Por: Xavier Albó *
Es la tercera vez que debo tocar el tema en esta columna। Lo hago el 26 de noviembre debido a un viaje, y sin poder incorporar elementos relevantes que puedan ocurrir hasta que esto se publique. Pero corro el riesgo. Doy por suficientemente sabidos los hechos del 23-25 de noviembre y me concentro en ellos.
Al releer mis textos del 26 agosto y 9 de septiembre, me ratifico en ellos, aunque con nuevos matices y con el dolor de ver que ha seguido ocurriendo lo mismo amplificado por los mismos factores। Marinkovic u otros dirigentes de la élite cruceña han seguido apareciendo en Sucre en momentos claves a dar directrices y billetes. Sigue patente el sesgo de los principales medios de comunicación. Pero, dada la magnitud de los eventos, esta vez no se ha podido ocultar el vandalismo de la turba, como se hizo, por ejemplo, cuando meses antes la Tv local, tras una llamada telefónica, retiró las imágenes de los reiterados intentos de universitarios para incendiar la Prefectura y se limitó a difundir una y otra vez la “brutalidad” de la Policía contra los pobres estudiantes.
Cuando (¡por fin!) los constituyentes lograron romper el cerco e instalarse nada menos que en el Liceo Militar de la Glorieta, sus sesiones eran técnicamente legales: seguían en Sucre y lograron quórum con yapa: 58%, de los que un 49% era del MAS, sobre los actuales 253 constituyentes। Los demás constituyentes, aunque invitados, no fueron, en buena parte por cálculo político. Más criticable es la forma acelerada con que en dos días procedieron a aprobar “en grande” la Constitución, lo que aceleró y magnificó también la mayor movilización e irritación también en otros sectores urbanos.
La tarde del sábado el primer muerto obligó a cancelar las sesiones de los constituyentes que, amparados en la oscuridad, abandonaron el recinto por senderos। Los tan temidos “movimientos sociales” llegados para garantizar la Asamblea no presentaron batalla, a pesar de las desafortunadas expresiones simbólicas de algunos dirigentes, y desaparecieron. En todo caso fueron el bando más pacífico.
La violencia real siguió viniendo de los mismos que bloquearon durante cuatro meses a la Constituyente। Los enfrentamientos con la Policía provocaron tres si no cuatro lamentables muertes —¿ las habrán buscado los líderes de los alzados?— y diversos grupos, sobre todo, pero no sólo de universitarios, acabaron quemando y saqueando con estratégica puntería las oficinas de Tránsito (quemando más de 40 vehículos), Bomberos, la casa del Prefecto, Impuestos y los dos cuarteles de la policía que, rebasada, decidió abandonar la ciudad desfilando.
Visto en perspectiva histórica, las tensiones actuales me trasladan al largo e igualmente resistido proceso que ocurrió desde la derrota del Chaco hasta la Revolución y cambios estructurales de 1952, los mayores desde la independencia। Estas turbas exaltadas y teledirigidas de Sucre ¿no se parecen a las que en 1946 acabaron colgando a Villarroel, en un aparente movimiento popular cuyos promotores simplemente buscaban restablecer el statu quo?
La gran diferencia es que ahora se busca hacerlo en democracia। Pero no la que se reduce a votaciones y formalidades que no cambien las estructuras de hambre y exclusión: un “cascarón vacío”, diría Mandela. Además, ahora el Ejército y la Policía están más cercanos a quienes promueven el cambio, en una especie de pacto indígena militar y policial con una hegemonía inversa a la del viejo Pacto Militar-Campesino. Por algo Evo es el primer presidente civil electo reciente que fue recluta e hizo el servicio militar.
El proceso actual —como el del 52— tiene también deficiencias y toques autoritarios, como las denuncias precipitadas contra algunos ciudadanos de la talla y compromiso de un Carlos Hugo Molina, por citar el caso más notable aunque no el único, o en esta crisis el mal manejo de la sensibilidad de muchos sucrenses y la tendencia a imponer una sola visión। Tenemos que ayudar a superarlas. Pero, en conjunto, la mayor oposición al proceso actual no surge de quienes quieren hacer cambio de una manera mejor, sino de quienes simplemente quieren mantener sus viejos y nuevos privilegios y, para ello, disfrazan de defensa de la legalidad a esas formas neonazis con que movilizan a juventudes cruceñas y ahora sucrenses, exacerbando una buena causa local más allá de toda razón.
Las resistencias al proceso del 52 sólo lograron retrasar los cambios, que al final igual llegaron, pero con un costo mucho más alto en vidas humanas. ¿Por qué no aprendemos? Todavía tenemos tiempo y la obligación ciudadana de seguir profundizando diálogos constructivos orientados al cambio.
*Xavier Albó
es antropólogo, lingüista y jesuita.
es antropólogo, lingüista y jesuita.
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