8 de septiembre de 2009

Padre D’Escoto, Presidente de la ONU

Escrito por Xavier Albó
La semana anterior nos visitó tres días el padre Miguel D’Escoto. A sus 76 años y en medio de las limitaciones y algunos achaques propios de esa edad, nos rejuveneció a todos. Fue como una brisa de aire fresco.

Miguel D’Escoto nació en California (1933) pero vivió en Nicaragua toda su infancia hasta que, a sus 14 años, fue a estudiar a Estados Unidos. En 1953 se hizo Maryknoll, una congregación católica muy conocida en Bolivia, y pasó sus primeros años como sacerdote en las callampas (barrios urbanos marginales) de Chile.

Su acción solidaria con Nicaragua, tras el terremoto de 1972, reavivó los lazos con su querido país, tan pobre y machucado por la naturaleza y por la larga dictadura de la dinastía Somoza. Contribuyó, dentro del “Grupo de los Doce”, a derrocar aquella dictadura y enseguida fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores, cargo en que siguió durante más de 10 años, con gran aceptación en el país y en el mundo.

Con el reciente retorno del sandinismo al gobierno, en 2008 fue presentado como candidato para presidir el 63º período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas y, a pesar de la oposición velada del gobierno de Bush, logró el apoyo unánime de los gobiernos. Esta plataforma le ha facilitado contactos a nivel mundial y le ha permitido trasmitir por doquier su preocupación por la gran crisis ética que vive el mundo y sus estructuras de gobierno. Somos “minusválidos y parapléjicos éticos”, nos repitió. Cree que en la ONU ya se han hecho todo tipo de parches y ahora no queda más que “reinventarla”.

Poco antes de visitarnos, inauguró la Conferencia de la ONU sobre la Crisis Financiera y Económica Mundial con frases como éstas: “La actual crisis económico-financiera es el último resultado de un modo egoísta e irresponsable de vivir, de producir, de consumir, de establecer relaciones entre nosotros y con la naturaleza que implicó una sistemática agresión a la Tierra y a sus ecosistemas y... una perversa injusticia social planetaria... El camino hasta ahora recorrido, parece haberse cerrado y, de continuar así, puede llevarnos al mismo destino ya anticipado por los dinosaurios... [Debemos] forjar un ethos mínimo desde el intercambio multicultural y desde las tradiciones filosóficas y religiosas de los pueblos, a fin de que puedan participar en la definición del Bien Común de la Humanidad y de la Tierra y en la elaboración de nuevos valores.” Citó a Evo Morales: “[La Madre Tierra] puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella” y también al Papa Benedicto XVI invocando, con él, “el Espíritu de Sabiduría y de Solidaridad Humana para... promover una distribución más equitativa del poder de decisión y de los recursos, con particular atención a los pobres, cuyo número, desafortunadamente, es cada vez mayor.” (Ver http://tendays.socialwatch.org/?p=407).

Por eso decidió condecorar a Evo por su defensa de la Madre Tierra, a Fidel por su solidaridad y, de manera póstuma, a Nyerere por su justicia social. Este último, creador de Tanzania, tiene iniciada su causa de canonización y podría ser el primer jefe de Estado y socialista en el santoral.

Sigue siendo el “Padre” D’Escoto, pese a que, por su rol público, el Vaticano le retiró —a él y a otros dos ministros-sacerdotes nicaragüenses — la facultad de ejercer funciones sacerdotales. Pero lo que nadie pudo quitarle fue su amor a Cristo y a los pobres, ni su lealtad a la Iglesia y a su familia Maryknoll, ni su fuerte y comprometida espiritualidad, bien cercana a Jesús, el carpintero de Nazaret. Fiel seguidor de Tolstoi (otro silenciado), Gandhi, Luther King y Óscar Romero (otros asesinados), nos dijo: “El octavo sacramento es la comunión profunda y constante con los pobres, en los que Dios se nos manifiesta de la mejor manera... Como Cristo debemos estar dispuestos a ser sacrificados por las causas de la humanidad”.

D’Escoto engarza esa espiritualidad comprometida con una teología de liberación, que descubre ya en el jesuita paleontólogo Teilhard de Chardin, que a medio siglo XX también fue silenciado. Con él nos ha recordado: “Somos la misma tierra con conciencia y amor, hasta que todo culmine en la amorización del universo entero. Ante tales retos, la Iglesia tiene que recristianizarse, hay que reinventar el Cristianismo, concluía.

¡Qué ventarrón de aire fresco para todos nosotros!

*Xavier Albó es antropólogo lingüista y jesuita

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