Por: Guido Mercado Julio
No recuerdo si la alfombrilla
(sarampión) nos dio antes o después de la tos de ahogo (tos ferina) o entre la
tos de ahogo y la viruela, pero casi estoy seguro que fue antes de que nos dé
la papera; si recuerdo que nos dio al mismo tiempo a mi hermano mayor y a mí.
A mi pobre hermano, el que es
mayor que yo con dos años porque los otros más viejos ya eran grandes, le
dieron todas las enfermedades habidas y por haber que llegaron al pueblo y una
tras otra. Lo peor es que justamente era el más flaco de la familia, parecía un
matacaballo (insecto palo) de flaco o un bicu bicu (muñeco de madera formado
por una serie de palancas que al presionarlas hacen que se mueva como haciendo
ejercicios). Me daban ganas de llorar cuando veía que le daban los ataques de
tos de ahogo, el pobre quedaba sin respiración y había que ventearlo; creo que
esa fue la enfermedad más grave que recuerdo de las que dieron en el pueblo,
daba pena ver a los muchachos como tosían hasta perder el aire, quedaban medio
desmayados y con los ojos rojos, como dicen que son los condenaos. Por suerte
esa no me dio o por lo menos no recuerda que me haya dado.
Según creo, la enfermedad que le
seguía en gravedad era la viruela porque además de la fiebre, te salían
ampollas y quedaba la cara como un pan de arroz con queso, después le seguía la
papera. Si bien la papera no te hacía sonar como las otras, el problema es que
si no te cuidabas, la inflamación se bajaba del coto a los huevos y listo,
quedabas pa tío.
Pero les estaba contando de
cuando nos dio la alfombrilla, nos empezó con una fiebre y como estaba dando a
todos en el pueblo, no había duda que era alfombrilla. La forma de cuidarse era
evitar que te dé el viento, o sea el aire, entonces mamá nos metió a la cama;
en esa época dormíamos en la misma cama mi hermano y yo.
En Octubre empezaban los
aguaceros y había arto mosquito así que teníamos que estar enmosquiteraos
(mosquitero: toldo de lienzo usado para protegerse de los mosquitos), con el
calor que hacía y nosotros que estábamos en la edad en que lo más importante es
jugar, estar encamao era un suplicio así como era el remedio que nos daba mamá
para que brote la infección y no se nos quede en la barriga, un brebaje de jugo
de urucú tierno que sabía a demonios.
Ya llevábamos unos tres días en
cama (una eternidad) y como los males vienen en yunta, nuestro encierro
coincidió con el cumpleaños de mamá. Mataron al puerco que habíamos criao desde
chico justamente con este fin y lo metieron al horno. Obviamente nosotros no
podíamos comer chancho porque eso es veneno cuando uno tiene alfombrilla. El
olor del chancho asao se filtraba por el cerco de palma de la casa y me hacía
salivar a pesar de la fiebre. A mi hermano, que estaba peor que yo porque se
notaba en su cara colorada de la fiebre, los sarpullidos en todo el cuerpo y la
fatiga con que resollaba, no creo que le interesara mucho.
Mamá nos traía agüita de arroz,
el brebaje de urucú, mazamorra y una sopita por aquí pasó de pollo; pa más yapa
sin sal, comíamos sin salir de la cama. Cuando el chancho estuvo asao, a la
hora del almuerzo, vino con su sopita a
decirnos que nos iba apartar chancho pa que comamos cuando nos curemos, que no
nos quedaríamos sin parte pero por nada del mundo podíamos comer así como estábamos.
Mi deseo de asao de chancho se fue
agrandando y a media tarde le dije a mi hermano
Voy a ir a traer asao
No vas, mamá dijo que nos va a
apartar, además nos va a hacer daño
¿y si se lo acaban o si se frega?
¿y si te pillan?
Les digo que salí a orinar pues
No se vos- era como decir andá
pues.
Salí furtivamente, las piernas me
temblaban no sé si por temor o por la fiebre. Llegué a la cocina sin que nadie
me viera, apegué un toco (asiento rústico de tronco) debajo del zarzo
(plataforma colgada en la cocina para proteger los alimentos de gatos y perros)
y saqué dos buenas porciones de asao de chancho que estaba en una cazuela
tapada con un trapo. Volví sin novedad a la cama y comimos a prisa y con
apetito envidiable.
No tuvimos ninguna complicación
con nuestro mal. A los tres días mamá decidió que podíamos levantarnos y nos
dio la mala noticia; el asao que nos había apartado se había echado a perder
(aclaro que no conocíamos refrigerador) y lamentablemente no podíamos comerlo,
había que dárselo a los perros. Nos miramos sin disimulo pero la mirada fue
interpretada por mamá como pesar por habernos perdido el delicioso asao.
Mañana les voy a hacer un majao
de pato- dijo para consolarnos.
Nota: Este es un secreto que
ahora ustedes deben guardar.
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