Por Cynthia Silva Maturana -.
Al panorama actual de crisis que encaramos, se suman voces en sentido que los seres humanos hemos provocado la destrucción de los sistemas naturales, y por tanto somos los culpables de la liberación de este virus. Según los que reflotan la teoría Gaia de Lovelock (1979), el planeta se estaría sacudiendo a la especie más nociva que ha cobijado, nosotros, los humanos.
Aplicar estas teorías que llevan a la conclusión que los seres humanos somos causantes de la pandemia, solo invisibiliza la verdadera causa de fondo de este desastre: los intereses económicos de las transnacionales, y del capital, guarida de individualidades dedicadas al lucro y la acumulación, a costa del equilibrio en los ecosistemas a nivel global, y por supuesto, a costa de la salud y la pobreza de los seres humanos en todo nuestro planeta.
Por ejemplo en Bolivia, en medio de las limitaciones impuestas en cuarentena, cientos de productores buscan los medios de llegar con sus productos a nuestras calles, donde hemos podido acceder a alimentos frescos y a bajo costo para nuestras familias. También nos cuestionamos la necesidad de cambiar hábitos de alimentación (y ojalá de consumo), buscando alimentos más sanos y nutritivos, que aseguren que nuestro sistema inmune sea más fuerte, o que nuestra posible predisposición al desarrollo de células cancerígenas no sea detonada por el consumo de productos cuyo real efecto desconocemos.
En la otra vereda, los dueños del agronegocio y el monopolio sobre las semillas y los agrotóxicos, en plena pandemia, presionan y exigen la aprobación de cultivos transgénicos, ligados a más diversidad y cantidad de agrotóxicos, con la excusa de la necesaria producción de alimentos. Han llegado al punto de reclamar como derecho (¿humano?) producir con semillas transgénicas, en una mirada destinada únicamente a aprovechar el contexto de la crisis actual, para continuar con su modelo de acumulación, de espaldas a las verdaderas necesidades de nuestro país.
Este modelo también mantiene a miles de productores pequeños endeudados con las casas comerciales de semillas, agrotóxicos e insumos, persuadiéndolos falsamente que los transgénicos son su única salida a la situación de endeudamiento y dependencia en la que se hallan sumidos, y convenciéndolos de que ellos igual serán algún día parte de ese tan mentado “modelo exitoso del agronegocio”. Modelo que, dicho sea de paso, subsiste gracias a la subvención de combustibles, perdonazos de impuestos, el uso irrestricto del agua y otros recursos naturales, afectando los derechos de seres humanos y sistemas naturales, es decir, los Derechos de la Madre Tierra. A lo que hoy se suman transferencias millonarias desde el Estado al gran agroempresariado, para continuar profundizando el modelo de enriquecimiento de pocos y de dominación sobre muchos.
Ante esto, todos deberíamos exigir que nuestro siguiente Gobierno encare, con todas las capacidades del Estado, el Iniaf, Emapa, los Ministerios de Desarrollo Rural y de Desarrollo Productivo, un proceso de producción regionalizada libre de transgénicos, que solo viabilizan la explotación. Este proceso debería enfocarse principalmente en los pequeños y medianos productores, asegurándoles asistencia técnica apropiada, los insumos necesarios a precios accesibles, y el acceso a mercados, condiciones necesarias para romper la cadena de dominación y dependencia, que hoy, particularmente en Santa Cruz, tiene secuestrada la producción agropecuaria de nuestro país.
Por ello, deseo convidarles a pensar en futuro, en uno diferente, en uno que requiere la acción colectiva y la transformación de los modelos y los sistemas destructivos. Un futuro que demanda que reflexionemos y exijamos transformaciones profundas más allá de lo avanzado hasta ahora. Un futuro donde ni nuestra salud, ni la salud de los bosques dependa de los negocios de nadie.
* Miembro del Colectivo Urbano Adelas, Mujeres en Revolución