Preguntas ¿incómodas?
En torno al “premio” otorgado por la Cámara de Diputados a las FFAA
Jenny Ybarnegaray Ortiz
La Paz, 14 de diciembre de 2010
¿Es necesario ser familiar de de una persona “desaparecida” para sentirse profundamente identificado o identificada con ese sentimiento de rebeldía que surge frente a actos incomprensibles como el recientemente protagonizado por la Cámara de Diputados: otorgar la presea “Marcelo Quiroga Santa Cruz”, al Mérito Democrático, nada más ni nada menos que a la institución que lo desapareció?
¿Es necesario apellidarse Quiroga o Bedregal para buscar la verdad en torno a un hecho histórico comprobado y demostrado como fue la sucesión de una serie de actos crueles sucedidos el 17 de julio de 1980: abalear a hombres desarmados, apresarlos, conducirlos (heridos y sin asistencia médica) al Estado Mayor, torturarlos y “desaparecerlos”?
¿Es posible construir democracia sobre tumbas vacías? (como alguien dijo el lunes 13 de diciembre en el acto de desagravio a la figura de Marcelo).
¿Será cierto que no existe manera alguna de averiguar dónde fueron a parar los restos torturados de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Carlos Flores Bedregal? Estos dos bolivianos (y muchos otros más) que merecen nuestra memoria y reconocimiento no sólo porque fueron luchadores indomables, porque fueron vanguardia en la construcción de esta democracia tan querida por el pueblo boliviano, sino y simplemente porque fueron dos seres humanos que merecen un lugar a donde llevarles el homenaje que se han ganado.
¿A qué se debe que después de treinta años ese sea uno de los secretos mejor guardados de las FFAA? ¿A quién podrían hace daño los huesos insepultos de Marcelo y Carlos? ¿Qué huellas tendrán esos huesos para que a la distancia de tres décadas nadie tenga un segundo de conmiseración con sus familiares para indicar el lugar exacto donde los “desaparecieron”?
¿Acaso no están vivos aún quienes los condenaron a tan cruel destino? Es cierto que no se puede confiar en la palabra de los autores (al menos) intelectuales de estos hechos, es cierto que éstos están condenados a la prisión por treinta años sin derecho a indulto, pero ¿nadie más puede dar noticia de lo que hicieron con ellos? Si también hicieron desaparecer todos los documentos que podrían dar luces para dar con sus paraderos, subordinados o no en aquella época, los actuales conductores de las FFAA, o al menos alguno(s) de ellos han de saber qué hicieron, dónde fueron a parar los restos de estos bolivianos.
¿Acaso esos hechos se dieron en un paraje desconocido del país, acaso no se dieron en el Estado Mayor, el lugar más emblemático de la institucionalidad militar?
¿Y si los desaparecidos fueran familiares de los actuales (eventuales) conductores del país, si fueran sus hermanos, tíos, primos o lo que fuera, mostrarían igual apatía? Si fueran sus parientes ¿no extremarían recursos para dar con la verdad? ¿Premiarían a la institución que los desapareció con el nombre de sus próximos, queridos, inolvidables “desaparecidos”?
Nosotros y nosotras, quienes vivimos el ochenta, quienes resistimos al golpe, quienes los conocimos personalmente o simplemente a través de sus actos NO LOS OLVIDAMOS, NO LOS OLVIDAREMOS JAMÁS y transmitiremos a nuestra progenie el testimonio de lo que significó para nuestra generación vivir ese tiempo de terror al que nos sometió las Fuerzas Armadas y no solamente dos generales dementes que hoy están justamente condenados por sus actos.
En torno al “premio” otorgado por la Cámara de Diputados a las FFAA
Jenny Ybarnegaray Ortiz
La Paz, 14 de diciembre de 2010
¿Es necesario ser familiar de de una persona “desaparecida” para sentirse profundamente identificado o identificada con ese sentimiento de rebeldía que surge frente a actos incomprensibles como el recientemente protagonizado por la Cámara de Diputados: otorgar la presea “Marcelo Quiroga Santa Cruz”, al Mérito Democrático, nada más ni nada menos que a la institución que lo desapareció?
¿Es necesario apellidarse Quiroga o Bedregal para buscar la verdad en torno a un hecho histórico comprobado y demostrado como fue la sucesión de una serie de actos crueles sucedidos el 17 de julio de 1980: abalear a hombres desarmados, apresarlos, conducirlos (heridos y sin asistencia médica) al Estado Mayor, torturarlos y “desaparecerlos”?
¿Es posible construir democracia sobre tumbas vacías? (como alguien dijo el lunes 13 de diciembre en el acto de desagravio a la figura de Marcelo).
¿Será cierto que no existe manera alguna de averiguar dónde fueron a parar los restos torturados de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Carlos Flores Bedregal? Estos dos bolivianos (y muchos otros más) que merecen nuestra memoria y reconocimiento no sólo porque fueron luchadores indomables, porque fueron vanguardia en la construcción de esta democracia tan querida por el pueblo boliviano, sino y simplemente porque fueron dos seres humanos que merecen un lugar a donde llevarles el homenaje que se han ganado.
¿A qué se debe que después de treinta años ese sea uno de los secretos mejor guardados de las FFAA? ¿A quién podrían hace daño los huesos insepultos de Marcelo y Carlos? ¿Qué huellas tendrán esos huesos para que a la distancia de tres décadas nadie tenga un segundo de conmiseración con sus familiares para indicar el lugar exacto donde los “desaparecieron”?
¿Acaso no están vivos aún quienes los condenaron a tan cruel destino? Es cierto que no se puede confiar en la palabra de los autores (al menos) intelectuales de estos hechos, es cierto que éstos están condenados a la prisión por treinta años sin derecho a indulto, pero ¿nadie más puede dar noticia de lo que hicieron con ellos? Si también hicieron desaparecer todos los documentos que podrían dar luces para dar con sus paraderos, subordinados o no en aquella época, los actuales conductores de las FFAA, o al menos alguno(s) de ellos han de saber qué hicieron, dónde fueron a parar los restos de estos bolivianos.
¿Acaso esos hechos se dieron en un paraje desconocido del país, acaso no se dieron en el Estado Mayor, el lugar más emblemático de la institucionalidad militar?
¿Y si los desaparecidos fueran familiares de los actuales (eventuales) conductores del país, si fueran sus hermanos, tíos, primos o lo que fuera, mostrarían igual apatía? Si fueran sus parientes ¿no extremarían recursos para dar con la verdad? ¿Premiarían a la institución que los desapareció con el nombre de sus próximos, queridos, inolvidables “desaparecidos”?
Nosotros y nosotras, quienes vivimos el ochenta, quienes resistimos al golpe, quienes los conocimos personalmente o simplemente a través de sus actos NO LOS OLVIDAMOS, NO LOS OLVIDAREMOS JAMÁS y transmitiremos a nuestra progenie el testimonio de lo que significó para nuestra generación vivir ese tiempo de terror al que nos sometió las Fuerzas Armadas y no solamente dos generales dementes que hoy están justamente condenados por sus actos.
1 comentario:
Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.
- Daniel
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