26 de enero de 2010

A propósito del acto en Tiwanaku

Escrito por Xavier Albó (*)
He aquí algunos puntos que me han llamado la atención esta segunda vez que he participado en Tiwanaku en el ritual de investidura de Evo como presidente, la víspera de su posesión más formal del viernes 22.
Me he sentido frustrado por segunda vez al no haber podido seguir de cerca el ritual en la pirámide Achakana, por estar ubicado en un lugar desde el que nada podía observar ni siquiera a través de las pantallas que esta vez se instalaron. Me he consolado viviendo así un poco más el hálito de misterio que siempre rodea lo sagrado.
Lo central en términos de cosmovisión parece abrirse a recibir las energías cósmicas mediante un intercambio de dones con la Pacha Mama y demás seres protectores. Todo empezó con una “limpia” o purificación y después ofrendas a las cuatro direcciones del espacio, expresadas en la chakana o cruz andina e incluso en el ch’uku o birrete ceremonial de cuatro puntas usado por Evo.
Pero Pacha Mama, en su sentido pleno, significa Madre y Señora tanto del Espacio como del Tiempo. Este segundo sentido se ha expresado en el hecho mismo de celebrar el rito en Tiwanaku, que nos conduce a las raíces temporales más profundas de los pueblos andinos.
El protagonismo compartido de Evo con la abuelita Nicolasa Choque, me ha resultado muy sugerente, no sólo por ese vínculo intergeneracional sino también por expresar el respeto a tanta sabiduría no letrada. Aprendamos a leer las arrugas de la anciana, como nos recomendaría David Choquehuanca.
¿En qué queda el Estado laico, con tanto ritual? Laico ni significa ateo ni anti-religioso, como nos querían hacer creer algunas propagandas electorales mal intencionadas. Quiere decir pluralismo y apertura a toda expresión religiosa, sin descartar tampoco la increencia total, algo muy bajo entre nosotros (2% tanto en 1992 como en 2001). En la primera gestión gubernamental recién concluida, después de tensiones, habladurías y a veces excesos, ya ha habido diversos eventos públicos ecuménicos; y viceversa, algunas autoridades han seguido participando también en eventos religiosos ahora no oficiales. En nuestra realidad poco sentido tiene la frialdad con que algunos estados laicos europeos tienden a eliminan cualquier signo religioso en sus instituciones. Lo central del estado laico, como contrapuesto al confesional, es la apertura a todos sin exclusión de nadie. Por cierto que cuando se estaba finalizando el acto en Tiwanaku apareció incluso, revestido con una majestuosa casulla roja, el P. Sebastián Obermaier para dar su saludo o bendición al Presidente, a título personal.
El evento de Tiwanaku, apoyado sin duda por fondos públicos, hay que interpretarlo no tanto como una expresión de la cosmovisión y espiritualidad del ciudadano y “guía espiritual” Evo Morales, la cual debiera ser “privada”, sino ante todo como parte del reconocimiento público a toda la población indígena originaria. Dado el enfoque holístico (o integral) de sus culturas, poco sentido habría tenido tener este tipo de celebración sin incorporar en ella algo tan central como su propia espiritualidad. Estoy seguro que así lo han entendido también los numerosos invitados indígenas de otros países, quienes explícitamente, llaman a Evo incluso “su presidente”.
En Tiwanaku toda la ceremonia ha sido pensada y realizada mayormente en clave andina. Aunque ha habido también gente de otras regiones, éstos han estado poco tenidos en cuenta en el diseño mismo de la celebración, más allá de un breve discurso en guaraní. En ese sentido el acto ha sido aún poco plurinacional.
Ojalá pueda lograrse un mejor equilibrio en el futuro. A muchos de nuestros pueblos originarios actuales de carne y hueso probablemente también les habría gustado alguna referencia a las prácticas cristianas que ya han hecho tan propias y combinan sin problema con las ancestrales sin que, a esas alturas, ello les haga necesariamente “colonizados”. ¿Recuerdan aquella histórica marcha de 1990 por el territorio y la dignidad desde el Beni? Para sorpresa de la CSUTCB y otros, quisieron acabarla con una misa en la catedral.
En un evento de tal magnitud y que debía ceñirse inevitablemente a restricciones de horario en imposible desarrollar demasiado la celebración. Pero tal vez se habría podido incluir un abrazo de reconciliación y enhorabuena entre los asistentes más cercanos, como se hace en muchas celebraciones tanto originarias como criollas.(*) Xavier Albó es antropólogo lingüista y jesuita.

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