capítulo V

BOSQUE ESTERIL

El incendio arrasó con todo, no quedo ni un árbol en pie, los animales del monte murieron calcinados, solo unos pocos escaparon al desastre, las empresas agropecuarias perdieron todas sus instalaciones y cultivos, hasta el ganado se quemó vivo, el fuego fue tal que el bosque y toda la biodiversidad desapareció.

Pasaron dos meses luego de aquel histórico incendio y las primeras lluvias llegaron, el agua inundó todo, los sobrevivientes de aquel desastre esperaban el agua de la lluvia con ansiedad, y la lluvia fue abundante, los ríos se llenaron de esplendidas aguas cristalinas, el agua era buena para tomar, y se esperaba que pronto la vegetación se regenere.

Los pastos no rebrotaron, y tampoco los arboles, algunas personas sembraron yuca y arroz, pero tampoco este brotaba. Pasaban seis meses y no había señal de ningún brote de vegetación en aquellas tierras.

La ayuda que llegó de otros departamentos y de otros países tras el incendio se acababa, era imperativo sembrar productos de primera necesidad alimentaria. Tanto las instituciones del gobierno como las ONG´s se aliaron para emprender un enorme proyecto de reforestación y de producción agropecuaria en las tierras devastadas.

El tiempo pasaba y ninguno de estos proyectos logró algún éxito en sus emprendimientos, todas las siembras fueron vanas, los árboles plantados se secaron, el pasto no brotaba. Llamaron a expertos, nacionales e internacionales, hicieron cientos y hasta casi miles de estudios de suelos, todos con los mismos resultados, los suelos no tenían nada malo. Entonces echaron la culpa al agua y también la estudiaron, nuevamente análisis en laboratorios nacionales y hasta internacionales, el agua de Guarayos había recorrido todos los confines del mundo en busca de algún laboratorio que pueda encontrar algo malo en ella. Al igual que con el suelo, los resultados indicaban que el agua de Guarayos era de espléndida calidad. Cuando suelos y agua fueron estudiados, sin ningún éxito, llegó la hora del aire, hicieron muestreos de posibles gases tóxicos, de radioactividad y concentración de oxigeno, pero nuevamente nada, el aire estaba tan limpio como el agua.

Ni los tratamientos de fertilidad más avanzados pudieron devolverle a esa tierra la vida que tenía antes, como si se tratara de un paciente humano, con el mayor de los cuidados, hombres de ciencia trataban de encontrar alguna fórmula para lograr que alguna semilla germine en esa tierra. No era el suelo ni el agua ni mucho menos el aire, la razón por la que aquellas tierras no germinaban no se debía a razones químicas ni físicas, no eran razones de ciencia, la causa de aquella esterilidad se encontraba en los misterios de la vida, que van mas allá de los elementos y átomos organizados, misterios que tienen que ver con la naturaleza de la creación universal.

Los empresarios perdieron el interés de sus tierras e intentaron venderlas, pero nadie quería comprarlas sabiendo que eran improductivas, al final regalaron las tierras a los guarayos, que paradójicamente eran los dueños originales de estas. Así fueron abandonando propios y extraños las tierras guarayas, una migración lenta y agónica se produjo en estos paisajes que antiguamente habría sido de ensueño. Solo los que no tenían donde ir se quedaron esperando, los guarayos.

Con el tiempo la situación empeoraba, las ayudas alimentarias ya no llegaban, y solo un desierto iba quedando en aquel en otros tiempos inmenso y rico bosque.

Cuando la ciencia agotó sus recursos, se recurrió a la magia, grandes hechiceros fueron a la zona, desde accidente iban los yatiris, algunos con gran fama fueron llevados desde el Perú, todos llegaron a las mismas conclusiones, la tierra estaba enferma, pero nadie sabía curarla. Intentaron sacrificios de animales, ofrendas abundantes, y hasta los más extraños ritos. Nada funcionaba.

Los cristianos según su creencia elevaron plegarias y los católicos realizaron misas de salud, a un párroco se le ocurrió exorcizar la tierra pensando que un demonio se había metido en ella. Pero definitivamente nada resultaba, estas tierras se habían reducido a simple materia, el hálito de vida se había marchado y nadie ni nada daba con él.


Capítulo VI

DESIERTO

El viejo conoció a Tula desde siempre, habían venido a este mundo con diferencias de pocos días, crecieron juntos y se conocían entre ambos más de lo que se conocían a sí mismos, el amor surgió entre ellos de inmediato, compartieron su vida entera juntos. Aquel sitio donde habían echado sus raíces era todo para ellos, vivían en armonía con todo su medio.

El viejo y Tula vivieron en simbiosis con la naturaleza, aprendieron a cuidarla y ser parte de ella, el viejo había aprendido como proteger los suelos para que el viento no los erosione, en varias ocasiones Tula y el viejo habían protegido huevos de suris de los depredadores y los escondían hasta que estos se conviertan en nuevos suris que correteaban por esas pampas. Sabían cuándo iba a llover y cuándo llegaría la sequia, había aprendido a guardar agua y alimento para las épocas secas, y enseñaban a los jóvenes a hacer lo mismo.

Con el tiempo el clima fue cambiando, primero poco a poco y luego los cambios fueron más acelerados. Las lluvias no siempre llegaban cuando debían y las sequías se prolongaban más tiempo, el alimento de estas tierras se acababa, las vicuñas, los suris y otras criaturas fueron desapareciendo también.

La comunidad del viejo desapareció poco a poco, muchos de sus mejores amigos fueron llevados a Oruro, unos a los hornos de fundición minera, y algunos a panaderías, mas él y Tula se resistieron a irse, se quedaron pese a las condiciones adversas. El viejo hizo cuanto pudo para salvar la tierra que le circundaba, él y Tula lucharon para mantener la vida en el altiplano, cuando llovía trataban de guardar la mayor cantidad de agua para los duros y secos inviernos, y en la época de lluvia soltaban cuanta semilla podían para que germinen con el agua. Así fue pasando el tiempo hasta que solo él y Tula quedaron como únicos testigos de vida en el altiplano que se fue convirtiendo en desierto.

Las causas de esta decadencia eran conocidas por todos, el sobrepastoreo de ovinos, la indiscriminada recolección de thola para los hornos de pan y de fundición, la excesiva producción de quinua agotando la tierra con tecnologías inadecuadas, y la explotación minera que contamina las fuentes de agua, lograron que en poco tiempo los campos se cubrieran por un desierto inmenso.

En principio, los efectos solo fueron climáticos, temporadas de sequia prolongadas, y otras veces lluvias torrenciales sin explicación. Pero luego ocurrió el avance de los salitrales, la disminución de animales y la baja productividad de los suelos.

Esa mañana, previa al encuentro con Valentina, el viejo se despidió de la vida, lo hizo de manera ritual, no resistiría mucho, cuando vio a Tula en el piso sin aliento de vida, pensó que lo mejor era irse él también, se despidió del Tata Sabaya, del Tata Sajama, del Tata Azanaques, de todos los grandes cerros y de la madre naturaleza, entonces cayó en un profundo sueño del cual no quiso despertar.

Cuando Valentina llego a la región se dio cuenta que la situación era peor de lo que imaginaba, no había rastros ni señas de vegetación por allí, todo se había convertido en un desierto, no había vida ni animal ni vegetal, absolutamente nada. Valentina y su equipo de trabajo se distribuyeron el área para recorrerla más rápido, Valentina caminaba a prisa, buscaba debajo de cada piedra buscaba en la arena, algún vestigio debía quedar todavía, no podía pasar nada por alto. En ese recorrido fue que Valentina vio al viejo, recostado sobre sí mismo, inerte al igual que Tula, los vio a los dos, el viejo mantenía aun algún aliento de vida, Tula no.

Valentina rápidamente se comunicó con su equipo, necesitaba ayuda para transportar a Tula y al viejo, al ver la camioneta llegar hacia donde ella estaba recordó ese sitio, era el mismo sitio donde un día Valentina había sido rescatada de la muerte a sus ocho años, recordaba perfectamente aquel camino y esa curva pronunciada donde el camión que la transportaba había volcado. Ahora era el turno de Valentina, el viejo que hace 25 años la había salvado hoy estaba agonizante, debatiéndose entre la vida y la muerte.

Con mucho cuidado transportaron a Tula y al viejo hacia la camioneta, pese a que Tula parecía muerta, siempre quedaba alguna posibilidad de revivirla. Llegando a Oruro, acomodaron al viejo y a Tula en unas habitaciones especialmente descontaminadas, debían salvar al viejo y con suerte también a Tula, solo ellos quedaban como testigos de lo que había ocurrido en ese paisaje, ellos podrían indicarles que fue lo que provocó que todo se convierta en desierto, ellos podrían dar tal vez algunas pistas para recuperar la productividad de aquellas tierras.

Luego de que los especialistas hicieron su trabajo, solo restaba esperar, el viejo debía responder al tratamiento o morir, lo que se podía hacer ya se había hecho. A dos días de estar inerte, el viejo empezó a mostrar mejorías en su estado, cuando Valentina supo de ello fue a verlo inmediatamente. Al entrar en la silenciosa habitación, Valentina observó detenidamente al viejo, parecía estar dormido, pero despertó de pronto.

- ¡Valentina! – dijo repentinamente el viejo

- Como supo mi nombre – imprecó Valentina – y como es que puede hablarme - dijo todavía más sorprendida

- No he olvidado tu nombre desde hace 25 años

- Es usted, sabía que era usted el que me salvo la vida, lo presentí

- Sí, soy yo Valentina, el que un día te acogió en sus brazos, sabía que volverías, te estuve esperando – terminó pausadamente el viejo.

Valentina creyó estar en un trance, no puede ser se decía a sí misma, debe ser mi imaginación, las plantas no hablan. Las palabras que el viejo le había dirigido eran muy reales, muchas veces valentina había sabido interpretar a la naturaleza, pero nunca había sentido que le hablen tan claramente, no podía ser, se mojó la cabeza pensando que tanto trabajo la había agobiado y que aquella conversación la estaba imaginando. Valentina había pensado que las dos plantas de thola que rescató en el desierto, le servirían para realizar análisis de resistencia a la sequía, y utilización de nutrientes, pero nunca habría imaginado que una de ellas podría hablarle.

- No Valentina, te equivocas, las plantas sí hablamos – dijo el viejo – o al menos así era antiguamente, las plantas y los humanos así como todos los seres que habitan la tierra nos comunicamos y hablamos desde tiempos inmemoriales, sucede que un día el hombre dejó de darle importancia a la naturaleza y se olvidó de hablarnos, desde ese día el lenguaje por medio del cual nos comunicamos fue quedando en el olvido, pero no todo es culpa del hombre – prosiguió – también nosotros empezamos a olvidar este lenguaje, solo los viejos mantuvimos viva esta lengua, y tu Valentina, tu eres especial, cuando caíste de aquel camión, Tula y yo te dijimos algo y tu nos escuchaste, eres capaz de entender a la naturaleza, por eso supimos que volverías.

Valentina no salía de su sorpresa, todo ello no podía ser real, tendría que estarlo imaginando, no daba crédito a sus oídos.

- Valentina, tú debes salvar tu tierra, nadie más puede hacerlo – prosiguió el viejo

- Pero ¿Cómo? – pregunto Valentina

- Debes volver al campo, debes proteger a la tierra y ella te dará sus frutos, estamos a tiempo todavía.

Entonces el viejo le contó toda la historia de aquellos campos a Valentina, de cómo los antiguos aymaras utilizaban las tierras y la naturaleza nunca les hacia faltar alimento, pero poco a poco, con la llegada de la ciencia, la sabiduría se había ido perdiendo de a poco. Ya no se practicaba el respeto a la naturaleza, se la forzaba a producir más allá de lo que estaba permitido, cuando la tierra ya no podía producir alimentos, entonces el hombre aprendió a extraer sus minerales, destrozándola y dejando heridas que no podían sanar.

El viejo contó como inclusive él, siendo una simple planta de thola había sido objeto de la codicia humana, - la naturaleza nos puso aquí par proteger al suelo – dijo el viejo, - nosotros conservábamos la humedad de esos campos, también servíamos de protección para el suri, para los zorros, vicuñas y hasta los quirquinchos, al morir permitíamos que el hombre nos use de combustible para cocer sus alimentos y darle calor en invierno, pero al llegar la ciencia, llegaron los hornos y las fundiciones, entonces vieron que nosotros éramos buenos para calentar estos hornos y para fundir metales, y así empezó nuestra destrucción, en principio recolectaban solo a los más secos y viejos, pero no tardó mucho en que la recolección de thola se haga de forma indiscriminada, hasta que se fue perdiendo toda la población de thola y solo quedamos Tula y yo, al no haber mas thola en los campos, siguieron con la paja brava y todo lo que se podía quemar, los suris empezaron a morir pues no tenia donde proteger sus huevos, también los zorros se fueron y al no haber alimento las vicuñas y alpacas también desaparecieron, Tula y yo resistimos hasta el final, teníamos que esperarte, tu puedes hacer que esto cambie, todavía se puede salvar a la tierra con ayuda de quienes respetan al campo– terminó el viejo.

- ¿Pero qué tengo que hacer?

- Debes enseñar al hombre a respetar la naturaleza, luego te será dado el conocimiento para hacer brotar plantas de la tierra y también para repoblar las especies animales, primero debes hablar con las comunidades indígenas, ellas aun conservan el conocimiento de la reciprocidad hombre – naturaleza, solo que lo han empezado a olvidar, debes recuperar ese conocimiento, después de esto todo volverá a ser como antes, todos los seres de la tierra volveremos a vivir en comunión.

- ¿Qué pasa si fallo?

- Si fallas, estas tierras se volverán un desierto para siempre, así ha sucedido en otras partes del mundo, el hombre no quiso escuchar a la naturaleza y hoy la naturaleza ya no le proporciona al hombre ni el alimento ni el sustento necesario. En varias partes del mundo está sucediendo lo mismo, la naturaleza, la tierra madre no dará más sus frutos hasta que el hombre aprenda a respetar al orden natural de las cosas, a todos los elementos y en especial a todos los seres vivos.

- Haré lo que me dices, empezaré con las comunidades indígenas, con ellas trabajaré primero.

- Recuerda que debes apresurarte, pero debes saber que no estás sola, hay varias personas que al igual que tu han aprendido el lenguaje natural, será necesario que las encuentres y trabajen juntos - así hablaba el viejo, con toda serenidad y solemnidad a la vez.

Valentina quedo pensativa por todo lo que el viejo le había dicho, ella sabía de la degradación de los ecosistemas por la acción humana, pero nunca habría imaginado que además de vida la naturaleza y la madre tierra tuvieran un espíritu.

Valentina estuvo sopesando varios días sobre la conversación con el viejo, todo lo que le había dicho tenía mucho sentido, supo entonces que debía actuar de inmediato, empezaría de inmediato el trabajo con las comunidades indígenas.

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