Un
secuestro…de los buenos!!
Por: Omar Quiroga
Antelo
Esta es la anécdota de un secuestro que pudo
tener un desenlace fatal. Recuerdo que a pesar de las advertencias que les
dieron a mis padres algunos de mis familiares, en sentido de que no debería
mandarme a estudiar al Juan XXIII, porque dizqué allí se entrenaban
guerrilleros y eran “comunistas”, en 1981 me fui becado a estudiar.
Quien iba a imaginar que después de unos
meses, un 21 de abril de 1981, fuerzas paramilitares y militares en una acción
conjunta, ingresan al colegio en busca de uno de los compañeros que en aquella
época habían fundado el MIR. No lograron su objetivo y nuestro compañero de
colegio tuvo que salir de emergencia hacia las europas. El colegio por muchos
meses estuvo vigilado para conocer “nuestros movimientos”.
Cada año, el curso de primero medio (segundo
de cultura en lenguaje juancho), se ausentaba del colegio por espacio de una
semana a realizar un campamento. Era un momento en el que les ayudaba a
nuestros educadores, a conocernos mejor en nuestras actitudes y aptitudes.
En 1982, en Bolivia gobernaban los militares.
La sicosis de que nos pudiera pasar algo, obligó a que si alguien preguntaba
quiénes éramos, la respuesta debía ser “boy scouts” y jamás mencionar “Juan
XXIII”.
Es en este contexto que una de esas noches,
ya acampando en “ch’iltupampa”, cercano a Parotani, por la carretera
Cochabamba-La Paz, se estaciona una “zorrita” de la estación de trenes cercana
a nuestro campamento. Gonzalo Veizaga, el más grande de mi curso, los atiende y
vuelve con la noticia de que eran trabajadores del ferrocarril que ofrecían su
colaboración si es que necesitábamos leña para nuestra improvisada cocina. Lo
que llamó la atención y nos puso en alerta, fue que Gonzalo comentó que eran 4
hombres y que dos de ellos se bajaron y que – según él – no habían vuelto a
subir. Enseguida nos organizamos para enfrentar cualquier intento de ataque de
los perversos que se encontraban a nuestro alrededor. Lo primero que se debería
hacer era ver si Pica, nuestro director, estaba en su carpa. Sorpresa!!, no
estaba. Movilización total, sacamos a los enfermos de sus carpas, los llevamos
cerca de la fogata. Nos organizamos en 4 grupos para buscar a Pica, porque en
nuestra cabeza teníamos la idea de que habría sido secuestrado por los malvados
que nos merodeaban. Las búsquedas fueron infructuosas, Pica no aparecía por
ningún lado. Luego de evaluar la situación y de sugerir nuevas acciones, a
alguien se le ocurre pedir que nuevamente se visite la carpa de Pica para ver
si estaba. Nueva sorpresa!!, Pica estaba vivito y coleando, descansando
apaciblemente, ausente de todo lo que alrededor sucedía. ¿Qué pasó?, como él
mismo comentará al día siguiente, simplemente le vino una fuerte jaqueca y la
única forma de controlarla era caminar por una de la vías de la rieles del
tren, concentrándose para no caer y con esa acción bajar el dolor de cabeza que
le aquejaba. Fue un buen susto el que nos dimos.
Al día siguiente, estábamos en la evaluación
final del campamento, eran como las 9 de la noche. Como 8 personas hasta ese
momento hablamos de nuestras impresiones, de lo positivo y negativo de la
experiencia. En ese momento escuchamos que viene el tren, como todas las
noches. Todos nos quedamos en silencio hasta que pasara tremenda bulla. De
pronto un grito desgarrador se escucha. La piel se nos puso como de gallina y
solo atinamos a mirarnos con asombro entre todos. Pica se adelantó e
inmediatamente imaginó lo sucedido – “alguien se acaba de caer del tren”- dijo.
De inmediato pidió dos voluntarios para ir a
auxiliar al accidentado. Se ofrecen Limbert Ayarde y Luis Martinez, el primero
de Charagua y el otro de Siglo XX. Ambos se van hacia la vía férrea y 3 minutos
después llegan corriendo y gritando. Luis estaba atónito y sin habla y Limbert
aseguraba que vió sangre y que cuando él era pequeño, una escena de sangre le
marcó de por vida. Estaba visiblemente afectado. Entonces Pica pide otros dos
voluntarios y como no, me ofrecí. Se eligió a Richard Soliz y a mi persona para
completar la misión de ayudar al herido. Luis no se resignaba y pidió ir con
nosotros. Nos fuimos los tres en dirección a la vía férrea. Quisimos encender
la linterna y era tan tenue la luz, que no servía para nada. Entonces le
pedimos a Luis que regresara al campamento y pida nuevas pilas. A tiempo de
pedirle este favor, escuchamos entre los matorrales movimientos extraños.
Suponíamos que eran animales del monte que se movían. Aún así, nos fuimos
acercando ante el infortunado que empezó a quejarse con más ahínco. Un gemido
de ayyyy, ayyyy, desgarraba nuestras entrañas. Nos sensibilizamos con el dolor
y a tiempo de agarrarlo para ayudarlo a pararse, Richard le decía, “caballero
no se preocupe, aquí cerca tenemos nuestro campamento y ahí lo vamos a curar”.
Con la claridad de la luna, se podía percibir algo y la verdad es que no podía
imaginarme lo sucedido, pues el herido se agarraba el pie (usaba tenis, aguayo,
chulo…), ¿era un campesino moderno?. ¿Su pie estaba unido a su pierna
artificialmente?. Eran las cuestionantes que en segundos se me pasaban por la
mente.
Seguimos nuestra labor humanitaria, lo
alzamos, y lo empezamos a desplazar con dificultad. De pronto Richard se
desprende del tipo, y empieza a correr. Intento hacer lo mismo por una cuestión
de instinto de sobrevivencia, pero la reacción fue inmediata. Cuatro sombras
por detrás aparecen, la persona a la que agarraba me aprisionó y en segundos
estuve rodeado de personas extrañas. Ví que uno de ellos se puso en posición de
ataque y me dirigió un tremendo golpe al estómago que pude neutralizar
colocando mi brazo entre mi estómago y el puño certero. Días después un morete en
mi brazo quedaba como recuerdo de ese ingrato momento.
Pensé que solo en la películas se gritaba
socorroooooooooooo!!!, auxiliooooooooooo!!!, sin embargo fueron dos palabras
que atiné a gritar. De inmediato sentí que alguien me colocaba una cinta
adhesiva en mi boca para neutralizarme. Forcejeo pero sin tener resultados, mi
contextura física no me ayudaba. Era un flaquingo que hasta el viento me podía
llevar. Cómo estaría mi semblante, que no tienen más alternativa que develarme
quiénes eran. “Somos del Juan XXIII”, me decían. Pude sacarme la cinta adhesiva
y empecé a pedir nombres. “Aquí está el Ch´aska”, lo miré y no creía. “Pintuvi,
Kiko”, nada, tampoco me convencían. “Está el Valdi…”, tampoco era suficiente.
Enseguida me muestran a Samir, es en ese momento que me convenzo y lo abracé a
tiempo de llorar desconsoladamente. Recuerdo que Samir atinó a decirme “que
huevada!!…te tuvo que tocar a vos…”.
Entendía que era una broma, de mal gusto pero
broma al fin. Empezaron a aparecer luces sobre la vía, eran mis compañeros que
venían en mi rescate. Me convertí en cómplice de la broma y emprendimos la
huida para subir luego a la carretera.
Mientras tanto, Richard que había intentado
huir, fue agarrado por otro grupo de “secuestradores”. Lo llevaron al
bosquecillo colindante con el campamento, lo medio amarraron (la idea era que
se escape), le rociaron jugo de remolacha, al igual que a mi y Vicente Mendoza
(Vix), no dejaba de sacar fotos. Mas tarde, Richard comentaría que creía que le
habían echado gasolina y que el flash de la cámara eran fósforos para
incendiarlo. Pedía que le sacaran una carta que tenía en su chamarra para que
se la lleven “a su esposa y a sus tres hijos”. Se reían de él, porque por
supuesto que les estaba mintiendo. Colocaron un aviso arriba de su cabeza y lo
dejaron solo. Richard, mal amarrado, se libera, toma el papel y llega al
campamento. Según lo describieron los demás compañeros, su cara estaba
desfigurada, el color rojo de la remolacha interpretaban que era sangre, que
alguna herida grave tenía. Histería general, gritos e impotencia era lo que
vivían. Pica lo lleva a su carpa, le cuenta la historia de la broma, pero lo
venda, le echa mercurio y le pida que colabore con la broma. Sale y empieza a
hacer teatro, pero muy afectado aún por lo sucedido.
Leen el papel y la sentencia era clarísima.
“Si quieren recuperar a su compañero, tienen plazo hasta las 6 de la mañana
para entregar 50.000 pesos bolivianos”. Eran como 50.000 dólares que había que
conseguir en menos de 8 horas. Entonces se organizan en 5 grupos para ir hasta
Cochabamba y Parotani a pedir ayuda y coordinar la búsqueda de recursos y
liberarme.
Con el grupo, decidimos bajar hasta
acercarnos al campamento y disfrutar de la broma. En ese momento, llega el
padre Cavanach, que manejaba su camión con el que transportaba huevos todas las
semanas desde San Juan de Yapacaní hasta La Paz. Pica le cuenta el
drama que se estaba viviendo e involucra al padre en la broma. Este muy
preocupado saca su tremendo reflector y empieza a alumbrar hacia el bosquecillo
para encontrar a mis captores. Era sensacional, nos tuvimos que ocultar detrás
de los árboles de eucalipto para no ser descubiertos. La búsqueda no tuvo
resultados y el padre se marchó con rumbo a Cochabamba. ¿Y no era que se
necesitaba ir a Cochabamba para traer dinero para mi rescate?.
Tuvimos la osadía de llegar a acercarnos
hasta 20 metros
del centro del campamento. La perra no dejaba de latir y de acercarse al lugar
donde estábamos. Con piedrecillas que tirábamos al río, la logramos ahuyentar.
Pero la tensión, sobre todo de las mujeres que se quedaron, era tal que no
dejaban de llorar y por supuesto expresar la frase trillada “…tan bueno que
era…”. Me daban por muerto!!. Era una sensación indescriptible que sentía.
La broma concluye cuando los grupos que
emprendieron la caminata en busca de ayuda, se encontraron con grupos de los
“secuestradores” y por supuesto les develaban el plan. Llantos, risas, fuertes
emociones, asombro, eran sensaciones que se mezclaban.
Nos reunimos alrededor de la fogata y me
pidieron que contara lo que viví en esos minutos de terror. Mi mandíbula estaba
dura, y así debí reaccionar cuando me hacían recuerdo, al menos hasta unos tres
meses de pasada la broma.
Recién nos enteramos que era costumbre que la
promoción de ese año visitaba la última noche a quienes estaban de campamento.
Por supuesto que eso no lo sabíamos a pesar de que nuestra compañera Marcela
Montalvo nos había asegurado que Carmelo Roca le comentó que visitarían el
campamento. Pero como nos mentía siempre, claro, eran mentiritas piadosas, pero
la convirtió en fuente no confiable.
Increíble que parezca, la letra en el papel
en el que pedían la recompensa, fue escrita por Saúl Sosa, profesor de
matemática y con una escritura característica e inconfundible. No cambió para
nada su forma de escribir, pero ni así se les ocurrió a mis compañeros que
fuera una broma.
Esta anécdota queda en la historia del
colegio, como una de las mejor logradas, tanto por el impacto, por la
sincronización de las acciones y por la ingenuidad de la que fuimos presos.
2 comentarios:
Muy buena la anécdota Omar, quedó marcado.
Me acuerdo de esa noche. Yo era el único que sabía de la broma antes de que comience, así que no pasé el susto tremendo! Un privilegio y honor haber compartido con compañeros de todas partes de Bolivia. Guardo lindos recuerdos de todos. Saludos y bendiciones estimado Omar!
Publicar un comentario