6 de junio de 2008

Bolivia en el espejo chino

Por CLAUDIO FANTINI, Periodista y politólogo

Deng Xiaoping supo resolver una cuadratura de círculo. Reconquistar Hong Kong y Macao para la soberanía china, parecía inviable, porque esos rincones prósperos no sacrificarían libertades y riquezas por integrarse a un sistema comunista, y porque lo más valioso de esos enclaves británico y portugués era, precisamente, la prosperidad capitalista.
La cuestión quedó resulta con la fórmula: “Un país, dos sistemas”. Hong Kong y Macao aceptaron ser parte de China, pero conservando sus sistemas político y económico. De paso, Deng Xiaoping experimentó lo que se ampliaría a partir de Shangai: la creación de espacios capitalistas donde la inversión extranjera motorice el crecimiento económico.Evo Morales debió inspirarse en Nelson Mandela para poner fin a un orden que marginaba a la mayoría indígena, relegándola a la pobreza. Debió inspirarse en ese líder sudafricano que desmanteló el apartheid y democratizó al país al que la minoría blanca sometió a un régimen atroz de segregación racial. Y lo hizo sin que el lógico resentimiento acumulado por las mayorías humilladas se convirtiera en venganza. Ergo, salvó a Sudáfrica de la fractura y la guerra civil, entre otras cosas, porque no se le ocurrió recrear las instituciones ancestrales de los reinos zulúes y xhoxas, sino democratizar el Estado y la sociedad, enterrando el oprobioso apartheid. Pero, en vez de inspirarse en Mandela, Evo Morales pensó en el Che Guevara, en Hugo Chávez y en el “etnocacerismo”, o sea, el indigenismo ultranacionalista peruano creado por Isaac Humala. El resultado, obviamente, no es la suma de los sectores enfrentados, como logró Sudáfrica tras sepultar el racismo institucionalizado, sino la resta de las porciones en un país dividido.
Por cierto, la culpa no es del actual presidente, sino de la mediocre, corrupta y fracasada clase dirigente de la minoría blanca, cuyos gobiernos conservadores, centristas y socialdemócratas fueron ineptos y socialmente irresponsables. En todo caso, el gobierno indigenista es una consecuencia –y no la peor– del rotundo fracaso y la lacerante desigualdad del orden anterior liderado por la minoría blanca. Aunque está claro que no aportó nada razonable al imponer una constitución que crea un Estado indígena, en lugar de profundizar la democratización de las instituciones y de la educación para generar una sociedad equilibrada y productiva.
Ahora bien, por seguir los modelos confrontacionistas y desechar el ejemplo de Mandela, el presidente boliviano podría terminar obligado a optar entre llevar la confrontación hasta las últimas consecuencias, o diseñar un plan inspirado en Deng Xiaoping y su fórmula: “Un país, dos sistemas”. A fin de cuentas, es una posibilidad de mantener unida esa diversidad que está resquebrajando el mapa de Bolivia.
En tal caso, la Bolivia del Altiplano será el Estado indígena que describe la Constitución del gobierno central, pero tendrá que aceptar a Santa Cruz de la Sierra –posiblemente, también a Tarija, Beni y Pando–, como autonomías con sistemas capitalistas de producción. Mientras que estas regiones prósperas y manejadas por un pujante pero radical empresariado blanco tendrán que respetar al gobierno central e instrumentar políticas de inclusión social y de ayuda a los sectores indígenas más pobres.No es una discusión fácil. De todos modos, la otra discusión es la que se hace con las armas. Y los violentos enfrentamientos ocurridos durante la votación en Santa Cruz entre las respectivas fuerzas de choque, eran predecibles, ya que en ambos lados hace meses que emergieron sus respectivos espíritus sectarios.
En pasadas manifestaciones opositoras, se vieron los emblemas de la Falange, surgida en la década del 30 como símil de las Sturmabteilung (SA) de Ernst Röhm. También reapareció la Unión de Juventudes Cruceñas, inspirada en fuerzas de choque de los años 50, cuya fobia antiindígena evoca al Ku Klux Klan. Y en la otra vereda reaparecieron los Ponchos Rojos, ancestral organización aymará recreada por Felipe Quispe para refundar el Jacha Uma Suyu (Gran Territorio del Agua) y que hoy es un grupo paramilitar sediento de batallas, como la de Warisata, donde estalló la “guerra del gas”.
En la normalidad política, las palabras voto, estatuto y constitución corresponden al terreno de las leyes, el espacio social y político donde las relaciones entre los hombres y las estructuras del poder se rigen por normas. Pero en Bolivia no es así. Todo se ha trastrocado hasta tal punto, que una constitución, un estatuto y una votación son factores de caos e ilegalidad. El desquicio no comenzó con las bandas del Movimiento Al Socialismo atacando con palos y piedras a los votantes, ni con el empresariado blanco, racista y agresivo que impulsa la secesión de Santa Cruz de la Sierra. Aunque ni unos ni otros construyeron puentes de entendimiento en un país carcomido por bloqueos y rupturas. Por el contrario, las dos partes decidieron colocar su proyecto por encima de las normas. Lo hizo el gobierno central al aprobar la Constitución indigenista sin la mayoría de votos que establece el reglamento vigente sobre el poder constituyente. Y lo acaba de hacer la autoridad santacruceña al realizar un referéndum que no tiene legalidad.
En Bolivia, el pasado infecta el presente del que podría surgir un futuro enfermo. Paz Estensoro desnacionalizó, en su segundo gobierno, todo lo que había nacionalizado en el primero; Siles Zuazo vegetó en el poder, igual que Jaime Paz Zamora. Mientras que el general Bánzer Suárez no recompuso en su gobierno institucional de los 90 todo lo que descompuso durante su brutal dictadura de los 70, fundada sobre el cadáver del derrocado Juan José Torres.
A su vez, Sánchez de Lozada resolvió el problema de la inversión en exploraciones y explotación gasífera, pero al precio de que el Estado resignara un nivel razonable de regalías que le habría permitido mejorar la vida de las masas sumergidas, haciendo al menos que puedan contar en su casa con el gas que abunda en el subsuelo. Y cuando llegó el equilibrio y la buena intención del presidente Carlos Mesa, ya era demasiado tarde. Cortando las rutas y paralizando ciudades, el movimiento indigenista de Felipe Quispe, la Confederación Obrera Boliviana (COB) de Jaime Solares y los cocaleros del Chapare que lideraba Evo Morales, marcaron duramente el fin de los fracasados gobiernos de la minoría blanca.
El “ancien régime” no hacía más que prolongar un “statu quo” inviable. Pero que el mejor cambio haya sido una Constitución que crea un Estado indigenista, es por lo menos discutible. De hecho, esa Constitución y la forma de imponerla fueron funcionales a los espíritus oligárquicos y extremistas de la Santa Cruz blanca y pujante.
Por no haber pensado ayer en Nelson Mandela, es posible que Evo Morales se vea obligado a pensar a partir de hoy en Deng Xiaoping, el líder chino que creó la fórmula: “Un país, dos sistemas” para que las reincorporaciones de Hong Kong y Macao resultaran viables a sus respectivos pueblos y rentables para China, permitiéndoles conservar sus vigorosos capitalismos.
Más allá de las cifras que arroja el escrutinio, parece claro que el sistema que impone el Altiplano no atrae, sino que repele, a la “medialuna próspera”. Y para que Bolivia sea un sólo país, una parte deberá aceptar el capitalismo de la otra, y esa otra comprometerse a la inclusión de las masas indígenas y a la creación de las redes de protección social con las que hoy no cuenta.
El pronunciamiento de las urnas cruceñas no tiene valor de ley; pero vale como mensaje claro y contundente. Mientras tanto, tironeado por la utopía regresiva del gobierno y por la agresividad separatista de Santa Cruz de la Sierra, el mapa de Bolivia se resquebraja.

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