11 de marzo de 2008

La letra mata, el espíritu vivifica

Escrito por Xavier Albó (*)
9 de marzo de 2008

Esta es una expresión de Jesús frente a los fariseos, que insistían en las formalidades legales u otras para utilizarlas en su propio beneficio, consolidando con ello injusticias e inequidades mucho más de fondo. Pero el espíritu y finalidad de la Ley, en mayúscula, es facilitar la construcción de una sociedad realmente equitativa en que todos podamos compartir y crecer. Por eso, otra frase típica de Jesús es: “No vine para abolir la Ley sino para que se cumpla”.
Jesús, que denunciaba a los poderosos sin pelos en la lengua y con la audaz prudencia del profeta, denunciaba y escandalizaba a los fariseos y doctores de la ley porque comía y bebía con los “pecadores”, perdonaba a la mujer adúltera, curaba a los enfermos rompiendo el “sagrado descanso” del sábado... Vale la pena releer el capítulo 9 del evangelio de Juan, que la liturgia católica nos propuso el domingo pasado y que tan nítidamente dramatiza este contraste, dando la vista a un ciego en sábado, por lo que los fariseos lo expulsaron de la sinagoga: aquel cambio de raíz tenía “vicios de forma”. En el caso bíblico, esta polarización llevó a los doctores “de la ley” a la tortura y crucifixión del gran proclamador del espíritu la Ley, en mayúscula, a nombre de la ley, en minúscula.
Este principio de que “la letra mata, el espíritu vivifica” es cristiano y evangélico , por supuesto. Pero, más allá de cualquier creencia religiosa, pocos pondrán en duda su validez humana. Estas reflexiones no valen sólo para obispos, clérigos o pastores. Pueden aplicarse también a abogados, jueces, juristas y políticos. ¡Qué fácil y resbalosa es la situación de quienes estudian e interpretan leyes – o, para el caso, aprenden la Biblia de memoria – para después ganarse la vida o incluso lucrar buscándole sus agujeros para ir contra su espíritu!
No hay que elucubrar mucho para darnos cuenta de que esta doble postura frente a la letra y el espíritu de nuestras propias leyes tienen una aplicación inmediata para la situación y polarización actual en esta Bolivia a la que tan entrañablemente queremos.
Basta ver las maneras y sentidos tan volubles, interesados y deliberadamente engañosos con que se manejan términos como legalidad o ilegalidad; o decir que un gobierno es “constitucional” o “de facto”; o analizar aritmética y políticamente el cambiante juego de cifras para definir cuánto se necesita para ser “demócrata” o “totalitario”...
Pero aplicar este principio a nuestra realidad actual no es fácil, porque chicanerías las hay en los dos bandos que se van polarizando en las diversas esferas: la política, la económica, la social y cultural, la geográfica. Unos y otros encuentran aplicaciones interesadas de la “letra” por encima del espíritu de la Ley. No pretendo decir que para seguir el espíritu de la Ley haya que quedarse en discursos etéreos que no bajen a la realidad aplicable. Cristiana – y me imagino, muy humana – es también la frase “sean sencillos como palomas y astutos como serpientes”.
La primera y fundamental pista para ser fieles al espíritu de la Ley, en mayúscula, pasa por una gran opción, a favor de un pueblo que quiere cambios fundamentales empezando por la inclusión de los secularmente excluidos. En nuestro caso, ¿cabe mucha duda sobre cuáles son las opciones e intereses de fondo que están detrás de uno u otro de los dos bandos en pugna? ¿Cuáles apuntan más a la inserción de los más marginados?, ¿cuáles a consolidar sus intereses y privilegios sectoriales?
Pero además, el espíritu de esta Ley, siempre en mayúscula, pasa también por la capacidad de entendernos entre distintos, de construir juntos, incluidos los secularmente excluidos. Sigue por tanto vigente la necesidad de crear puentes y concertaciones (no necesariamente consenso). Es responsabilidad de todos, y muy particularmente de los más poderosos, evitar confrontaciones mayores con alto riesgo destructivo. Tengo fe todavía en que caben cambios a fondo sin tener que llegar a la pugna frontal aniquiladora del otro. (*) El autor es jesuita, antropólogo e investigador de CIPCA

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