¿A quién representa el Conamaq? //versión corregida
de Pablo Stefanoni, el Domingo, 30 de enero de 2011 a las 23:05
Pablo Stefanoni
Página 7
La verdad de la milanesa
Yo no se si el Comamaq tiene a un genio a cargo de la comunicación, o se trata de cuestiones más prosaicas: la ley del menor esfuerzo periodístico que hace que se consulte a quienes están a mano para decir algo o la búsqueda de indígenas críticos del “gobierno indígena”. Lo cierto es que hay una sobrerrepresentación del Conamaq en el terreno mediático en relación a su fuerza política social efectiva. Al final de cuentas, varios de los procesos de "reconstrucción" de las federaciones de ayllus son recientes (de los años 80), y el Conamaq es orgánicamente débil y su desarrollo no es ajeno al giro etnicista de parte de la cooperación europea. Pese a la persistencia del ayllu como forma de organización societal a pesar de las expropiaciones de tierras comunales (en el siglo XIX) y la "campesinización" de los años 50, los sindicatos campesinos han sobrevivido a los triunfos kataristas e incluso indianistas radicales en el seno de la CSUTCB y han mostrado eficacia en las luchas contra el Estado y capacidad para entroncarse con la memoria larga.
Parece normal que en el exterior el Conamaq tenga una exposición acorde a la búsqueda de la autenticidad (y al menosprecio, a menudo, de lo popular realmente existente), pero en Bolivia sería interesante sopesar la real representación de esta organización creada en 1997, en el boom del “desarrollo con identidad” financiado por los organismos multilaterales de crédito. Ahora el Conamaq volvió a ocupar los medios con una propuesta destinada a causar “sensación”: el pedido de revocatoria del vicepresidente Alvaro García Linera, propuesta que sin duda aporta poco al complejo debate que requiere el actual proceso de cambio para concretar un efectivo golpe de timón. Pero la propuesta garantiza, sin duda, una buena tribuna en el programa de Sisi Añez/Pomacusi y otros medios; un indígena criticando al Evo siempre vende.
Su autodefinición como representante de ayllus y markas da una idea inflada de su verdadera capacidad de movilización e interpelación de los indígenas de esos ayllus y markas: si eligieron las largas marchas como repertorio principal de acción colectiva y no los bloqueos es básicamente porque carecen de la capacidad de lucha de los vilipendiados –por ellos y sus compañeros de ruta intelectuales- sindicatos agrarios. En gran medida, las demandas de reconocimiento del Conamaq parecen actualizar una cierta añoranza colonial: respeto a la autonomía local indígena a cambio de la preservación del Estado neocolonial. Como señala el libro Sociología de los movimientos sociales (A. García Linera, M. Chávez y P. Costas, 2004) se da el hecho paradójico de que los "aylluistas", "que afincan su nombre en una lectura anticolonial de la historia indígena, son los más propensos a la preservación negociada de las actuales estructuras coloniales del Estado, en tanto que los ‘sindicalistas’ [CSUTCB, etc.] supuestamente herederos de las influencias coloniales de las reformas del 52, son los más propensos a una descolonización radical del Estado”: Evo y Felipe Quispe provienen de ellas.
De hecho, el Conamaq fue marginal en las luchas populares que abrieron paso a la actual transición posneoliberal: abril de 2000, octubre de 2003 o junio de 2005. Sus marchas por la Asamblea Constituyente hubieran logrado, en el mejor de los casos, la absorción de las demandas indígenas por el neoliberalismo multiculturalista hegemónico en los 90, pero nunca hubieran transformado las relaciones de fuerza político-ideológicas en el país. Mientras los aymaras liderados por Felipe Quispe eran reprimidos por el “Estado colonial”, en 2000, el Conamaq entregaba al ex dictador y entonces presidente democrático Hugo Banzer Suárez un poncho y un bastón de mando tradicionales.
En la Constituyente, el Conamaq reivindicaba que los recursos naturales (incluso gas y petróleo) fueran manejados a nivel local, una posición en todo caso coherente con el fin del Estado nación que pregonan varios intelectuales y ONGs. El etnicismo antinacionalista es presa fácil de las políticas de debilitamiento del Estado, un instrumento del que ningún país puede prescindir para construir igualdad y bienestar.
La famosa Mesa 18 en le contracumbre climática de Cochabamba sirvió para atraer a ecologistas extranjeros, compadrear con ONGs varias y salir en los medios, pero menos para movilizar a alguien. No es la primera vez que el Conamaq amenaza con grandes acciones, hasta bloqueos de La Paz. Al parecer la radicalidad de las promesas de luchas es inversamente proporcional a las posibilidades de llevarlas adelante.
de Pablo Stefanoni, el Domingo, 30 de enero de 2011 a las 23:05
Pablo Stefanoni
Página 7
La verdad de la milanesa
Yo no se si el Comamaq tiene a un genio a cargo de la comunicación, o se trata de cuestiones más prosaicas: la ley del menor esfuerzo periodístico que hace que se consulte a quienes están a mano para decir algo o la búsqueda de indígenas críticos del “gobierno indígena”. Lo cierto es que hay una sobrerrepresentación del Conamaq en el terreno mediático en relación a su fuerza política social efectiva. Al final de cuentas, varios de los procesos de "reconstrucción" de las federaciones de ayllus son recientes (de los años 80), y el Conamaq es orgánicamente débil y su desarrollo no es ajeno al giro etnicista de parte de la cooperación europea. Pese a la persistencia del ayllu como forma de organización societal a pesar de las expropiaciones de tierras comunales (en el siglo XIX) y la "campesinización" de los años 50, los sindicatos campesinos han sobrevivido a los triunfos kataristas e incluso indianistas radicales en el seno de la CSUTCB y han mostrado eficacia en las luchas contra el Estado y capacidad para entroncarse con la memoria larga.
Parece normal que en el exterior el Conamaq tenga una exposición acorde a la búsqueda de la autenticidad (y al menosprecio, a menudo, de lo popular realmente existente), pero en Bolivia sería interesante sopesar la real representación de esta organización creada en 1997, en el boom del “desarrollo con identidad” financiado por los organismos multilaterales de crédito. Ahora el Conamaq volvió a ocupar los medios con una propuesta destinada a causar “sensación”: el pedido de revocatoria del vicepresidente Alvaro García Linera, propuesta que sin duda aporta poco al complejo debate que requiere el actual proceso de cambio para concretar un efectivo golpe de timón. Pero la propuesta garantiza, sin duda, una buena tribuna en el programa de Sisi Añez/Pomacusi y otros medios; un indígena criticando al Evo siempre vende.
Su autodefinición como representante de ayllus y markas da una idea inflada de su verdadera capacidad de movilización e interpelación de los indígenas de esos ayllus y markas: si eligieron las largas marchas como repertorio principal de acción colectiva y no los bloqueos es básicamente porque carecen de la capacidad de lucha de los vilipendiados –por ellos y sus compañeros de ruta intelectuales- sindicatos agrarios. En gran medida, las demandas de reconocimiento del Conamaq parecen actualizar una cierta añoranza colonial: respeto a la autonomía local indígena a cambio de la preservación del Estado neocolonial. Como señala el libro Sociología de los movimientos sociales (A. García Linera, M. Chávez y P. Costas, 2004) se da el hecho paradójico de que los "aylluistas", "que afincan su nombre en una lectura anticolonial de la historia indígena, son los más propensos a la preservación negociada de las actuales estructuras coloniales del Estado, en tanto que los ‘sindicalistas’ [CSUTCB, etc.] supuestamente herederos de las influencias coloniales de las reformas del 52, son los más propensos a una descolonización radical del Estado”: Evo y Felipe Quispe provienen de ellas.
De hecho, el Conamaq fue marginal en las luchas populares que abrieron paso a la actual transición posneoliberal: abril de 2000, octubre de 2003 o junio de 2005. Sus marchas por la Asamblea Constituyente hubieran logrado, en el mejor de los casos, la absorción de las demandas indígenas por el neoliberalismo multiculturalista hegemónico en los 90, pero nunca hubieran transformado las relaciones de fuerza político-ideológicas en el país. Mientras los aymaras liderados por Felipe Quispe eran reprimidos por el “Estado colonial”, en 2000, el Conamaq entregaba al ex dictador y entonces presidente democrático Hugo Banzer Suárez un poncho y un bastón de mando tradicionales.
En la Constituyente, el Conamaq reivindicaba que los recursos naturales (incluso gas y petróleo) fueran manejados a nivel local, una posición en todo caso coherente con el fin del Estado nación que pregonan varios intelectuales y ONGs. El etnicismo antinacionalista es presa fácil de las políticas de debilitamiento del Estado, un instrumento del que ningún país puede prescindir para construir igualdad y bienestar.
La famosa Mesa 18 en le contracumbre climática de Cochabamba sirvió para atraer a ecologistas extranjeros, compadrear con ONGs varias y salir en los medios, pero menos para movilizar a alguien. No es la primera vez que el Conamaq amenaza con grandes acciones, hasta bloqueos de La Paz. Al parecer la radicalidad de las promesas de luchas es inversamente proporcional a las posibilidades de llevarlas adelante.
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