8 de noviembre de 2007

La siniestra historia sin fin, que ahora si tendrá un final

Por: Ma. Bolivia Rothe

Las ironías de la vida... Esta siniestra historia, aparentemente, no tiene fin. Hablo de la historia que relata los avatares de los pueblos que luchan por independizarse de sus sojuzgadores de siempre que, aunque pocos, están tan bien organizados, que hacen jugadas maestras y logran sus objetivos. Quizás precisamente por eso, por su alto grado de organización o porque (terrible constatación) aún nosotros no nos convencemos que a los enemigos hay que matarlos de verdad, porque sino reviven. Son como gatos de muchas vidas y revividos, son ellos los que asestan el golpe mortal.

Debe ser porque, como una ha vivido en carne propia los horrores de las dictaduras, aprecia no sólo intelectualmente los beneficios que conlleva el vivir en democracia, sino también con el alma, a través de esa herida que jamás se cierra y que sangra, cada vez que como hoy, contemplamos impotentes como acciones irresponsables ponen en juego lo más preciado que un pueblo puede alcanzar, la democracia y que en Bolivia ha sido construida, literalmente, sobre la base de sangre, sudor y lágrimas.

Y no se trata de sentimentalizar o victimizar la lucha del pueblo boliviano. En lo absoluto. Se trata de recordarla; de intentar (quizás vanamente, pero de todos modos, persistir en el intento) refrescar la memoria de aquellos que han olvidado la magnitud del significado de las palabras de Arce Gómez cuando nos sentenció a todos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, a “caminar con el testamento bajo el brazo”, porque lo cumplió. A sangre fría y sin que les tiemble la mano, paramilitares a su mando apresaron ilegalmente, torturaron, desaparecieron forzadamente y mataron a lo mejor, a lo más preclaro de la izquierda boliviana, anulando con ello la capacidad de respuesta de nuestro noble pueblo, por más de veinticinco años durante los cuales, el cuoteo político, el oportunismo individual, la amnesia colectiva y el cruce de ríos de sangre, nos llevaron por un abismo del que no hubiésemos podido salir más, de no haber sido por esta tenaz tradición e inquebrantable convicción del pueblo boliviano por luchar contra los opresores, aunque esa lucha, una vez más, haya estado manchada de la sangre de hombres y mujeres patriotas e inocentes cuyo único pecado fue desear con todas sus fuerzas que sea posible instalar para siempre, en los corazones y las miradas de sus hijos e hijas, la esperanza que se consideraba irremediablemente perdida.

Y la bandera de lucha ésta vez tenía rostro aymara, quechua, chiquitano; vestía abarcas, mascaba coca y cargaba wawas en el aguayo. Se llamaba Asamblea Constituyente. Por ella se marchó largamente; se luchó inquebrantablemente; se peleó, se dinamitó, se hizo huelga, bloqueo, paro. Por ella, se murió, como héroes, defendiendo la última posibilidad de recuperar la dignidad pisoteada. Era la verdadera y única posibilidad de por fin y entre todos, diseñar un país que refleje lo que realmente somos y no lo que durante tantos años una minoría depredadora e inconmovible nos quiso hacer creer; era la batalla final, la madre de las batallas contra la injusticia, el hambre, la pobreza, la crueldad de un modelo que hacía cada día más pobres a los pobres y más ricos a los ricos, una injusticia imposible de seguir soportando.

Sin embargo cometimos un error: Subestimamos al enemigo y ahora, hoy, ésta noche, disfrazado de Comité Interinstitucional, ha asestado un duro golpe a la democracia. Para mí, debo decirlo con franqueza, este golpe equivale a todos los golpes asesinos que cayeron sobre los cuerpos indefensos de Marcelo, de Lucho, de Gonzalo, de Artemio; equivale a la bala, perdida y asesina en el cuerpo de Marlene, la sonrisa truncada de apenas ocho años durante la Guerra del Gas; equivale al llanto de mis compañeras de lucha que aún no termina, por encontrar los cadáveres de los que amaron, equivale a la bala que dejó postrado para siempre a Genaro Flores y equivale al paramilitar que desapareció forzadamente al compañero de la FES que solo tenía 17 años, aquella espantosa mañana del 17 de Julio de 1980. En resumen, equivale a un golpe de estado, pero más cruel que el de García Meza, porque es un golpe disfrazado de legalidad, de “democracia”.

Cuántos crímenes se comenten en tu nombre, Democracia!!!

Y a pesar de esta verdad, hoy es distinto que en 1980; hoy sí tenemos capacidad de respuesta. Hoy, el pueblo de a pie que luchó por hacer realidad la Asamblea Constituyente, no está solo. Tenemos un líder, que para desgracia de los oligarcas golpistas y esclavos del imperialismo, es el Presidente Constitucional de Bolivia y hay un proyecto de cambio en marcha; un proyecto de cambio que está por encima de las mezquindades personales; un camino sin retorno que se empezó a transitar en diciembre de 2005 y que se hará de todas maneras, porque cuando un pueblo saborea el significado de la libertad y la autodeterminación, ni mil cantos de sirenas embusteros y ladinos lo pueden hacer retroceder.

Y como hoy es diferente, ya no nos engañan con sus estrategias gastadas, aunque estén bien organizados y cuenten con todos los recursos económicos y mediáticos. Ustedes tendrán dinero y medios de comunicación, cierto, pero nosotros tenemos dignidad, valentía, amor por la Patria que nos vio nacer y sueños comunes. No somos parias, vendidos a interesas foráneos; somos bolivianas y bolivianos a quienes la vida nos ha costado mucho y que conocemos el valor de la democracia. El valor real, el valor de vida, no el valor plástico y vacío de los discursos con los que ustedes están tan acostumbrados a llenarse la boca. No nos subestimen. No olviden nunca que, aunque no lo quieran admitir, ya nunca más jugarán de locales. Ahora, son minoría, por la soberana voluntad de un pueblo que es sabio. Por supuesto, de lejos, mucho más sabio y valiente que ustedes.

Ma. Bolivia Rothe es boliviana, médica especialista en Salud Pública, con 28 años de lucha continua por hacer realidad un mejor país, con justicia, derechos humanos y equidad.

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