Un día más pasará y recordaremos el día de tu muerte. Sin embargo, para nosotros, los quijotes de estos tiempos, tu muerte y tu vida son tan luminosas como ninguna. Hablar de tu muerte es hablar del fin de tu singular vida. Hablar de tu muerte es hablar de tu nacimiento a la vida por siempre.
Pero ¿cómo llegaste a nacer cuando morías?, o mejor ¿cómo llegaste a vivir, para no morir nunca más?
Pues sencillamente porque viviste como un ser humano revolucionario; porque fuiste esencia combinada de práctica virtuosa de inteligencia y voluntad, las dos cualidades más importantes del espíritu humano.
Porque hiciste del cultivo de la inteligencia una silenciosa y permanente práctica de vida.
Porque no estaba en tus propósitos ser un hombre mediocre.
Porque forjaste tu voluntad con delectación de artista, como vos mismo lo dijiste.
Porque la combinación multifacética de tu inteligencia y de tu voluntad se expresaron en un profundo sentimiento de amor, en amor dado a los otros y las otras.
Porque te entregaste a la humanidad por medio de una causa.
Porque quién como vos y los tuyos que padecieron tanto y sin quejarse en las selvas y montañas.
Quién como vos pudo haber manifestado su inteligencia en situaciones tan difíciles durante tus recorridos y combates por las montañas de Bolivia.
Quién como vos pudo haber creado un estilo de vida, sencillo y austero, que ahora son muestra de los caminos estrechos y anchos de una vida mejor.
Quién como vos pudo habernos mostrado cómo tratar al enemigo: con piedad cuando es prisionero, con firmeza y valentía cuando se es prisionero de ellos.
Quién como vos para demostrar absoluta valentía frente a la muerte segura.
Quién como vos para dar cariño infinito a los niños y niñas.
Quién como vos para dar amor profundo y extenso a la mujer amada.
Quién como vos para dar todo sin esperar nada a cambio.
Comandante Guevara, tu luminosa vida, ilumina todavía las nuestras.
Deja que tu inmenso sol y tus varias estrellas iluminen nuestras acciones.
Pero seguro practicarás, como vos lo hacías, libertad para ser como nosotros queremos ser.
Y estarás en paz con nosotros porque no serás un jefe, sino un compañero, un amigo.
Invertirás en tu vida pasión y trabajo, y no dinero como lo hacen los otros.
Y tu ganancia será la felicidad de los demás, y no el sufrimiento de los de abajo.
Compartiremos, como lo hiciste siempre en los montes, hasta la más insignificante de las porciones de lo poco de alimento que tengamos.
Y nos prestarás tus ojos y tu bella y tierna mirada, para que en ellas se reflejen la pureza de nuestros sentimientos y de nuestros pensamientos.
Y compartiremos tus luminosas palabras, dichas con sincero amor, no para ganar simpatías, sino para comenzar a cambiar el mundo en uno mejor para todos.
Y trataremos de luchar como vos lo hiciste: sin desmayos ni descansos, sin temores ni vacilaciones, con arrojo y decisión; siempre con la fe puesta en la victoria final.
Y reconoceremos y enderezaremos sincera y honestamente nuestros errores, con la lealtad del convencido, que así… también se puede triunfar.
Además, vos dijiste en una oportunidad que todos los días la gente se arregla el cabello, ¿por qué no el corazón?
Y nos esforzaremos por hacer lo que tantas veces recomendaste: estudiar, estudiar y estudiar.
Y veremos que es el trabajo y no la ociosidad la fuente de la riqueza de las naciones.
Por lo que, nos miraremos con unos ojos entre los trabajadores de la ciudad y del campo, y miraremos con otros a los ociosos de todas las variedades.
Estimularemos a los trabajadores y combatiremos a los ociosos.
Pero tendrás que enseñarnos otra vez a combatir a los poderes que sojuzgan a los humanos.
Y, si llegado el caso, tendremos las manos seguras para empuñar el arma redentora.
Y tendremos que tener preparadas nuestras manos para que sean firmes, seguras y precisas al momento de apretar los gatillos, cualesquiera que sean ellos.
Montados en un caballo, en un tanque o en un tractor; en paz o en la lucha, estaremos en combate, no para morir, sino para vencer.
Siempre, en combate, no para morir, sino para vencer.
Mario Iván Paredes Mallea
La Paz, 8 de octubre de 2010
Pero ¿cómo llegaste a nacer cuando morías?, o mejor ¿cómo llegaste a vivir, para no morir nunca más?
Pues sencillamente porque viviste como un ser humano revolucionario; porque fuiste esencia combinada de práctica virtuosa de inteligencia y voluntad, las dos cualidades más importantes del espíritu humano.
Porque hiciste del cultivo de la inteligencia una silenciosa y permanente práctica de vida.
Porque no estaba en tus propósitos ser un hombre mediocre.
Porque forjaste tu voluntad con delectación de artista, como vos mismo lo dijiste.
Porque la combinación multifacética de tu inteligencia y de tu voluntad se expresaron en un profundo sentimiento de amor, en amor dado a los otros y las otras.
Porque te entregaste a la humanidad por medio de una causa.
Porque quién como vos y los tuyos que padecieron tanto y sin quejarse en las selvas y montañas.
Quién como vos pudo haber manifestado su inteligencia en situaciones tan difíciles durante tus recorridos y combates por las montañas de Bolivia.
Quién como vos pudo haber creado un estilo de vida, sencillo y austero, que ahora son muestra de los caminos estrechos y anchos de una vida mejor.
Quién como vos pudo habernos mostrado cómo tratar al enemigo: con piedad cuando es prisionero, con firmeza y valentía cuando se es prisionero de ellos.
Quién como vos para demostrar absoluta valentía frente a la muerte segura.
Quién como vos para dar cariño infinito a los niños y niñas.
Quién como vos para dar amor profundo y extenso a la mujer amada.
Quién como vos para dar todo sin esperar nada a cambio.
Comandante Guevara, tu luminosa vida, ilumina todavía las nuestras.
Deja que tu inmenso sol y tus varias estrellas iluminen nuestras acciones.
Pero seguro practicarás, como vos lo hacías, libertad para ser como nosotros queremos ser.
Y estarás en paz con nosotros porque no serás un jefe, sino un compañero, un amigo.
Invertirás en tu vida pasión y trabajo, y no dinero como lo hacen los otros.
Y tu ganancia será la felicidad de los demás, y no el sufrimiento de los de abajo.
Compartiremos, como lo hiciste siempre en los montes, hasta la más insignificante de las porciones de lo poco de alimento que tengamos.
Y nos prestarás tus ojos y tu bella y tierna mirada, para que en ellas se reflejen la pureza de nuestros sentimientos y de nuestros pensamientos.
Y compartiremos tus luminosas palabras, dichas con sincero amor, no para ganar simpatías, sino para comenzar a cambiar el mundo en uno mejor para todos.
Y trataremos de luchar como vos lo hiciste: sin desmayos ni descansos, sin temores ni vacilaciones, con arrojo y decisión; siempre con la fe puesta en la victoria final.
Y reconoceremos y enderezaremos sincera y honestamente nuestros errores, con la lealtad del convencido, que así… también se puede triunfar.
Además, vos dijiste en una oportunidad que todos los días la gente se arregla el cabello, ¿por qué no el corazón?
Y nos esforzaremos por hacer lo que tantas veces recomendaste: estudiar, estudiar y estudiar.
Y veremos que es el trabajo y no la ociosidad la fuente de la riqueza de las naciones.
Por lo que, nos miraremos con unos ojos entre los trabajadores de la ciudad y del campo, y miraremos con otros a los ociosos de todas las variedades.
Estimularemos a los trabajadores y combatiremos a los ociosos.
Pero tendrás que enseñarnos otra vez a combatir a los poderes que sojuzgan a los humanos.
Y, si llegado el caso, tendremos las manos seguras para empuñar el arma redentora.
Y tendremos que tener preparadas nuestras manos para que sean firmes, seguras y precisas al momento de apretar los gatillos, cualesquiera que sean ellos.
Montados en un caballo, en un tanque o en un tractor; en paz o en la lucha, estaremos en combate, no para morir, sino para vencer.
Siempre, en combate, no para morir, sino para vencer.
Mario Iván Paredes Mallea
La Paz, 8 de octubre de 2010
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