fabian restivo
unfotografo@hotmail.com
Parece que se acabó nomas.
En el año 1992, mucha gente del llamado “mundo libre” respiraba aliviada. Al fin alguien, a quien podían traducir bien o mal, había conseguido verbalizar una consigna repetible, publicitable, y, finalmente, creíble por casi todo el mundo.
No era para menos. Francis Fukuyama había terminado y publicado el ensayo que había comenzado a escribir en noviembre de 1989: El fin de la historia. Que alguien interpretó luego como “El fin de las ideologías”.
En realidad daba inicio a la era de “el fin de la casualidades”.
El fin de la historia, imaginaba y propalaba como buena nueva, un mundo basado en una democracia liberal que se había impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría. Así de fácil. Este nuevo Nostradamus japonés, el 9 de noviembre de 1989, vio por televisión (igual que todos nosotros ) al alemán con una picota de arqueólogo, pegándole al muro de Berlin. La diferencia fue que el no pudo evitar “percibir” que una profecía llegaba a su mente, y como no tenia ni parentesco ni asociación con Linda Blair, no había quien lo exorcizase de semejante demonio. De tal suerte que en vez de girar la cabeza como calesita y vomitar sopa de espárragos, escribió el tan mentado libro y lo tuvo claro: este era el fin de las ideologías.
A partir de allí, a los exponentes de la moral ideológica occidental y cristiana, se les oyó repetir con cierta felicidad verbigracias como “ el muro ya cayó”, “la economía no es de derecha ni de izquierda”, “la gente quiere ser feliz, no le vengan con ideologías”, y el clarividente Fukuyama, daba conferencias sobre como había visto el, algo tan claro, que parecía una necedad tener que explicarlo a cada rato.
El entonces presidente Menem (Amigo y socio de Paz Zamora y de Macri) repetía hasta el cansancio que Argentina entraba al primer mundo y que (textual) gracias al fin de las ideologías, todo el mundo va a viajar en avión. El aprista Alan Garcia fracasaba en su intento socialista, Lula perdía una elección mas, Sanguinetti aseguraba que el Frente Amplio era una junta de nostálgicos, Violeta Chamorro, era la cara del fracaso del sandinismo y mi amigo Alfredo Belardita resumió la situación con una simpleza intransigente ; la derecha y la izquierda son la misma mierda, no jodas mas, vamos a jugar play station.
Un solo error cometió Fukuyama en su predicción: no le puso fecha de vencimiento. Y entonces no se supo en que momento se acabó la felicidad. Y como sucede siempre, los otrora felices comenzaron a desesperarse, como escribió Mario Benedetti: pasaron de ganaderos a perdidosos, y eso si es una ignominia.
O sea, resucitaron, parece, las ideologías. Y la diferencia es enorme.
Amigos son los amigos.
Ante la resurrección de tan espantoso pasado sepultado, entre el 13 y el 15 de octubre del 2010, se reunieron en Buenos Aires, para trazar lineamientos, un grupo de amigos, preocupados por la cuestión social, a saber: Jose Maria Aznar, Tuto Quiroga, Oscar Ortiz, Manfred Reyes Villa, Alvaro Uribe, que a ultimo momento no fue pero mandó a su canciller Fernando Araújo, Rojer Noriega (factótum de la ley Helms-Burton) , el mexicano Vicente Fox, el inefable Vargas Llosa y, claro, el anfitrión, Mauricio Macri. La flor y nata del velorio de las ideologías.
Hubo quien se atrevió a declarar que “solo somos un grupo de ciudadanos preocupados por los dramas sociales que nos afectan”. Cuando lo leí, solo le di crédito al final de la frase”…que nos afectan”. No había un plan, apenas la idea de ver que hacían con tanta “esta gente” en tantas casas de gobierno. La conclusión fue de un infantilismo dramático asombroso: hay que hacer todo lo contrario de lo que ellos hagan, eso es lo ideológicamente (con perdón de la palabra) correcto.
Sabemos lo que cada uno hizo, y seria largo de enumerar, especialmente en el caso de los bolivianos asistentes a esa reunión. También sabemos lo que hace Macri, en coordinación con los conjurados y con la misma diferencia ideológica que los “esta gente”. Sabemos que se llevaron como souvenir una brújula cada uno, y sabemos que la brújula señala al Norte.
El plan, si es que se puede llamar así, acabó siendo simplemente crear una serie de coincidencias en el hemisferio. No una estrategia (aunque acaba funcionando como tal) sino una serie de acciones sobre las acciones de sus enemigos: trabar el congreso, armar escandaletes de prensa, hablar de pensamiento único, condenar públicamente el “absolutismo del poder”, y alimentar desde el propio espacio la brutalidad de la marginación, el racismo y la violencia.
En Bolivia, el último terreno fue la oposición a los artículos 16 y 23 de la ley contra la discriminación y el racismo. Solo superada por la histeria derechista de Macri, cuando dijo la frase que coronó el asesinato de dos bolivianos y contra el que ningún opositor boliviano de derecha se pronunció: “No tengo porque disculparme, en Buenos Aires sobran bolivianos”. Dejando en claro su diferencia ideológica con los presidentes de izquierda del resto del continente, y la coincidencia moral con sus amigos de la brújula. No sin antes aclarar: “la seguridad no es de derecha ni de izquierda, no tiene ideología”
O sea, el fin de las casualidades, intentando reanimar el esqueleto pulverizado del fin de las ideologías.
unfotografo@hotmail.com
Parece que se acabó nomas.
En el año 1992, mucha gente del llamado “mundo libre” respiraba aliviada. Al fin alguien, a quien podían traducir bien o mal, había conseguido verbalizar una consigna repetible, publicitable, y, finalmente, creíble por casi todo el mundo.
No era para menos. Francis Fukuyama había terminado y publicado el ensayo que había comenzado a escribir en noviembre de 1989: El fin de la historia. Que alguien interpretó luego como “El fin de las ideologías”.
En realidad daba inicio a la era de “el fin de la casualidades”.
El fin de la historia, imaginaba y propalaba como buena nueva, un mundo basado en una democracia liberal que se había impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría. Así de fácil. Este nuevo Nostradamus japonés, el 9 de noviembre de 1989, vio por televisión (igual que todos nosotros ) al alemán con una picota de arqueólogo, pegándole al muro de Berlin. La diferencia fue que el no pudo evitar “percibir” que una profecía llegaba a su mente, y como no tenia ni parentesco ni asociación con Linda Blair, no había quien lo exorcizase de semejante demonio. De tal suerte que en vez de girar la cabeza como calesita y vomitar sopa de espárragos, escribió el tan mentado libro y lo tuvo claro: este era el fin de las ideologías.
A partir de allí, a los exponentes de la moral ideológica occidental y cristiana, se les oyó repetir con cierta felicidad verbigracias como “ el muro ya cayó”, “la economía no es de derecha ni de izquierda”, “la gente quiere ser feliz, no le vengan con ideologías”, y el clarividente Fukuyama, daba conferencias sobre como había visto el, algo tan claro, que parecía una necedad tener que explicarlo a cada rato.
El entonces presidente Menem (Amigo y socio de Paz Zamora y de Macri) repetía hasta el cansancio que Argentina entraba al primer mundo y que (textual) gracias al fin de las ideologías, todo el mundo va a viajar en avión. El aprista Alan Garcia fracasaba en su intento socialista, Lula perdía una elección mas, Sanguinetti aseguraba que el Frente Amplio era una junta de nostálgicos, Violeta Chamorro, era la cara del fracaso del sandinismo y mi amigo Alfredo Belardita resumió la situación con una simpleza intransigente ; la derecha y la izquierda son la misma mierda, no jodas mas, vamos a jugar play station.
Un solo error cometió Fukuyama en su predicción: no le puso fecha de vencimiento. Y entonces no se supo en que momento se acabó la felicidad. Y como sucede siempre, los otrora felices comenzaron a desesperarse, como escribió Mario Benedetti: pasaron de ganaderos a perdidosos, y eso si es una ignominia.
O sea, resucitaron, parece, las ideologías. Y la diferencia es enorme.
Amigos son los amigos.
Ante la resurrección de tan espantoso pasado sepultado, entre el 13 y el 15 de octubre del 2010, se reunieron en Buenos Aires, para trazar lineamientos, un grupo de amigos, preocupados por la cuestión social, a saber: Jose Maria Aznar, Tuto Quiroga, Oscar Ortiz, Manfred Reyes Villa, Alvaro Uribe, que a ultimo momento no fue pero mandó a su canciller Fernando Araújo, Rojer Noriega (factótum de la ley Helms-Burton) , el mexicano Vicente Fox, el inefable Vargas Llosa y, claro, el anfitrión, Mauricio Macri. La flor y nata del velorio de las ideologías.
Hubo quien se atrevió a declarar que “solo somos un grupo de ciudadanos preocupados por los dramas sociales que nos afectan”. Cuando lo leí, solo le di crédito al final de la frase”…que nos afectan”. No había un plan, apenas la idea de ver que hacían con tanta “esta gente” en tantas casas de gobierno. La conclusión fue de un infantilismo dramático asombroso: hay que hacer todo lo contrario de lo que ellos hagan, eso es lo ideológicamente (con perdón de la palabra) correcto.
Sabemos lo que cada uno hizo, y seria largo de enumerar, especialmente en el caso de los bolivianos asistentes a esa reunión. También sabemos lo que hace Macri, en coordinación con los conjurados y con la misma diferencia ideológica que los “esta gente”. Sabemos que se llevaron como souvenir una brújula cada uno, y sabemos que la brújula señala al Norte.
El plan, si es que se puede llamar así, acabó siendo simplemente crear una serie de coincidencias en el hemisferio. No una estrategia (aunque acaba funcionando como tal) sino una serie de acciones sobre las acciones de sus enemigos: trabar el congreso, armar escandaletes de prensa, hablar de pensamiento único, condenar públicamente el “absolutismo del poder”, y alimentar desde el propio espacio la brutalidad de la marginación, el racismo y la violencia.
En Bolivia, el último terreno fue la oposición a los artículos 16 y 23 de la ley contra la discriminación y el racismo. Solo superada por la histeria derechista de Macri, cuando dijo la frase que coronó el asesinato de dos bolivianos y contra el que ningún opositor boliviano de derecha se pronunció: “No tengo porque disculparme, en Buenos Aires sobran bolivianos”. Dejando en claro su diferencia ideológica con los presidentes de izquierda del resto del continente, y la coincidencia moral con sus amigos de la brújula. No sin antes aclarar: “la seguridad no es de derecha ni de izquierda, no tiene ideología”
O sea, el fin de las casualidades, intentando reanimar el esqueleto pulverizado del fin de las ideologías.
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