2 de noviembre de 2010

El triunfo de Dilma Rousseff en Brasil

Max Murillo Mendoza

La ex guerrillera Dilma Rousseff ganó las elecciones presidenciales en Brasil, convirtiéndose en la primera mujer que gobernará el gigante vecino. Además de consolidar toda la gestión y la obra de la era Lula, es también una muestra maestra de lo que son, como telón de fondo, las clases medias altas y clases altas del Brasil moderno y desafiante ante el mundo. El posicionamiento económico y el jugar en ligas mayores, hacen de este país uno de los más dinámicos de esta región; pero también con desafíos internos y deudas históricas cruciales para los 50 millones de pobres, que todavía son el lastre terrible de un país con enormes diferencias económicas y sociales.


Las estrategias políticas y económicas de la burguesía brasileña, dieron luz verde al gobierno de Lula. Clases altas con mucha experiencia respecto de sus propias cartas, en América Latina y hacia el mundo. Buscando un grado de identidad cultural y social, que resuma lo que es realmente el ser brasileño, frente a otras identidades también como marca y sello de exportaciones sociales y culturales, por ejemplo la norteamericana. Estas clases altas están buscando dicho sello de identidad cultural y económica frente al mundo. Incluso, su mensaje es también hacia los Estados Unidos, que desde siempre consideró que somos su patio trasero y su reserva estratégica. Al parecer Brasil ya no permitiría esta impunidad norteamericana.


En realidad mi intención es la comparación con nuestras “clases altas” “bolivianas”. Clases altas provincianas, sin identidad cultural con este país, sin proyecto de clase, sin personalidad, sin mentalidad moderna, sino como copias burdas de realidades ajenas a este país. Clases altas sin horizonte de estado, estado que utilizaron no como instrumento de proyección de estos territorios, sino como espacio de enriquecimiento ilícito, como hacienda de vacaciones. Clases altas que inventaron un imaginario de país mirando Europa, o norte América; pero sin considerar o prescindiendo a las inmensas mayorías indígenas y campesinas de nuestras nacionalidades, en realidad se inventaron un país de espaldas a estas nacionalidades. No podían eliminarnos, porque su riqueza está desde siempre basada en la sobre explotación de esta inmensa mayoría.


Por eso su susto y pánico en estos nuevos procesos. Su mirada provinciana no les permite ver la velocidad de los cambios, sus lentas costumbres de vivir siempre bien a costa de un país profundo empobrecido y fuera de los más elementales derechos básicos. Su mentalidad decimonónica no les permite asimilar que el despertar de nuestras nacionalidades es irreversible, con dificultades y contradicciones internas; pero definitivamente irreversible. Ante esta arremetida política de las organizaciones indígenas y campesinas, su reacción fue la de cerrarse en sus campamentos y barrios de costumbres comunes, sus portavoces apenas balbucean sobre lo que ocurre porque no entienden lo que ocurre.


Parafraseando a Javier Medina, pues modernidad es mentalidad, no autitos, no casitas ni callecitas pavimentadas. Modernidad es propuesta de Estado, de desarrollo, de inclusión en sentido liberal de creación de mercados internos ampliados. Modernidad es una manera de ser como colectivos sociales y propios, facilitando a sus poblaciones de las ventajas de la modernidad: educación, servicios básicos y oportunidades en los desafíos económicos y profesionales. En esta vía nuestras “clases altas” no son nada modernas. No están creando los puentes necesarios para un diálogo de civilizaciones, para una discusión de cómo compartir estratégicamente, política y económicamente estos territorios. Es más, en sus maneras nada modernas y mentalidades nada propositivas simplemente se dedican al complot contra el enemigo, contra lo que ellos consideran “nada civilizado”. Estas señoriales castas siguen en sus señoriales mentalidades: encerrados y de espaldas al país y al mundo, incluso teniendo internet.
Cochabamba, 1 de noviembre de 2.010.

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