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Carlos Hugo Molina
El triunfo electoral del MAS en las últimas elecciones nacionales, de la manera tan contundente como lo obtuvo, resolvió muchos de los problemas de gobernabilidad que agobiaban la representación política boliviana, y nos entretenía a los estudiosos de las Ciencias Sociales; los temas de la debilidad del sistema político, la dispersión del voto, el conflicto de los pactos, la exclusión de actores sociales, el futuro de la reforma del Estado, la falta de coherencia en la aplicación de políticas públicas… encontraron una respuesta por la vía rápida y contundente de los porcentajes electorales y abrieron la posibilidad de su tratamiento en otro escenario.
Luego de un conflictivo gobierno de cuatro años muy difíciles para todos por el Nuevo Orden, y superando los vaticinios de desgaste político por los grados de confrontación que se produjeron, aumentó el caudal electoral y el respaldo social a la figura del Presidente y al proceso que lidera. El escenario se completó con la pulverización de los antagónicos políticos, y los gestores de la oposición, hoy están presos, procesados o en lista de espera para ingresar a la calidad de reos.
La economía ha tenido un período de bonanza inimaginable cinco años atrás para el más entusiasta de los analistas. La suma virtuosa de precios internacionales, coyunturas políticas y decisiones gubernamentales, permiten hoy una macroeconomía estable, que se atreve a crecer cuando otros están en crisis. Si las reservas son un índice de ello, ahí están los más de ocho mil millones de dólares como evidencia que el Gobierno muestra como un trofeo.
El Juan Evo de la chompa rayada de diciembre del 2005, incorporó una impronta a la presencia boliviana en el concierto de las naciones, unida a autoestima nacional. Nunca, y la palabra parecería exorbitante si no hubieran evidencias, Bolivia ha estado en la vitrina internacional como ahora. El boliviano más notable que aparecía en los buscadores de internet en la persona del Che Guevara, ha dado paso a un ciudadano del color de la tierra que despierta pasiones y adhesiones por los cambios en democracia, que la comunidad internacional siempre le había demandado a Bolivia. Y que disculpa conmiserada, todavía, la falta de experiencia de los gobernantes y la irrupción de los marginados.
La lista de situaciones podría seguir si sumamos a las medidas sociales adoptadas, la osadía de llevar adelante la constitucionalización de los cambios con un modelo inédito y provocador y pareciera convierten en anécdotas, las observaciones formuladas sobre la forma de su aplicación.
La oposición, paralogizada por el ejercicio de un papel para el que no se había preparado, reaccionó con los instrumentos que logró conservar: prefecturas, movimientos cívicos y el Senado de la República. Hoy resulta fácil decirlo, pero durante los últimos cuatro años la combinación de ausencia de liderazgos claros y la falta de comprensión del volumen de los cambios que se estaban produciendo, dieron como consecuencia la situación que vemos todos; un descargo muy grande en la lista de las lamentaciones, en el atropello con el que se aplican las medidas, la tensión radical en la utilización del Poder Público del Nuevo Orden, y muy poca autocrítica sobre las razones de la soledad en la que vive. Y como no está funcionando el Tribunal Constitucional, la Verdad de Estado queda en poder del Gobierno y sus acciones.
Algunos temas como el estado de los Derechos Humanos, la violencia verbal, física y simbólica que se practica, las agresiones a los medios de comunicación y a los comunicadores, el incremento en la producción de cocaína, las críticas de los movimientos indígenas contra el Gobierno por sentirse usados y no tomados en cuenta sinceramente, apariciones de conductas racistas en algunos niveles gubernamentales, que se suman a las criticadas en otros niveles de sociedad civil, todavía no encuentran un reconocimiento crítico, frente al impacto electoral y a la personalidad de quien lo conduce.
Este relato, que parece parte de un libreto teórico de lo que debe hacerse para cambiar la Historia, está adoleciendo del Síndrome de Crecimiento. La fuerza adquirida por el proceso es inversamente proporcional a la consolidación de los instrumentos democráticos que se requieren para administrarlo. La bajísima ejecución presupuestaria de los niveles centrales, lo deja en evidencia.
Si el escenario fuese el de una revolución con adversarios poderosos, la lógica de la confrontación justificaría la exigencia de breviario que plantea el mantener al pueblo movilizado. Pero, si es cierta la primer parte de este análisis que comparto, sería evidente también que las condiciones objetivas para que el cambio produzca los resultados en materia de gestión, tendrían que ser parte de la dinámica y evidente sus resultados.
Uno de los periodistas de ERBOL, testigo comprometido y crítico del proceso, ha titulado, contradictoriamente, que “la corrupción, el racismo, la discriminación y la división agobian al MAS”. Y la calificación de “llunkerío parlamentario” que aplica Andrés Gómez a la aprobación de la llamada Ley Corta, es un contundente llamado de atención a la falta de sindéresis, que no debe perderse si se quiere mantener el decoro.
En esta Crisis de Crecimiento, luego de aplicar la táctica de la confrontación radical con los adversarios, el Gobierno ha empezado a utilizarla contra sí mismo en una conducta que deja en evidencia, la pérdida de proporción de lo que se administra y la necesidad de un resultado final que no tendría que ser otro que generoso y positivo. Resulta llamativa la razzia emprendida contra su ex aliado, el Movimiento Sin Miedo, y la desproporción de los instrumentos utilizados contra la Rebelión de Félix Patzi. Persona que ha renunciado a grados elementales de orgullo para pedir perdón público, y que recibe la mofa soberbia del poder, sobre cómo mejorar la técnica para la fabricación de adobes. Además, es paradójicamente quien ha inaugurado, la aplicación de la Justicia Comunitaria con la nueva Constitución.
Aplicando el camino recorrido, no me extrañaría que se planteen en el corto plazo, acciones legales contra Juan del Granado y el propio Patzi, que intenten colocarlos en la calidad de reos, en la misma lista de los enemigos presos y prófugos, sin prejuzgar las materias por las que pueden ser acusados. Qué ironía. Todo eso, en la base territorial de su seguridad política, como es el Departamento y la ciudad de La Paz. Y sin que pueda, en esta ocasión, culparse absolutamente a nadie que no sea el propio MAS.
¿Es el MAS el instrumento del cambio o la medida del cambio? Si los militantes, el gobierno y sus administradores, creen que la respuesta es la segunda opción, debemos empezar a preocuparnos de verdad. Querría decir que el Presidente Juan Evo no está frente a una ventana mirando el futuro, sino frente a un espejo mirándose a sí mismo, y utilizando para ello el nombre del pueblo boliviano.
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