Por: Miguel García Angelo
Durante los últimos años, el autor de este artículo vino haciendo un seguimiento al discurso, mezclado entre política, religión e ideología, que viene manifestando en diferentes medios de comunicación (televisión y prensa escrita en particular) Miguel Manzanera, y llama, particularmente, la atención cuando este domingo 25 de abril en el sector Clasificados del periódico Los Tiempos de Cochabamba escribe una nota titulada “¿Derechos de la Madre Tierra?”; artículo que motiva a realizar algunas reflexiones.
El titular del artículo en cuestión, pone en duda la concepción humana que tuvieron, tienen y tendrán miles de pueblos indígenas, originarios, campesinos e incluso mestizos del mundo, entre las que se encuentran naciones profundas del Africa, América del Sur y del Centro, Oceanía y otros de la misma Europa. Cuando se habla de Derechos de la Madre Tierra (Pachamama para unos, Gaia para otros), se hace referencia a una visión holística del cosmos; es decir, al re-encuentro entre lo divino, el hombre y la naturaleza. Cuando Manzanera menciona que “los derechos corresponden estrictamente sólo al ser humano, por su dignidad propia, cualitativamente superior a todos los otros seres vivientes de la creación”, está siendo antropocentrista porque exalta por sobre todos los seres vivientes a ese “ser” (hombre) responsable de la destrucción de la madre tierra (naturaleza) y todo lo que en ella habita como los animales, plantas y microorganismos con quienes se comparte un solo espacio y tiempo, lo que refleja egoísmo humano.
“Gaia y pachamama son seres vivos”, “los seres humanos, los animales y las plantas tienen conciencia/ajayu”, y la “gaia/pachamama es la fuente de todo”, describía Javier Medina en su libro “La comprensión indígena de la buena vida” (2001). El imaginario del siglo XXI deberá buscar la complementariedad del paradigma animista y del paradigma monoteísta, concluía. Según Berthus Haverkort, antropólogo europeo, la mayoría de las culturas tradicionales aceptan que la vitalidad en humanos, animales, plantas y otros ambientes están interrelacionados; para los africanos, por ejemplo, cada persona, planta, animal o fenómeno natural lleva en sí lo divino, Dios es la fuente y el controlador supremo de las fuerzas vitales, y para las culturas andinas, tanto como los Mayas consideran que la vitalidad y la salud son resultado del vivir en armonía con las leyes de la sociedad, la naturaleza y el mundo divino. Hoy en día, la ciencia occidental es la cultura y política dominante en la mayor parte del mundo, y tiende a ignorar aquello que no entiende y demanda pruebas y validaciones basadas en su propio marco lógico, termina Haverkort en su artículo “Vitalidad, salud y diversidad cultural” del año 2000.
El mismo Haverkort en su libro “Nuevas raíces, nuevos retoños” (2002), va describiendo cómo la religión Hinduista (en la India por ejemplo) se halla lleno de una referencia por la vida y la conciencia de grandes fuerzas de la naturaleza – la tierra, el cielo, el aire, el agua y el fuego – así como la vida de las plantas, animales y la vida humana se hallan todas unidas dentro del ritmo de la naturaleza; igualmente, la religión Taoista en China, menciona que el hombre y la naturaleza pueden estar en armonía y unidad cuando ambos obedecen las mismas leyes. Finalmente, la religión Budista busca una relación entre humanos y la naturaleza basadas en la reverencia y la compasión.
Leonardo Boff en su libro “Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres” (1996), se preguntaba ¿por qué el cristianismo no ha sabido educar a la humanidad y hacer imposible el punto crítico actual?, haciendo referencia a que la tierra se halla gravemente enferma, y él mismo se respondía manifestando que la clínica y el médico especialista es el propio hombre. Por el contrario, dice Boff, lo que hizo (el cristianismo) fue transmitirle la buena conciencia de que al dominar y explotar la Tierra cumple un mandato divino y que las consecuencias perversas del dominium terrae son atribuibles a la providencia divina antes que a la irresponsabilidad humana. En esta enemistad entre el ser humano y la tierra hay culpa y pecado, termina afirmando categóricamente uno de los padres de la Teología de la Liberación.
Durante los últimos años, el autor de este artículo vino haciendo un seguimiento al discurso, mezclado entre política, religión e ideología, que viene manifestando en diferentes medios de comunicación (televisión y prensa escrita en particular) Miguel Manzanera, y llama, particularmente, la atención cuando este domingo 25 de abril en el sector Clasificados del periódico Los Tiempos de Cochabamba escribe una nota titulada “¿Derechos de la Madre Tierra?”; artículo que motiva a realizar algunas reflexiones.
El titular del artículo en cuestión, pone en duda la concepción humana que tuvieron, tienen y tendrán miles de pueblos indígenas, originarios, campesinos e incluso mestizos del mundo, entre las que se encuentran naciones profundas del Africa, América del Sur y del Centro, Oceanía y otros de la misma Europa. Cuando se habla de Derechos de la Madre Tierra (Pachamama para unos, Gaia para otros), se hace referencia a una visión holística del cosmos; es decir, al re-encuentro entre lo divino, el hombre y la naturaleza. Cuando Manzanera menciona que “los derechos corresponden estrictamente sólo al ser humano, por su dignidad propia, cualitativamente superior a todos los otros seres vivientes de la creación”, está siendo antropocentrista porque exalta por sobre todos los seres vivientes a ese “ser” (hombre) responsable de la destrucción de la madre tierra (naturaleza) y todo lo que en ella habita como los animales, plantas y microorganismos con quienes se comparte un solo espacio y tiempo, lo que refleja egoísmo humano.
“Gaia y pachamama son seres vivos”, “los seres humanos, los animales y las plantas tienen conciencia/ajayu”, y la “gaia/pachamama es la fuente de todo”, describía Javier Medina en su libro “La comprensión indígena de la buena vida” (2001). El imaginario del siglo XXI deberá buscar la complementariedad del paradigma animista y del paradigma monoteísta, concluía. Según Berthus Haverkort, antropólogo europeo, la mayoría de las culturas tradicionales aceptan que la vitalidad en humanos, animales, plantas y otros ambientes están interrelacionados; para los africanos, por ejemplo, cada persona, planta, animal o fenómeno natural lleva en sí lo divino, Dios es la fuente y el controlador supremo de las fuerzas vitales, y para las culturas andinas, tanto como los Mayas consideran que la vitalidad y la salud son resultado del vivir en armonía con las leyes de la sociedad, la naturaleza y el mundo divino. Hoy en día, la ciencia occidental es la cultura y política dominante en la mayor parte del mundo, y tiende a ignorar aquello que no entiende y demanda pruebas y validaciones basadas en su propio marco lógico, termina Haverkort en su artículo “Vitalidad, salud y diversidad cultural” del año 2000.
El mismo Haverkort en su libro “Nuevas raíces, nuevos retoños” (2002), va describiendo cómo la religión Hinduista (en la India por ejemplo) se halla lleno de una referencia por la vida y la conciencia de grandes fuerzas de la naturaleza – la tierra, el cielo, el aire, el agua y el fuego – así como la vida de las plantas, animales y la vida humana se hallan todas unidas dentro del ritmo de la naturaleza; igualmente, la religión Taoista en China, menciona que el hombre y la naturaleza pueden estar en armonía y unidad cuando ambos obedecen las mismas leyes. Finalmente, la religión Budista busca una relación entre humanos y la naturaleza basadas en la reverencia y la compasión.
Leonardo Boff en su libro “Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres” (1996), se preguntaba ¿por qué el cristianismo no ha sabido educar a la humanidad y hacer imposible el punto crítico actual?, haciendo referencia a que la tierra se halla gravemente enferma, y él mismo se respondía manifestando que la clínica y el médico especialista es el propio hombre. Por el contrario, dice Boff, lo que hizo (el cristianismo) fue transmitirle la buena conciencia de que al dominar y explotar la Tierra cumple un mandato divino y que las consecuencias perversas del dominium terrae son atribuibles a la providencia divina antes que a la irresponsabilidad humana. En esta enemistad entre el ser humano y la tierra hay culpa y pecado, termina afirmando categóricamente uno de los padres de la Teología de la Liberación.
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