por Flavio Dalostto
Había una vez una Casa Grande, que se llamaba OEA, y era como un edificio, un gran hotel o un conventillo. Varios vecinos vivían allí. Algunos en departamento de Lujo y otros en sucuchitos bien chiquitos, donde apenas entraba una cama y una cocina. Pero, mal que mal a todos cobijaba. El dueño del Departamento de Lujo se llamaba Juan Queso. En realidad era toda una generación de juanes quesos, que se iban heredando el Departamento de padre a hijo. Uno de los ocupantes de los departamentos más chiquitos, era tan chiquito que se llamaba Cubito, y su ocupante también. Muy bonito, a pesar de su estrechez. Su inquilino vivía sumido en la pobreza, a causa de los abusos de Juan Queso. El Potentado, incluso se abusaba de su condición y se la pasaba acosando a la Señora de Cubito. Utilizaba el departamentito como su prostíbulo privado. Cubito vivía atemorizado, debido al Terror que le inspiraba Juan Queso, y dejaba hacer. Durante generaciones, los descendientes de Juan Queso, que también heredaban el nombre, se acostaban con las mujeres de los descendientes de los Cubitos.
Un buen día, uno de los descendientes de Cubito, Fidélico Barbosa se hartó de la ignominiosa situación y cuando Juan Queso número no se cuanto, quiso entrar al Sucuchito para hacer lo que acostumbraba, se le soltó la cadena a Fidélico y sacó a patadas al abusador. Rabioso, con el Orgullo herido y sin poder consumar su Abuso cotidiano, Juan Queso convocó de urgencia a todos los habitantes del edificio, sin excepción, grandes y pequeños, ricos y pobres. Los llamó a reunión de consorcio. Todos, que le tenían mucho miedo al Poderoso Juan, escucharon la Voz indignada de Don Queso número no se cuantos, que pedía la expulsión de Cubito, su Señora y de todos los cubitos que anduviesen dando vuelta por el Mundo, debido a la "Falta de Respeto". Unos por convenciencia, otros por miedo, todos los ocupantes del Edificio OEA, aprobaron la expulsión de los Cubitos. Fidélico y su Familia tuvieron que abandonar el lugar, como si fueran la Peste, y salieron a vivir a la intemperie, en el Campo. Juan Queso, victorioso, siguió abusando de las Señoras de los demás ocupantes, sobre todo de los más Pobretones, que no tenían fuerza para oponerle resistencia. Barbosa, el Cubito, quedó pobre y esmirriado, fuera del edificio, pero con la Dignidad lavada.
Pasaron muchos años desde esto, y los juanes quesos, fueron heredando su Departamento, los padres a los hijos; pero Fidélico Barbosa vivió muchos años, batiendo récords de longuevidad. Su vida transcurrió a los sobresaltos en su ranchito de madera. Vivió muy pobremente, pero de vez en cuando se sentía Feliz. Hasta se había olvidado de lo que era vivir en OEA. De vez en cuando pasaba cerca del Edificio, y lo invadía cierta nostalgia por las escaleras y los vecinos; pero se mantuvo así, alejado a la fuerza, hasta que ya no recordó ni como era la Fachada del Lugar. Un día, después de todos esos años, pasó algo raro: uno de los Juan Queso número tanto, tuvo un hijo fuera de los parámetros normales de los juanes quesos. El niño le salió Negro. No se sabe si la Mujer de Juan Queso se acostó con algún ocupante picarón del Edificio, ¿Haiti? ¿Jamaico? No se supo bien; pero la cuestión es que el último de los Juan Queso salió más Negro que una Noche amputada de Estrellas. Juan Queso, el último, el negro, empezó a tener problemas financieros y empezó a irle de mal en peor. Entonces, se dijo "A veces me siento enfermo. Sería bueno que me llevara un poquito mejor con el pobrerío, por si alguna vez no puedo caminar, y necesito que me pongan la Pelela, o me ayuden a bajar la escalera. Además, con los años, el Edificio se ha vuelto una Ruina y necesitaré mucha ayuda para repararlo. Las escaleras quebradas, los pisos hundidos, llueve más adentro que afuera, los focos rotos, cortocircuitos, las cañerias apestan, la cloaca rebalsa, el revoque se ha salido y la Pintura no logra doblegar las Manchas de Humedad. ¡El Edificio podría venirse abajo en cualquier momento!"
En esos años de Exilio Forzado, Fidélico Barbosa, en su ranchito, recibía saludos y muestras de simpatía de algunos vecinos, muy a escondidas de los Juanes Quesos. Varios fueron los vecinos de OEA que se animaron y se acercaban al rancho de Barbosa, y bajo el Alero de la humilde vivienda se sentaban a tomar Mate y a comerse unas Tortas Fritas, doraditas y crocantes. Cuando Juan Queso negro se enteró, le dio mucha envidia de los nuevos Amigos de Fidélico, aquellos que antes le temían, y ahora ¡malditos ingratos! habían perdido el Temor. Ahí estaba Don Lechugo Margarito, el gran hablador; Don Coco Mora, el trompetista; y el Raffa. Todos bajaban de sus departamentitos y le daban amistad a Fidélico. No fueron los únicos, y hasta alguno propuso construir un Edificio más nuevo, para que Don Barbosa volviera a vivir con ellos. Don Juan Queso Negro, se dijo "Muchos de mis vecinos son mis parientes: la Negra Dominic, Don Jamaico y hasta el Barba Lulo es mi primo lejano. Haré resaltar mi parentesco con ellos y les diré 'Somos Familia', y me querrán otra vez. Incluso podría invitar a Don Fidélico a volver a Casa. Total el Edificio está practicamente en ruinas, y creo que el viejito no es rencoroso. Mientras yo construyo otra Mansión por ahí, lo dejaré vivir aquí otra vez. Todos me verán como generoso."
Juan Queso Negro consultó a su Señora Pillary-a-Clintoris, que estaba más que acostumbrada a las infidelidades de los juanes quesos (los juanes quesos, deslumbrando con su Poder, se acostaban con todas las chicas que pasaban por ahí, o sea las Pasantes). Doña Clintoris le dijo "Dale, buena idea". Fue Lechugo Margarito quien más insistió en hacer una reunión de Consorcio para aprobar el regreso de la Familia de Fidélico a la Casa OEA. Por unanimidad, inluído Juan Queso, todos decidieron dejar sin efecto aquella remota expulsión de Fidélico, y le mandaron mensajero que le diga "Welcome". Fidélico, al enterarse se le cayó un Lagrimón de la emoción; y enjuagandose los ojos, mientras cargaba la Yerba en el Mate, se dijo: "No y No. No vuelvo nada. ¿Qué se creen? ¿Qué no tengo Orgullo? Además ese edificio es una Ruina y en cualquier momento se desploma y los mata a todos. No, mejor me quedo en mi Ranchito, libre, bajo las Estrellas verdaderas, y no bajo las Estrellas truchas que viven en esa Odiosa Bandera". Así fue como Don Barbosa no quiso volver al Edificio OEA y se quedó a matear a la intemperie. "Pobre, pero Digno", se dijo.
Ayer, Viernes, nos enteramos que Fidélico Barbosa tenía razón. Uno de los ocupantes más pobres de la casa OEA, Hundido Gólpez, el mejor Amigo de Juan Queso, después de mandarse una Cochinada, en desacuerdo con una medida del Consorcio, decidió hacer sus Valijas e irse. No le costó mucho. Mientras se marchaba, se dijo "Aunque no lo puedo ni ver en la Sopa, a ese Viejito Fidélico, hay algo en lo que coincido con él. 'El Edificio es una Ruina. Lo mejor sería demolerlo'. "
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4 de julio de 2009
La OEA, o la casa en ruinas
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