Semanario Pulso/Bolivia
Liberales asustados, nacionalistas pragmáticos, indianistas ingenuos
*Pablo Stefanoni
A tres años y medio de la llegada al gobierno de Evo Morales, la coyuntura boliviana parece a años luz de la situación de virtual ’³doble poder’´ entre el Estado central y las regiones autonomistas y de potencial inestabilidad del poder del Presidente. A tres meses de las elecciones presidenciales, la fórmula presidencial Evo Morales-Álvaro García Linera es una ficha puesta. Mientras, la oposición ’¶con una profunda sensación de derrota anticipada’ busca conformar, en medio de una aguda puja intestina, una alianza ’ o al menos dos o tres frentes’¶ más como un intento de ’³reducción de daños’´ que como una estrategia de disputa efectiva por el poder.
La consolidación del “evismo”
¿Pero como llegó a este estado agónico una oposición que hace dos años se daba el lujo de declarar la autonomía de facto, impedir aterrizajes de Morales en zonas autonómicas, tomar instituciones públicas o enfrentarse a tiros con campesinos oficialistas? Justamente, por todo esto: la derecha boliviana al igual que muchos medios, locales y extranjeros hizo un pésimo cálculo de la correlación de fuerzas luego del referéndum revocatorio del 10 de agosto de 2008.
Lo que en la noche del plebiscito aún podía leerse, hasta cierto punto, como un “empate”: Evo y los prefectos autonomistas habían sido ratificados, dejó de serlo pocas horas después. Evo Morales no sólo pasó el umbral simbólico de los dos tercios “obtuvo finalmente el 67 por ciento de apoyo” sino que la fortaleza autonomista había sido perforada por el voto afirmativo: empate en Tarija, triunfo en Pando y un 40 por ciento en Santa Cruz, el núcleo duro de la oposición política-empresarial. El desenlace es conocido: la toma y saqueo de instituciones y la “masacre de Pando”, en septiembre de 2008, habilitan el uso legítimo de la fuerza estatal, incluyendo el estado de sitio y el confinamiento de Leopoldo Fernández y, casi en paralelo, los cocaleros del Chapare preparan el cerco a Santa Cruz. Resultado: en enero de 2009, un referéndum aprueba con el 61 por ciento una Constitución que pocos meses antes parecía condenada a mejor vida.
Si bien es evidente que Santa Cruz está lejos de ser la aldea de los años 50 tampoco es ni una fortaleza inexpugnable ni el motor económico del país que la burguesía cruceña desearía ser: la economía soyera “su principal orgullo” depende del subsidio estatal al diesel tanto como de los mercados de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), perforados por los TLC de Colombia y Perú con Estados Unidos; sus costos y sus escalas de producción están a años luz de la soya brasileña o argentina y, además, el Estado se metió en el negocio mediante la estatal EMAPA (Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos) (Ver entrevista a García Linera en Le Monde Diplomatique). En paralelo, el occidente minero boliviano, debilitado por la crisis de los precios de los años 80, volvió a reposicionarse con los efectos económicos, políticos y simbólicos que conlleva el renacimiento de la “Bolivia minera”, al tiempo que la nacionalización del gas “más allá de sus luces y sombras” redujo significativamente el poder político de las petroleras trasnacionales, aliadas de la elite cruceña.
Pero el golpe final provino de la aventura, en la que los sectores “ultras” involucraron al conjunto de la elite política cruceña: la contratación de Eduardo Rózsa Flores, con una biografía novelesca “entre el idealista y el mercenario” para armar grupos armados de resistencia. La acción fue grotesca pero el asunto sirvió para que el gobierno pudiera confirmar, por primera vez, la existencia de sectores desestabilizadores y subversivos en el país. Fue el último (auto)golpe de la oposición.
¿Evo es Robespierre?
No obstante, el gobierno de Evo Morales, al igual que el de Hugo Chávez, necesita un enemigo al acecho, y eso hace que en el discurso gubernamental la “fuerza” de la derecha siga parcialmente vigente. Además, se da un hecho paradójico: intelectuales y opinadores liberales creen al pie de la letra el discurso oficial, que las propias bases del MAS “que navegan las aguas mucho más pragmáticas del nacionalismo-popular, a la espera de conseguir cargos en el Estado” se toman mucho menos en serio. Así, el economista Roberto Laserna es incapaz de ver las metas modernizadoras del gobierno (incluso mencionar este asunto le parece chistoso) y se deja obnubilar por el barniz indigenista y “ancestralista” con el que se recubre políticas abiertamente desarrollistas; y el sociólogo Henry Oporto dedica una separata en PULSO a alertar sobre “la vuelta al mito de la revolución”, donde cita la frase del vicepresidente García Linera: “me veo como uno de los jacobinos de la Revolución Francesa y veo a Evo como Robespierre” - bastante retórica, por cierto - como un ejemplo de la “fiebre revolucionaria” que se está apoderando de los círculos gobernantes.
Es verdad que en el discurso oficial predomina la lógica “amigo/enemigo”, propia de la tradición nacional-popular latinoamericana, hegemónica en el partido de Gobierno, incluyendo llamados a “aplastar a los separatistas”, no es difícil visualizar las dificultades para reemplazar la desinstitucionalización neoliberal por nuevas instituciones, u observar políticas que, como la migración de campesinos a Pando, combinan sensatos objetivos de construir Estado en esta tierra de nadie amazónica en manos de todo tipo de mafias con más cuestionables intentos de alterar el padrón electoral o mandar gente sin contención a los confines del país. Pero todo ello está lejos de la “revolución igualitaria”, el socialismo o la pérdida de libertades cívicas que no deja dormir a los liberales. Estos parecen olvidar que el neoliberalismo se aplicó en Bolivia a fuerza de decretazos presidenciales y estados de sitio, algo bastante alejado del "consensualismo" que reclaman ahora que perdieron el poder. Y confunden la actual hegemonía nacional-popular con un virtual camino hacia el partido único. La cosa parece más sencilla y menos dramática: hoy la derecha liberal no es escuchada por la mayoría de la sociedad ’¶aunque grite nadie la oye. Pero eso no es diferente a la ineficacia del discurso de la izquierda en los 90, sin que nadie hablara del partido único neoliberal (aunque la democracia pactada se parecía bastante). Lo que hay hoy, en todo caso, como hubo en los 90, es una tendencia al discurso único. El economista Gonzalo Chávez sí captó con agudeza “reemplazando el miedo por la ironía” la realidad compleja que vive Bolivia en una reciente columna (“Fin de la patria rentista”, La Razón, 23-8-09), donde analiza el buen desempeño de los bancos “en parte gracias al Estado” y la buena relación entre las entidades financieras y el gobierno. Allí ironiza sobre los “neoliberales revolucionarios” que manejan la macroeconomía e implementaron políticas antiinflacionarias contractivas, bastante ortodoxas, como la emisión de bonos del Banco Central con altas tasas de interés, para “secar el mercado” y evitar la inflación derivada de la entrada de una ingente cantidad de dólares producto de exportaciones récord. Y no son sólo los bancos: si hubo quejas de las empresas mineras, nacionales o transnacionales, fueron pronunciadas en voz tan baja que nadie las escuchó.
Riesgos y desafíos
Con todo, lo cierto es que el continuo predominio de la política por sobre la economía y la lógica del impacto de corto plazo que caracteriza al “evismo” pone en riesgo los objetivos de largo plazo del proceso de cambio: construir el Estado y desarrollar al país. El affaire Santos Ramírez es una fuerte advertencia de que un retorno acrítico al capitalismo de Estado lleva consigo, también, una vuelta a prácticas que consideraban al Estado un botín para armar grupos de poder, además de garantizar el propio ascenso social (y ahí está también Condepa).
Frente a la necesidad de cuadros “uno de los principales déficits del actual gobierno” se recurrió a la cooperación de Francia para poner en pie una escuela de administración pública; aunque es probable que la lógica “weberiana” de los franceses choque más temprano que tarde con el discurso “multiculturalista” y “comunitarista” que predomina entre quienes hoy discuten una nueva ley de la función pública y consideran que el Estado boliviano debe ser un reflejo de las culturas comunitarias que predominarían “sobre una base evidencial bastante discutible, por decir lo menos” en la sociedad boliviana. La consolidación de una nueva langue de bois (lengua de madera) “poscolonial” corre el riesgo de reemplazar la realidad por el wishful thinking, que permite ver supuestos “proyectos alternativos a la modernidad y al capitalismo” y clivajes binarios (indígena vs. occidental) en el mundo popular boliviano. Como los liberales, este sector es incapaz de ver la matriz nacional-desarrollista, que atraviesa el “proceso de cambio” y se expresa, por ejemplo, en la defensa oficial de la explotación petrolera en la Amazonía.
Nuevamente, es posible constatar una característica de la política boliviana: la “refundación permanente” del país encubre las dificultades para encarar reformas exitosas, en un marco donde el entusiasmo estatista suele chocar y chocó en innumerables ocasiones con un Estado crónicamente débil, pero, al mismo tiempo, dada la debilidad aún mayor de la economía privada formal, percibido por la mayoría de la sociedad como uno de los pocos espacios de ascenso social. Paradoja que hizo estallar otros proyectos nacional-populares y enciende una luz de alerta sobre el que actualmente transita Bolivia.
Con todo, fue el periodista crítico Carlos Valverde quien acertó en la causa de la invencibilidad electoral de Evo Morales: “Nunca en la historia de Bolivia como ahora tanta gente se siente parte del poder”. Políticas sociales e identificación étnica-cultural parecen ser las claves del “cariño” por Evo. Es posible, como en Venezuela, que la oposición necesite entender esto antes de tener alguna oportunidad de volver al escenario político.
13 de septiembre de 2009
Liberales asustados, nacionalistas pragmáticos, indianistas ingenuos
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