Soledad Antelo
Una periodista boliviana, de cuyo nombre no puedo acordarme, aparecía hace ocho años en diferentes medios de comunicación. De manera oficiosa, acompañaba al entonces embajador venezolano en Bolivia. Muchas horas antes del golpe de Estado en la patria del Libertador, ambos propiciaban una extraña escena que, a posteriori, tendría explicación: el embajador anunciaba y renunciaba. Anunciaba el “cansancio” de sus connacionales con la “dictadura” y presentaba renuncia al cargo, para no representar más al tirano Chávez.
Previamente, durante meses y meses, nuestras mentes y corazones habían sido debidamente predispuestos por una implacable prédica sobre el presidente electo democráticamente de aquel país. Chávez cantor que desentona; Chávez bufón; Chávez irreverente; Chávez tirano; Chávez populista; Chávez entregado a Cuba; Chávez macaco… una sarta inacabable de epítetos que salían a guisa de noticias.
La visión que teníamos del presidente venezolano se reducía al de un exótico milico, por tanto, falto de ideas; cantor cuando no debía; que hablaba de más y mal. Claro está, sus frases, siempre sacadas de contexto y presentadas de manera capciosa, lo mostraban como a uno de esos singulares personajes que sirvieron de inspiración para Yo el supremo y otras expresiones del realismo mágico de nuestra literatura.
Y aquel abril del 2002 amaneció con noticia en un titular, semejante al sugerido por el renunciante embajador: “Venezuela se cansó de Chávez”. Lo echaron. El pueblo festejó su salida. Se libraron del tirano. Adios a un dictador. La OEA se enredó en su propio discurso; cierto que era elegido por el voto popular, pero, pero y pero. Desde España, el comedido de Aznar lanzaba al mundo una declaración conjunta con Estados Unidos, reconociendo al nuevo régimen que, for export, no era un típico golpe militar. Para nada. Hasta el nuevo presidente presentaba el impecable curriculum vitae de hombre sereno y próspero, máximo dirigente de Fedecámaras, la entidad que agrupa a la empresa privada venezolana.
Un pequeño detalle no encajaba. La renuncia del presidente Hugo Chávez no aparecía por ningún lado. Nadie la había escuchado, eso enturbiaba un escenario nuevo supuestamente acordado entre partes. Es más, poco se sabía de su destino. Lo más raro estaba en los medios de comunicación locales. Generalmente estridentes a la hora de pulverizar al mandatario depuesto, esta vez sólo pasaban Tom y Jerry para distracción de los televidentes. Un centinela de prisión, admirador agradecido de Chávez, logró hacer llegar a algún medio una notita escrita en un papel cualquiera, de puño y letra del prisionero, en el que textualmente decía: “Al pueblo venezolano… (y a quien pueda interesar). Yo, Hugo Chávez Frías, venezolano, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, declaro: No he renunciado al poder legítimo que el pueblo me dio. ¡¡Para siempre!! Hugo Chávez F.”
Fue suficiente. Ya el pueblo estaba reunido en los alrededores del Palacio de Miraflores. Llegaban en largas columnas, descolgándose de los barrios pobres y periféricos; nadie organizaba nada, pues todos los medios estaban silenciados. Simplemente, de boca en boca, la consigna pasó y caló; pronto fue una multitud que rodeaba al autoproclamado presidente Pedro Carmona. Adentro, el whisky confundía lo sentidos, y lo que eran vivas al legítimo presidente, se interpretaba como la fiesta del pueblo por la caída del “tirano”.
Muchos despertaron de la borrachera como de un mal sueño. Chávez había sido liberado, regresó triunfante a Palacio, retomó el poder y todo volvió a su cauce normal. Los grandes medios balbucearon algo así como “contragolpe de Chávez” y luego se dieron al santo silencio. Que se sepa, nunca se castigó a los culpables; al menos, a los verdaderos, a los ideólogos, empezando por los de Washington. Ni a los que, por omisión, miraron para otro lado cuando se violaba la democracia en un país latinoamericano.
La historia sirvió para unos y para otros. Para quienes, cuando con alguna variable se intentó una aventura parecida en Bolivia, asumieron férrea defensa del gobierno de Evo Morales y del proceso de cambio que, democrática y libremente, había elegido el pueblo boliviano.
Para los otros, también. Aprendieron de los errores y ensayaron el show en Honduras. Simulando indignación, Estados Unidos terminó por darle todo el oxígeno que los golpistas requerían. Y pese a la también formidable movilización popular, el presidente Zelaya fue castigado por su insolencia antiimperialista y no volvió nunca más a ejercer su cargo.
¡Caramba! Digo yo. ¡Mucho pueblo, el del Libertador Simón Bolívar!
Una periodista boliviana, de cuyo nombre no puedo acordarme, aparecía hace ocho años en diferentes medios de comunicación. De manera oficiosa, acompañaba al entonces embajador venezolano en Bolivia. Muchas horas antes del golpe de Estado en la patria del Libertador, ambos propiciaban una extraña escena que, a posteriori, tendría explicación: el embajador anunciaba y renunciaba. Anunciaba el “cansancio” de sus connacionales con la “dictadura” y presentaba renuncia al cargo, para no representar más al tirano Chávez.
Previamente, durante meses y meses, nuestras mentes y corazones habían sido debidamente predispuestos por una implacable prédica sobre el presidente electo democráticamente de aquel país. Chávez cantor que desentona; Chávez bufón; Chávez irreverente; Chávez tirano; Chávez populista; Chávez entregado a Cuba; Chávez macaco… una sarta inacabable de epítetos que salían a guisa de noticias.
La visión que teníamos del presidente venezolano se reducía al de un exótico milico, por tanto, falto de ideas; cantor cuando no debía; que hablaba de más y mal. Claro está, sus frases, siempre sacadas de contexto y presentadas de manera capciosa, lo mostraban como a uno de esos singulares personajes que sirvieron de inspiración para Yo el supremo y otras expresiones del realismo mágico de nuestra literatura.
Y aquel abril del 2002 amaneció con noticia en un titular, semejante al sugerido por el renunciante embajador: “Venezuela se cansó de Chávez”. Lo echaron. El pueblo festejó su salida. Se libraron del tirano. Adios a un dictador. La OEA se enredó en su propio discurso; cierto que era elegido por el voto popular, pero, pero y pero. Desde España, el comedido de Aznar lanzaba al mundo una declaración conjunta con Estados Unidos, reconociendo al nuevo régimen que, for export, no era un típico golpe militar. Para nada. Hasta el nuevo presidente presentaba el impecable curriculum vitae de hombre sereno y próspero, máximo dirigente de Fedecámaras, la entidad que agrupa a la empresa privada venezolana.
Un pequeño detalle no encajaba. La renuncia del presidente Hugo Chávez no aparecía por ningún lado. Nadie la había escuchado, eso enturbiaba un escenario nuevo supuestamente acordado entre partes. Es más, poco se sabía de su destino. Lo más raro estaba en los medios de comunicación locales. Generalmente estridentes a la hora de pulverizar al mandatario depuesto, esta vez sólo pasaban Tom y Jerry para distracción de los televidentes. Un centinela de prisión, admirador agradecido de Chávez, logró hacer llegar a algún medio una notita escrita en un papel cualquiera, de puño y letra del prisionero, en el que textualmente decía: “Al pueblo venezolano… (y a quien pueda interesar). Yo, Hugo Chávez Frías, venezolano, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, declaro: No he renunciado al poder legítimo que el pueblo me dio. ¡¡Para siempre!! Hugo Chávez F.”
Fue suficiente. Ya el pueblo estaba reunido en los alrededores del Palacio de Miraflores. Llegaban en largas columnas, descolgándose de los barrios pobres y periféricos; nadie organizaba nada, pues todos los medios estaban silenciados. Simplemente, de boca en boca, la consigna pasó y caló; pronto fue una multitud que rodeaba al autoproclamado presidente Pedro Carmona. Adentro, el whisky confundía lo sentidos, y lo que eran vivas al legítimo presidente, se interpretaba como la fiesta del pueblo por la caída del “tirano”.
Muchos despertaron de la borrachera como de un mal sueño. Chávez había sido liberado, regresó triunfante a Palacio, retomó el poder y todo volvió a su cauce normal. Los grandes medios balbucearon algo así como “contragolpe de Chávez” y luego se dieron al santo silencio. Que se sepa, nunca se castigó a los culpables; al menos, a los verdaderos, a los ideólogos, empezando por los de Washington. Ni a los que, por omisión, miraron para otro lado cuando se violaba la democracia en un país latinoamericano.
La historia sirvió para unos y para otros. Para quienes, cuando con alguna variable se intentó una aventura parecida en Bolivia, asumieron férrea defensa del gobierno de Evo Morales y del proceso de cambio que, democrática y libremente, había elegido el pueblo boliviano.
Para los otros, también. Aprendieron de los errores y ensayaron el show en Honduras. Simulando indignación, Estados Unidos terminó por darle todo el oxígeno que los golpistas requerían. Y pese a la también formidable movilización popular, el presidente Zelaya fue castigado por su insolencia antiimperialista y no volvió nunca más a ejercer su cargo.
¡Caramba! Digo yo. ¡Mucho pueblo, el del Libertador Simón Bolívar!
1 comentario:
si alguien puede decirme de que peridista se trata? me refiero a la que estaba acompañando al embajador venezolano por todos los medios de comunicacion, gracias.
carlita cordero
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