Max Murillo Mendoza
Hace ya tantos años, aquella mañana cuando el padre Pica nos comunicó al inicio de sus habituales clases que el padre Lucho Espinal, con quién conocimos toda la aventura del cine, había sido encontrado muerto en la zona de Achachicala ciudad de La Paz. Eran tiempos de miedo y dictadura. Felizmente existían todavía espacios en la iglesia, donde curas tercermundistas y teólogos de la liberación se enfrentaban abiertamente al orden establecido. Estábamos en el colegio Juan 23. Y ese año fatídico vivimos uno de los golpes de estado más cantados de nuestra historia, también sangriento y cruel, 1.980.
El preludio de ese golpe de estado fue la muerte anunciada del padre jesuita Luís Espinal Camps. Torturado y asesinado por los de siempre que no aguantaron las críticas y los llamados a la conciencia desde su semanario Aquí. Él mismo olfateó y asimiló su muerte, porque era demasiado evidente, porque su postura a favor de los más desposeídos y de los sin voz era un insulto a los poderes oscuros, a los poderes omnipresentes e impunes. En sus escritos dejó absolutamente claro que sería asesinado; pero que estaba tranquilo, como cristiano comprometido simplemente seguía los pasos del Cristo obrero, también asesinado, y comprometido con las causas de los más pobres de su tiempo, contra el imperio romano y la complicidad de los grupos de poder judíos, establecidos para dominar en nombre de Dios.
En estos días el papa del Vaticano pide perdón a todo el mundo, por los pecados de las iglesias de Irlanda, Italia y Alemania, en particular por los escándalos de abusos sexuales contra niños y niñas, en sus ambientes y dizque escuelas de educación. Papa que fue ideólogo y asesor del anterior Juan Pablo II, abiertamente ultraderechista, que combatió en complicidad de las dictaduras más vergonzosas de Latinoamérica a la Teología de la Liberación, que se calló ante los asesinatos de obispos y sacerdotes que por supuesto no compartían “el cristianismo” de salón y de domingo del Vaticano. Cristianismo hipócrita comulgado por los grupos de poder y de las mentalidades tradicionales en América Latina, simplemente para la justificación de un orden establecido y sin cambios posibles. Esta iglesia que perdió el rumbo de la historia, no recordará a Lucho Espinal, porque intenta desde siempre enterrar la memoria de los sin voz, de los sin historia. Esta tradicionalidad vaticana, perdida entre sus escombros arcaicos de su “moral cristiana”, ni siquiera se compadeció de niños y niñas que acudieron a sus aulas pidiendo ayuda cristiana; pero que recibieron tragedia y humillación humana. Esta iglesia no le merece a un Lucho Espinal, ni a otros cristianos seguidores de ese Cristo rebelde, anti-eclesial, anti- conformista y anti-poder.
Nuestro homenaje al padre Espinal, que no necesitó nacer en Bolivia para ser más boliviano que cualquiera. Que su talla intelectual de cineasta y teólogo siga iluminándonos en estos tiempos, tiempos en que lo tradicional se niega a cambiar, tiempos en que esas mismas mentalidades que asesinaron a Lucho siguen complotando para mantener el statu quo de sus privilegios, privilegios que insultan precisamente a las mayorías sin historia, privilegios que decía Lucho son anti-cristianos. Y pues, esperar si es que hay algo que esperar, para que la iglesia Latinoamericana encuentre sus raíces propias, en los Luchos, en los Salvadores Romero, en los Camilos Torres, en la mezcla creativa de nuestras religiosidades y religiones, incluso más antiguas que el cristianismo, para su renovación misional y realmente cristiana, que tenga el verdadero fundamento apostólico y de magisterio, en busca de ese paraíso donde el hombre no sea más lobo del hombre, y donde se comparta por fin el pan del día sin hambrientos y sin desdichados, discriminados, y olvidados por las historias tradicionales.
Cochabamba, 22 de marzo de 2010.
Hace ya tantos años, aquella mañana cuando el padre Pica nos comunicó al inicio de sus habituales clases que el padre Lucho Espinal, con quién conocimos toda la aventura del cine, había sido encontrado muerto en la zona de Achachicala ciudad de La Paz. Eran tiempos de miedo y dictadura. Felizmente existían todavía espacios en la iglesia, donde curas tercermundistas y teólogos de la liberación se enfrentaban abiertamente al orden establecido. Estábamos en el colegio Juan 23. Y ese año fatídico vivimos uno de los golpes de estado más cantados de nuestra historia, también sangriento y cruel, 1.980.
El preludio de ese golpe de estado fue la muerte anunciada del padre jesuita Luís Espinal Camps. Torturado y asesinado por los de siempre que no aguantaron las críticas y los llamados a la conciencia desde su semanario Aquí. Él mismo olfateó y asimiló su muerte, porque era demasiado evidente, porque su postura a favor de los más desposeídos y de los sin voz era un insulto a los poderes oscuros, a los poderes omnipresentes e impunes. En sus escritos dejó absolutamente claro que sería asesinado; pero que estaba tranquilo, como cristiano comprometido simplemente seguía los pasos del Cristo obrero, también asesinado, y comprometido con las causas de los más pobres de su tiempo, contra el imperio romano y la complicidad de los grupos de poder judíos, establecidos para dominar en nombre de Dios.
En estos días el papa del Vaticano pide perdón a todo el mundo, por los pecados de las iglesias de Irlanda, Italia y Alemania, en particular por los escándalos de abusos sexuales contra niños y niñas, en sus ambientes y dizque escuelas de educación. Papa que fue ideólogo y asesor del anterior Juan Pablo II, abiertamente ultraderechista, que combatió en complicidad de las dictaduras más vergonzosas de Latinoamérica a la Teología de la Liberación, que se calló ante los asesinatos de obispos y sacerdotes que por supuesto no compartían “el cristianismo” de salón y de domingo del Vaticano. Cristianismo hipócrita comulgado por los grupos de poder y de las mentalidades tradicionales en América Latina, simplemente para la justificación de un orden establecido y sin cambios posibles. Esta iglesia que perdió el rumbo de la historia, no recordará a Lucho Espinal, porque intenta desde siempre enterrar la memoria de los sin voz, de los sin historia. Esta tradicionalidad vaticana, perdida entre sus escombros arcaicos de su “moral cristiana”, ni siquiera se compadeció de niños y niñas que acudieron a sus aulas pidiendo ayuda cristiana; pero que recibieron tragedia y humillación humana. Esta iglesia no le merece a un Lucho Espinal, ni a otros cristianos seguidores de ese Cristo rebelde, anti-eclesial, anti- conformista y anti-poder.
Nuestro homenaje al padre Espinal, que no necesitó nacer en Bolivia para ser más boliviano que cualquiera. Que su talla intelectual de cineasta y teólogo siga iluminándonos en estos tiempos, tiempos en que lo tradicional se niega a cambiar, tiempos en que esas mismas mentalidades que asesinaron a Lucho siguen complotando para mantener el statu quo de sus privilegios, privilegios que insultan precisamente a las mayorías sin historia, privilegios que decía Lucho son anti-cristianos. Y pues, esperar si es que hay algo que esperar, para que la iglesia Latinoamericana encuentre sus raíces propias, en los Luchos, en los Salvadores Romero, en los Camilos Torres, en la mezcla creativa de nuestras religiosidades y religiones, incluso más antiguas que el cristianismo, para su renovación misional y realmente cristiana, que tenga el verdadero fundamento apostólico y de magisterio, en busca de ese paraíso donde el hombre no sea más lobo del hombre, y donde se comparta por fin el pan del día sin hambrientos y sin desdichados, discriminados, y olvidados por las historias tradicionales.
Cochabamba, 22 de marzo de 2010.
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