20 de diciembre de 2007

Ejercicio de memoria

Por: Fabian Restivo

Leí el escrito que envió Gustavo Ordanza a propósito del tema “muerte civil”, propuesta por Dabdoub, allá por el mes de Julio de este año. Recuerdo que recordé que yo ya había vivido esto hace años, en mi otro país, que terminó con la impagable deuda de 30.000 desaparecidos, y que luego el reguero llego a otros países, Uruguay entre ellos.

La primera reacción que tuve fue la de hacer un ejercicio de memoria, escribirlo y publicarlo.Mas allá de tener yo la cucarda de formar parte de todas las listas negras confeccionadas por “cruceños”. En verdad eso es apenas anecdótico. Lo preocupante es hasta donde llega esto.

Aquí envío esa columna que publiqué el 26 de julio en el diario El Día. Lo único anecdótico en este otro caso es que el personaje que describo, fue puesto hace unos días en prisión a disposición de la justicia Uruguaya.

El general Gregorio Álvarez era un hombre con una historia común. Hijo y nieto de generales, hombre afecto a los caballos, que los tenía y de muy buena calidad y muy cuidados, casado en Santa Clara de Olimar, con su primera esposa, integrante de una de las más reconocidas familias de la zona, dedicada a los negocios rurales y la explotación ganadera. Allí aprendería el negocio de la empresa agropecuaria que años más tarde le daría buenos réditos. Sus amigos le decían “Goyo”. Un sobrenombre también común en ambos márgenes del Río de la Plata. Se lo podía describir muy fácilmente como “un hombre bajo, de cultura escasa, muy buen jinete y dedicado al campo”.

Pero así y todo fue quien planeó y llevó a cabo el golpe de estado en Uruguay a principio de los años ’70, cuando Bordaberry era (aún) presidente constitucional.

Manejó durante siete años el poder desde atrás del poder hasta que el 1 de septiembre de 1981, asumió como presidente de facto durante la última dictadura militar uruguaya.

Años antes, cuando Bordaberry era presidente después de un autogolpe y “Goyo” era presidente del Esmaco (Estado Mayor Conjunto) esta institución comenzó a utilizar como emblema la estrella de cinco puntas, del MLN-T (Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros). El presidente Bordaberry le reclamó contrariado el “detalle”, a lo que el general Alvarez le respondió divertido “calma presidente…tómelo como un botín de guerra”. Como todo militar, sabía lo que significaba quedarse con el símbolo del enemigo. Y usarlo. La extrema derecha tenía entre sus símbolos, el de la izquierda.

Alvarez no estaba solo, ni en el mando ni en los negocios que le dieron una fortuna escandalosa, resultado de su relación con el Grupo “Las Mercedes”, sus contactos con la embajada estadounidense, y los préstamos del Banco de la República que lo beneficiaron, según denunciaba la revista clandestina “El Talero”.
En el concurrido pero estrecho círculo, estaba su camarada y luego vecino de hacienda, general Manuel J. Núñez, propietario de la estancia “Las Moras”.

Mientras estaba en el poder, lo que más lo enriqueció fue la carne, durante un negociado llamado Operación Conserva de la que se benefició “explicablemente”.

Como toda dictadura, además de enriquecerse con y desde el estado, recurrieron a la diversión de crear las distintivas “listas negras”. Allí figuraban nombres y razones, por ejemplo: “Eduardo Galeano, porque sus libros contienen ideas ideológicas” (¿?) y también a “Joan Manuel Serrat y ese letrista que tiene, de nombre Antonio Machado”.

En el año 1969 Serrat había editado el disco “A Antonio Machado, poeta” musicalizando una serie de poemas de este último entre los que figuran “Para la Libertad”. Quizá valga aclarar que Machado había nacido en 1875 y muerto en 1939, y en sus años de escritor y profesor de literatura, había trabajado junto a Oscar Wilde, Pío Baroja, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca, entre otros, convirtiéndose el mismo en un ícono de la poesía española, pero bueno, el asunto es que el “Goyo” y su séquito no resistieron la tentación de ponerlo en la lista de “sentenciados a prohibición” con el título de “letrista de Serrat”, sin imaginar siquiera de quién se trataba, ni tomarse la molestia de preguntar. Si todas las dictaduras hacían listas, había que hacerlas. Y nadie puede dudar que las ya famosas “listas negras” son un sello indeleble de las dictaduras que ante el miedo que les provocaba su propia ignorancia, el primer reflejo era “enlistar a los peligrosos de los que no sabemos nada, pero que parece que andan pensando cosas”.

No sé a santo de qué digo todo esto. En todo caso me sirve como ejercicio de memoria de la repetida historia de los brutos del continente.

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