2 de agosto de 2011

¿Es la niñez una enfermedad?

A propósito de “El “Oenegismo”, enfermedad infantil del derechismo” de Álvaro García Linera
Oscar Rea Campos
Izquierda – Derecha. Esa clasificación surgió con la Revolución Francesa. Ser de izquierda es optar por los pobres, indignarse ante la exclusión social, inconformarse con toda forma de injusticia o, como decía Bobbio, considerar una aberración la desigualdad social.
Ser de derecha es tolerar injusticias, considerar los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, aceptar la pobreza como tacha incurable y creer que existen personas y pueblos naturalmente superiores a los demás.
Ser izquierdista - patología diagnosticada por Lenin como “ENFERMEDAD INFANTIL DEL COMUNISMO” - es quedar enfrentado al poder burgués hasta llegar a formar parte del mismo. El izquierdista es un fundamentalista en su propia causa. Se llena la boca con dogmas y venera a un líder. Si el líder estornuda, él aplaude; si llora, él se entristece; si cambia de opinión, él rápidamente analiza la coyuntura para tratar de demostrar que en la actual correlación de fuerzas…
El caminante de la Paz, Facundo Cabral, con sabiduría cantaba “No crezca mi niño, no crezca jamás... Los grandes al mundo, le hacen mucho mal”.
El niño, diría Aristóteles, es el ser humano en potencia pura. Es a lo que lo debería desarrollar el ser humano para ser merecedor de tal condición. Sin embargo, ser grande, por lo general, es alejarse literalmente de la potencia innata. Por eso Arthur Schopenhauer afirma que “los niños son las personas más sabias del mundo porque entienden la realidad sin los prejuicios típicos de los adultos”.
Los niños-niñas no tienen prejuicios, ni pasado ni futuro, por eso gozan del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros. Y vivir significa vivir en el presente, por eso es difícil que un niño-niña entienda que debe dejar los dulces, porque no ve el mañana, sino que aún vive en el estado original donde radica su espíritu, en El Ahora. Lamentablemente muchas veces nosotros se los quitamos, les sacamos del ahora de la peor manera.
Los niños-niñas rejuvenecen y, lo que es mejor, ennoblecen. El candor de un niño-niña puede arrebatar a cualquiera; hasta el hombre más duro puede enternecerse mientras tiene una niña entre sus brazos. La metamorfosis que un niño-niña puede formar en el corazón de un adulto es algo inexplicable, incomparable con nada en el mundo. Un niño-niña encarna alegría, ilusión, magia, bondad, encanto y pasión. Ellos serán los hombres del mañana que actualmente, y desposeídos de toda maldad, nos ayudan a vivir y, ante todo, a sonreír. Como diría Facundo Cabral, cuando somos capaces de sacar a pasear el niño que todavía llevamos dentro es cuando volvemos a ser felices.
Deberíamos ser como ese niño-niña al que amamos, del que aprendemos y con el que nos emocionamos. La vida como tal en demasiadas ocasiones nos obliga a dejar “dormido” al niño-niña que pretendemos sacar de nuestro corazón, pero si somos constantes y vivimos como ellos, sin duda alguna, la felicidad la tenemos asegurada.
Abramos nuestro corazón y todos, sin distinción, saquemos ese niño-niña que llevamos dentro, ese ser sin más pretensiones que regalar sonrisas y repartir felicidad, convivamos los unos con los otros con el argumento de la ternura. Sin lugar a dudas que todos tenemos niños y niñas cerca de nuestras vidas; disfrutémosles, gocemos de su existencia, tomemos sus lecciones, contagiémonos de su sonrisa y tratemos de emularle para el bien nuestro. Ellos y ellas nunca traicionan y, lo que es mejor, nunca defraudan. Si todos viviéramos como niños- niñas no habría injusticias, ni insultos, ni guerras. Necesitamos tener una infancia libre de temor y de miseria. Se lo debemos a todos y cada uno de los niños y niñas del mundo, pero esto – diría Antonie de Sain-Exúpery - “no se ve bien sino con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos (racionales)”.

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