Soledad Antelo
La historia que no nos es contada en las escuelas ni en colegio, porque los libros los hacen otros, afirma que el Mariscal Antonio José de Sucre, en su breve paso por la presidencia de Bolivia, paró en seco las pretensiones de Brasil por extender sus fronteras más allá de lo debido. A ese personaje y a su determinación de defender, “por encima de todos los peligros, la independencia de Bolivia”, debemos agradecer contar hoy en día con uno de los yacimientos de hierro más grandes del planeta.
Hoy se sabe, más o menos a ciencia cierta, que este cerro tiene una reserva fabulosa, estimada entre 40 mil y 42 mil millones de toneladas de hierro en diversas formas. Dicen los expertos que en su cima se encuentra la parte más rica. De su existencia se supo desde hace mucho tiempo; de hecho, la Corporación Minera de Bolivia lo reporta entre sus activos décadas atrás.
Pero, por alguna oscura razón que pocos entienden (parece que el tema es sólo para expertos), este gigante permanece ora dormido, ora dormitando, queriendo pero no pudiendo despertar. Su lejanía, que equivale a decir su falta de vinculación caminera con ciudades y puertos, desalentó durante un largo tiempo cualquier tipo de inversión con fines de explotación. Hasta ahí, pareciera cumplirse aquella maldición que afirma que Bolivia es un mendigo sentado en un sillón de oro.
Cuando el presidente Evo Morales decidió impulsar una política de recuperación de los recursos naturales estratégicos, se abrió la posibilidad de –¡al fin! – concretar el ansiado sueño de explotar para beneficio del país todo, semejante bendición de la naturaleza. Varios interesados vinieron al país y, finalmente, el gobierno optó por la empresa hindú llamada Jindal. Vinieron como todas las empresas cuando se trata de explotar petróleo o minerales, prometiendo toda suerte de posibilidades, que iban desde la explotación racional hasta la industrialización.
Evo, que más sabe por su paso por la universidad de la vida que por especializaciones en la materia, aplicó su sentido común para no poner todos los huevos en la canasta. Acabó con las polémicas del momento, entregando sólo la mitad del negocio a la prometedora empresa. Si el negocio salía muy bien, pues el Estado tenía una mitad más para incrementar sus ganancias; de lo contrario, evitaba compromisos del todo por la nada.
Han pasado ya varios años; el proyecto, por una u otra razón, no arranca. Se ha llegado a una primera fase, que podría ejecutarla cualquier empresa medianamente conocedora de la materia, consistente en la extracción de mineral prácticamente a tajo abierto. La lógica fue hacerlo para capitalizar posteriormente una industrialización a gran escala. Pero, hasta la fecha, la Jindal no ha dado mayores pasos para darle el valor agregado prometido.
La prensa reporta que hoy, cansado de tanta espera y desespera, el dueño del yacimiento ha dicho basta y ha ejecutado las boletas de garantía por incumplimiento de contrato. De aquí en más, es posible visualizar un enredo de juicios y demandas, vaya a saber uno con qué resultados.
Siempre se nos ha dicho, como pretexto para impedirnos el propio desarrollo, que no tenemos la tecnología, ni los capitales, ni la capacidad para hacernos cargo de los verdaderos y buenos negocios que las transnacionales olfatean en nuestros países del tercer mundo. Y con ese sambenito, una y otra vez, se nos condena a esperar la santa gana de las empresas que sí saben, sí pueden y sí tienen, para lograr en algún momento que nadie sabe cuándo, los beneficios de esta riqueza.
Digo yo, habida cuenta de esta nueva frustración, ¿no sería hora de que nuestro gobierno, junto a los otros que pugnan por construir una Patria Grande, haga de estos megaproyectos una propuesta de armónico desarrollo regional? ¿No podríamos, en vez de fiarnos en las dudosas posibilidades de alguna empresa, echar a andar un acuerdo multinacional que movilice recursos y talentos para beneficio de esa patria grande? ¿Es que acaso es imposible que la propia COMIBOL, en nombre del Estado boliviano, asuma las competencias y prerrogativas para armar una subempresa que, apoyada por políticas públicas, movilice a la nación entera detrás de esta propuesta?.
Los legos en la materia esperamos respuestas.
La historia que no nos es contada en las escuelas ni en colegio, porque los libros los hacen otros, afirma que el Mariscal Antonio José de Sucre, en su breve paso por la presidencia de Bolivia, paró en seco las pretensiones de Brasil por extender sus fronteras más allá de lo debido. A ese personaje y a su determinación de defender, “por encima de todos los peligros, la independencia de Bolivia”, debemos agradecer contar hoy en día con uno de los yacimientos de hierro más grandes del planeta.
Hoy se sabe, más o menos a ciencia cierta, que este cerro tiene una reserva fabulosa, estimada entre 40 mil y 42 mil millones de toneladas de hierro en diversas formas. Dicen los expertos que en su cima se encuentra la parte más rica. De su existencia se supo desde hace mucho tiempo; de hecho, la Corporación Minera de Bolivia lo reporta entre sus activos décadas atrás.
Pero, por alguna oscura razón que pocos entienden (parece que el tema es sólo para expertos), este gigante permanece ora dormido, ora dormitando, queriendo pero no pudiendo despertar. Su lejanía, que equivale a decir su falta de vinculación caminera con ciudades y puertos, desalentó durante un largo tiempo cualquier tipo de inversión con fines de explotación. Hasta ahí, pareciera cumplirse aquella maldición que afirma que Bolivia es un mendigo sentado en un sillón de oro.
Cuando el presidente Evo Morales decidió impulsar una política de recuperación de los recursos naturales estratégicos, se abrió la posibilidad de –¡al fin! – concretar el ansiado sueño de explotar para beneficio del país todo, semejante bendición de la naturaleza. Varios interesados vinieron al país y, finalmente, el gobierno optó por la empresa hindú llamada Jindal. Vinieron como todas las empresas cuando se trata de explotar petróleo o minerales, prometiendo toda suerte de posibilidades, que iban desde la explotación racional hasta la industrialización.
Evo, que más sabe por su paso por la universidad de la vida que por especializaciones en la materia, aplicó su sentido común para no poner todos los huevos en la canasta. Acabó con las polémicas del momento, entregando sólo la mitad del negocio a la prometedora empresa. Si el negocio salía muy bien, pues el Estado tenía una mitad más para incrementar sus ganancias; de lo contrario, evitaba compromisos del todo por la nada.
Han pasado ya varios años; el proyecto, por una u otra razón, no arranca. Se ha llegado a una primera fase, que podría ejecutarla cualquier empresa medianamente conocedora de la materia, consistente en la extracción de mineral prácticamente a tajo abierto. La lógica fue hacerlo para capitalizar posteriormente una industrialización a gran escala. Pero, hasta la fecha, la Jindal no ha dado mayores pasos para darle el valor agregado prometido.
La prensa reporta que hoy, cansado de tanta espera y desespera, el dueño del yacimiento ha dicho basta y ha ejecutado las boletas de garantía por incumplimiento de contrato. De aquí en más, es posible visualizar un enredo de juicios y demandas, vaya a saber uno con qué resultados.
Siempre se nos ha dicho, como pretexto para impedirnos el propio desarrollo, que no tenemos la tecnología, ni los capitales, ni la capacidad para hacernos cargo de los verdaderos y buenos negocios que las transnacionales olfatean en nuestros países del tercer mundo. Y con ese sambenito, una y otra vez, se nos condena a esperar la santa gana de las empresas que sí saben, sí pueden y sí tienen, para lograr en algún momento que nadie sabe cuándo, los beneficios de esta riqueza.
Digo yo, habida cuenta de esta nueva frustración, ¿no sería hora de que nuestro gobierno, junto a los otros que pugnan por construir una Patria Grande, haga de estos megaproyectos una propuesta de armónico desarrollo regional? ¿No podríamos, en vez de fiarnos en las dudosas posibilidades de alguna empresa, echar a andar un acuerdo multinacional que movilice recursos y talentos para beneficio de esa patria grande? ¿Es que acaso es imposible que la propia COMIBOL, en nombre del Estado boliviano, asuma las competencias y prerrogativas para armar una subempresa que, apoyada por políticas públicas, movilice a la nación entera detrás de esta propuesta?.
Los legos en la materia esperamos respuestas.
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