Hic et nunc
Claudio Rossell Arce
Narcotráfico y narcotraficantes
El fin de semana último ha dejado una noticia amarga: en el Territorio Integrado y Parque Natural Isiboro Sécure (TIPNIS) hubo un enfrentamiento entre indígenas originarios de la región y cocaleros recién asentados en la zona.
Los medios que hicieron seguimiento al suceso comenzaron a mostrar las hilachas del tejido al revelar que, según la autoridad del Servicio Nacional de Áreas Protegidas, es plausible la hipótesis de que detrás del enfrentamiento hayan narcotraficantes. Por su parte los indígenas hablaron de gente armada con metralletas. Finalmente, el presidente Morales ordenó que las fuerzas del orden desalojaran a los cocaleros y que las autoridades del INRA les dotasen de tierras allí donde las haya disponibles.
El tema, que bien se podrá prestar para interpretaciones forzadas con intereses electorales, debe llamarnos la atención pues es otro síntoma de que la lucha contra la producción y tráfico de drogas no brinda motivos para sentir orgullo o satisfacción.
Lo sucedido en el Isiboro Sécure es una prueba más de que la frontera agrícola de la coca no hace más que extenderse; si ayer fue en los Yungas —donde se lamenta la desaparición de gran parte de los cultivos de cítricos y café típicos de la región—, hoy es claramente en los bordes de la Amazonia, y ciertamente es en esta zona donde quienes tienen más qué perder son los indígenas originarios, que como se ha visto, resultan incómodos a quienes buscan su subsistencia con el cultivo de la “hoja sagrada”.
A este ostensible crecimiento de los cultivos de coca, se debe sumar la enorme cantidad de pasta base y cocaína incautadas que alimentan el orgullo de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN), que además cuenta como logros la detección y destrucción de cada vez más sofisticadas y eficientes fábricas del alcaloide no sólo en las zonas donde tradicionalmente funcionaba esta ilegal industria, sino también en lugares como la Chiquitanía o el Altiplano.
A su vez, el resultado del trabajo de la FELCN confirma una vez más que el ilícito negocio del narcotráfico es transnacional, que los capitales y la tecnología no necesariamente son locales, y que, lógicamente, combatirlo es tan difícil como acabar con la mítica Hidra de Lerna.
Con todo, la impresionante cifra de toneladas métricas de droga incautada, de fábricas clandestinas desmanteladas y quemadas, lejos de producir tranquilidad o satisfacción por el buen rumbo de la lucha contra el narcotráfico, deja un gran interrogante: ¿es posible combatir el narcotráfico sin acabar con los narcotraficantes?
Que se sepa, en los últimos años ninguno de los “golpes” propinados en el país al narcotráfico —que han sido muchos— ha sido acompañado de la identificación, investigación o persecución de personas ligadas a la ilegal actividad. Es difícil de entender cómo es posible que se encuentre una “mega fábrica” de cocaína en un predio privado pero no se pueda identificar al propietario de la misma; que se detengan avionetas cargadas del lucrativo polvo blanco, pero no se pueda hacer lo mismo con el dueño de la mercancía, y así un largo etcétera.
Algo no funciona en la ecuación, y mientras esa situación permanezca así, será difícil que alguien pueda creer en la sinceridad de los esfuerzos por acabar con el negocio de transformar la mama coca en pérfida cocaína.
hicetnunc1@gmail.com
Claudio Rossell Arce
Narcotráfico y narcotraficantes
El fin de semana último ha dejado una noticia amarga: en el Territorio Integrado y Parque Natural Isiboro Sécure (TIPNIS) hubo un enfrentamiento entre indígenas originarios de la región y cocaleros recién asentados en la zona.
Los medios que hicieron seguimiento al suceso comenzaron a mostrar las hilachas del tejido al revelar que, según la autoridad del Servicio Nacional de Áreas Protegidas, es plausible la hipótesis de que detrás del enfrentamiento hayan narcotraficantes. Por su parte los indígenas hablaron de gente armada con metralletas. Finalmente, el presidente Morales ordenó que las fuerzas del orden desalojaran a los cocaleros y que las autoridades del INRA les dotasen de tierras allí donde las haya disponibles.
El tema, que bien se podrá prestar para interpretaciones forzadas con intereses electorales, debe llamarnos la atención pues es otro síntoma de que la lucha contra la producción y tráfico de drogas no brinda motivos para sentir orgullo o satisfacción.
Lo sucedido en el Isiboro Sécure es una prueba más de que la frontera agrícola de la coca no hace más que extenderse; si ayer fue en los Yungas —donde se lamenta la desaparición de gran parte de los cultivos de cítricos y café típicos de la región—, hoy es claramente en los bordes de la Amazonia, y ciertamente es en esta zona donde quienes tienen más qué perder son los indígenas originarios, que como se ha visto, resultan incómodos a quienes buscan su subsistencia con el cultivo de la “hoja sagrada”.
A este ostensible crecimiento de los cultivos de coca, se debe sumar la enorme cantidad de pasta base y cocaína incautadas que alimentan el orgullo de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN), que además cuenta como logros la detección y destrucción de cada vez más sofisticadas y eficientes fábricas del alcaloide no sólo en las zonas donde tradicionalmente funcionaba esta ilegal industria, sino también en lugares como la Chiquitanía o el Altiplano.
A su vez, el resultado del trabajo de la FELCN confirma una vez más que el ilícito negocio del narcotráfico es transnacional, que los capitales y la tecnología no necesariamente son locales, y que, lógicamente, combatirlo es tan difícil como acabar con la mítica Hidra de Lerna.
Con todo, la impresionante cifra de toneladas métricas de droga incautada, de fábricas clandestinas desmanteladas y quemadas, lejos de producir tranquilidad o satisfacción por el buen rumbo de la lucha contra el narcotráfico, deja un gran interrogante: ¿es posible combatir el narcotráfico sin acabar con los narcotraficantes?
Que se sepa, en los últimos años ninguno de los “golpes” propinados en el país al narcotráfico —que han sido muchos— ha sido acompañado de la identificación, investigación o persecución de personas ligadas a la ilegal actividad. Es difícil de entender cómo es posible que se encuentre una “mega fábrica” de cocaína en un predio privado pero no se pueda identificar al propietario de la misma; que se detengan avionetas cargadas del lucrativo polvo blanco, pero no se pueda hacer lo mismo con el dueño de la mercancía, y así un largo etcétera.
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